La peor parte de cada día de Joseph, un refugiado sudanés en Egipto, es cuando sale de su casa. Los hombres lo insultan, los comerciantes lo estafan y los niños le arrojan piedras, ante la mirada orgullosa de sus padres.
El agricultor que huyó a Egipto luego de que fuerzas del gobierno de Sudán incendiaron su casa y amenazaron a su familia sostiene que la ignorancia y el racismo están generalizados en la sociedad egipcia.
Los egipcios te juzgan por el color de tu piel. Si tienes piel oscura, te tratan como a un perro, afirmó.
Joseph es uno de aproximadamente 10.000 sudaneses residentes en Egipto, reconocidos como refugiados por el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR). Miles más solicitaron el reconocimiento de ese estatuto y están a la espera de una resolución.
Lo mejor que tienen estas personas en común es el derecho a residir legalmente en este país, dijo Karim Atassi, director de relaciones con la prensa de ACNUR.
Egipto está obligado a proteger refugiados y solicitantes de asilo por la Convención de Ginebra de 1951 y por la Convención sobre Refugiados de la Organización de Unidad Africana, de 1969.
ACNUR procesa miles de aplicaciones por año y rechaza cerca de 75 por ciento de ellas, por considerar que no son refugiados sino inmigrantes.
Un refugiado es alguien que huyó de su país por miedo a la persecución o por inseguridad general en su región, y que no puede regresar. Un imigrante es alguien que dejó su país con miras a mejorar su situación económica. La diferencia es que el inmigrante puede volver en cualquier momento, explicó Atassi.
Pero los egipcios no suelen distinguir entre un refugiado y un inmigrante.
Mamdouh Hussein, un vendedor callejero de El Cairo, conoce la guerra civil que cobró dos millones de vidas y desplazó a millones más en el vecino Sudán, pero no tiene palabras amables hacia los refugiados sudaneses.
Vienen aquí para quitarnos el trabajo y obtener visas para irse a Europa y Estados Unidos, pero yo no puedo conseguir la visa ni dinero suficiente para mantener a mi familia. Yo también soy pobre, manifestó.
Hussein admite que trata con desprecio a los africanos negros, en especial a los que compiten con él en la venta callejera. Si no les gusta, pueden volverse a su casa, dijo.
Pero volver a casa no es una opción para Fatma (nombre ficticio), que huyó de Sudán hace tres años luego de que fuerzas de seguridad la violaron y torturaron.
Fatma solicitó el estatuto de refugiada, y mientras tanto trabaja como limpiadora. Prefiere trabajar en casa de extranjeros, porque dice que le pagan mejor y la tratan con respeto.
Como todos los solicitantes de asilo en Egipto, Fatma no puede obtener un permiso de trabajo ni ayuda financiera de agencias extranjeras. Por lo tanto, debe trabajar ilegalmente durante los 18 meses aproximados que dura la evaluación de su caso.
Los empleadores suelen aprovecharse de esta situación. Con frecuencia, contratan solicitantes de asilo y los tratan mal o no les pagan.
La situación no es mucho mejor para los refugiados registrados. Estos son elegibles para obtener permiso de trabajo, atención médica y educación gratuita para sus hijos, pero raramente acceden a estos beneficios.
Un nuevo acuerdo de seguridad podría poner fin a la guerra civil de Sudán, pero hasta que se firme y aplique un tratado de paz definitivo, el retorno de los refugiados es demasiado riesgoso, advierten organizaciones de ayuda humanitaria.
Mientras, los sudaneses enfrentan hostilidad en las calles de Egipto, donde las denuncias de persecución y ataques aumentaron en los últimos años.
Las víctimas en general no acuden a la policía, por temor a la deportación o a más humillaciones.
Dikitawaka, un solicitante de asilo sudanés, cuenta que trata de evitar a los agentes de policía, que suelen detenerlo y exigirle que muestre sus documentos con la intención de extorsionarlo. Es mejor pagarles que arriesgarse a la cárcel o a ser acusado de tráfico de drogas, dice.
El miedo a la cárcel obliga a muchas personas de raza negra a mantenerse recluidas en su casa, porque cientos de africanos de distintas nacionalidades han sido detenidos por varios días sin cargo alguno. Algunos de ellos denunciaron que fueron recluidos en celdas pequeñas y superpobladas, sin agua, alimento ni tratamiento médico.
La policía suele negarse a reconocer las tarjetas de identificación de refugiados u otros documentos emitidos por ACNUR, pero en general libera a los refugiados y solicitantes de asilo en tres días.
El Ministerio del Interior niega que los africanos negros sean perseguidos por la policía, pero algunos funcionarios reconocieron que algunos agentes suelen excederse en su respuesta al narcotráfico y la delincuencia entre la comunidad africana.
Las redadas policiales y los ataques raciales recuerdan constantemente a los sudaneses lo vulnerables que son.
Si no tengo que hacer algo imprescindible, no salgo de mi casa, dijo el solicitante de asilo Jok Aroub. (