Hay que cambiar el paradigma actual de la conservación por uno que se sostenga en el principio de precaución, dijo a Tierramérica el premiado biólogo argentino Claudio Campagna, experto en mamíferos marinos del océano Atlántico Sur.
Es inaceptable que menos de uno por ciento de la superficie del océano esté protegida, dijo Campagna, doctorado en Biología en la Universidad de California, Estados Unidos.
Distinguido la semana pasada por el Instituto de Ciencias Oceánicas de la Universidad de Miami con una beca de 150.000 dólares, Campagna planea desarrollar ese nuevo modelo de preservación en la Patagonia mediante el programa Mar y Cielo.
Según las metas de la Cumbre sobre Desarrollo Sostenible, celebrada en 2002 en Johannesburgo, las áreas marinas protegidas deberían comprender una proporción mayor en 2012. El austral ecosistema patagónico, que se extiende a lo largo de la costa argentina sobre el Atlántico Sur, es uno de los sitios a proteger.
Campagna, autor de Las ballenas de la Patagonia entre otros libros sobre fauna marina, es investigador del Centro Nacional Patagónico de Puerto Madryn, en la austral provincia de Chubut, a donde llegan cada año miles de turistas para observar a las ballenas.
—¿Qué hace del ecosistema marino patagónico un área única? —La corriente de Malvinas, asociada con la particular distribución de plantas y animales de la plataforma y, especialmente, la inclinación del talud continental, favorecen el desarrollo de frentes de alta productividad que son los que sostienen una rica diversidad biológica de esa zona, muy abundante en recursos.
—¿Cuáles son las principales amenazas ambientales? —Un gran problema para cualquier ecosistema marino es la pesca ilegal, porque no está regulada. Los efectos colaterales de esas pesquerías, como la captura incidental y el descarte de especies sin valor comercial, contribuyen a agravar el deterioro. Pero la falta de información que ayude al manejo también es grave. En los asuntos de conservación, la indiferencia y la ignorancia sostienen a todos los demás problemas.
—¿Hay indicadores de alarma de esas amenazas? —El tema de los indicadores y el monitoreo de especies no es sencillo. Estamos aplicando técnicas como la utilización de especies paisaje, que permiten tener bajo estudio un número mínimo de especies cuyas necesidades ecológicas abarquen a las demás. Esto maximiza los efectos de los monitoreos. La tecnología permite estudiar el movimiento de individuos en grandes áreas, por ejemplo elefantes marinos o albatros gigantes que se mueven miles de kilómetros y utilizan áreas de centenares de miles de kilómetros cuadrados para buscar su alimento.
—¿Cree que el turismo de avistamiento de ballenas y la mayor conciencia del riesgo de extinción contribuyen a frenar la caída de la cantidad de ejemplares? —En realidad, la matanza de la especie de ballena que sostiene el avistamiento terminó mucho antes de que se estableciera esa actividad, y no por razones de conservación sino porque dejó de ser económicamente eficiente. Así se salvaron de la extinción muchas especies de mamíferos marinos. Hoy día las limitaciones internacionales comienzan a tener efecto en especies como la ballena franca austral, que está en aumento. Sin embargo, el número total de animales de la población es pequeño comparado con la cantidad de ballenas que se calcula que existieron.
—En su libro Las Ballenas de la Patagonia dice que es una especie carismática, que permite la conservación de todo el ecosistema que le sirve de sostén. ¿Qué otras especies se preservarían al proteger a la ballena franca austral? —Si se protegiera el área de uso de esta especie se conservaría a lobos comunes y peleteros, a varias especies de pingüinos, parte del área de uso de los elefantes marinos, de los petreles gigantes y posiblemente las especies de peces e invertebrados que son el sostén de todo el ecosistema.
—¿En qué consiste el proyecto Mar y Cielo? —Busca generar un modelo de manejo sencillo pero integrado del ecosistema. Debe ser un modelo dinámico, que incorpore la estacionalidad de los fenómenos y la conectividad de los océanos. Los ambientes oceánicos requieren herramientas de pensamiento distintas de las de los ambientes terrestres. Se podrán diseñar normas de manejo y de monitoreo específicas para la región.
—¿Se acercaría así la meta de la Cumbre de Johannesburgo que propone aumentar el número de áreas marinas protegidas? —Sin duda. No es aceptable que menos de uno por ciento de la superficie del océano esté protegida. Hay que cambiar el paradigma actual utilizando uno que se sostenga en el principio de precaución. En estos momentos estamos muy lejos de tener una sociedad y un marco institucional que sostenga estas ideas, por eso el proyecto busca también un cambio en el discurso, el lenguaje y el pensamiento de la conservación. (