La Primera muestra de cine documental al aire libre, realizada en la plaza Ñuñoa de la capital chilena, marcó un hito al incorporar otra actividad cultural masiva en los veranos en esta ciudad y mostrar la alta convocatoria que el filme sobre la realidad tiene entre el público.
La muestra se prolongó por las noches desde el lunes 5 al viernes 9 de este mes, y por ser gratuita no fue posible controlar la cantidad de asistentes, pero se estima que las cinco sesiones sumaron entre 4.000 y 5.000 mil espectadores, dijo a IPS el cineasta Francisco Gedda, organizador del ciclo.
Gedda es el director de la carrera de Cine Documental, la primera de su tipo en América Latina en nivel de posgrado, que abrirá en marzo el Instituto de la Comunicación e Imagen de la Universidad de Chile.
El Instituto está situado en el campus (recinto) universitario Juan Gómez Millas, en Ñuñoa, un municipio de clase media del área centro-oriente de Santiago, que tiene como uno de sus lugares emblemáticos a la amplia plaza del mismo nombre, rodeada de cafés, bares y centros culturales.
Se exhibieron 15 realizaciones en la muestra, inaugurada con Tierras Magallánicas, el primer documental hecho en Chile, de 106 minutos, cuyo estreno data de 1933. Fue filmado entre 1921 y 1931 por Alberto María De Agostini, un misionero italiano que vivió por 50 años entre el estrecho de Magallanes, Tierra del Fuego y la Patagonia austral.
Para la clausura se escogió Estadio Nacional, filmada en 2001 por Carmen Luz Parot y de 90 minutos de duración, uno de los documentales chilenos más premiados, que a través de 30 testimonios reconstruye el uso de ese recinto deportivo, emplazado también en Ñuñoa, como campo de detenciones, torturas y fusilamientos tras el golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973.
Cien niños esperando un tren, de Ignacio Agüero (1988), Una foto recorre el mundo, de Pedro Chaskel (1981), Cachureos, de Guillermo Cahn (1981), Crónicas Palestinas, de Miguel Littin (2001) y Pornostars, de Rolando Opazo (2003), fueron otros documentales que formaron parte asimismo de la muestra.
La pantalla gigante instalada en plaza Ñuñoa sirvió igualmente para presentar por primera vez al público documentales de jóvenes realizadores, alumnos de talleres de la Escuela de Periodismo y del Instituto de la Comunicación e Imagen de la Universidad de Chile.
Quisimos, por una parte, hacer una muestra representativa, una reseña histórica, con documentales chilenos emblemáticos de cada época. En segundo lugar, mostrar la diversidad de sujetos y temas que ha abordado el documental en nuestro país, señaló Gedda.
Podemos agregar, como tercer elemento de los criterios de selección, el de validar el documental como memoria social y cultural, con su vocación de rescate de la realidad, en un contrapunto al camino seguido últimamente por la televisión, agregó.
Según Gedda, la televisión chilena (de señal abierta) está huyendo del documental en la misma medida que corre tras el sensacionalismo, los reality show y todos los formatos que tengan que ver con la autorreferencia. Así, renuncia a ser una ventana al mundo y transforma el set televisivo en el centro absoluto del universo.
Las presentaciones en plaza Ñuñoa sirvieron para que los realizadores establecieran un vínculo directo con el espectador, ya que cada documentalista presentó su trabajo. Así, los cineastas dejaron de ser figuras míticas y se transformaron en seres abordables para la gente, indicó Gedda.
Esta primera muestra al aire libre demostró que existe un público masivo, serio, inteligente, representativo y participativo para el documental, un público esforzado, que soportó las largas sesiones de pie, o sentado en el pasto o cemento, ya que las sillas disponibles fueron insuficientes, comentó el cineasta y académico universitario.
Lo del público fue una sorpresa. Nunca imaginé tener a tanta gente viendo un trabajo hecho en un taller, dijo a IPS Melanie Cross, una joven periodista y alumna del taller del Instituto, quien presentó en la muestra Vivir en toma, un documental de 13 minutos realizado en conjunto con Francisca Lucero y Lorena Sanzana.
El trabajo, producto de cuatro horas de filmaciones y dos meses de trabajo en terreno, tiene como protagonistas a hombres y mujeres representativos de las 1.500 familias sin casa que en 1999 participaron en la ocupación o toma de un predio de 22 hectáreas en el municipio de Peñalolén, vecino a Ñuñoa, para exigir una vivienda propia.
La gente de Peñalolén lo apreció. Asistieron a la presentación y para ellos fue muy emotivo, comentó Cross, quien se declara orgullosa por el montaje de su documental, pero no por las tomas. Necesito hacer un curso de cámara. Ojalá pueda seguir en el futuro la carrera de Cine Documental, añadió.
Fue espectacular poder dar espacio a los 'pobladores' (habitantes de barrios pobres), gente que rara vez es escuchada, porque por ellos hablan los ministros, los alcaldes o los políticos. Es una forma de abrir espacios sociales. Nuestro trabajo sirvió como un canal para que ellos puedan verse representados, subrayó la joven periodista.
El éxito de esta primera muestra entusiasmó a sus organizadores, que no sólo se proponen repetirla en el verano de 2005 en plaza Ñuñoa sino también llevarla a continuación a una comuna (municipio) periférica o rural de la región Metropolitana de Santiago.
Producciones para nuevas muestras existen, y en abundancia. Tuvimos que dejar de lado mucho material bueno, expresó Gedda.
En Chile había al año una producción de entre 10 y 20 documentales trabajados con cierta consistencia. Ahora, con la tecnología digital y la expansión de los trabajos en talleres y escuelas, tanto de Santiago como del interior, la cifra fácilmente se debe estar duplicando, indicó el cineasta.
A juicio de Gedda, este auge del documental debe llevar a que el Estado, a través del Fondart (Fondo Nacional de Desarrollo de las Artes), tome conciencia de que ya no debe involucrarse sólo en financiar la producción de realizaciones, como lo ha venido haciendo, sino apoyar también mecanismos de difusión y distribución de las mismas.