ARGENTINA: Los petisos sociales

Son menudos y bajitos, llegan en grupos, algunos con hermanitos en los brazos, y se van ubicando en las mesas a la espera de la única comida que tendrán en el día o, tal vez, una de las pocas que recibirán en la semana.

La escena se repite a diario en miles de comedores y merenderos comunitarios de Argentina, un país donde la pobreza y el desempleo vaciaron muchas mesas familiares, y el futuro de seis millones de niñas y niños está condicionado por las secuelas de la desnutrición.

Doce millones de personas, o sea un tercio de la población, padecen insuficiencia alimentaria. La mitad son niños, hijos y nietos de desnutridos, que presentan retrasos en su desarrollo físico e intelectual y que, con frecuencia, fracasan en la escuela.

"No hay un aumento de la desnutrición aguda o extrema, que históricamente se mantiene en uno o dos por ciento, pero sí una consolidación de la desnutrición crónica, silenciosa, del retraso en el crecimiento de los niños, de lo que llamamos los 'petisos (personas de baja estatura) sociales'", dijo a IPS el investigador Sergio Britos.

"La desnutrición es el aspecto visible de una compleja interrelación de factores socioeconómicos", señaló a IPS la pediatra Adelaida Rodrigo, directora del Centro de Estudios en Rehabilitación Nutricional y Desarrollo (Ceren).

Entre las consecuencias de la desnutrición están mayor mortalidad por enfermedades infecciosas, menor capacidad física, bajo rendimiento escolar e incluso deterioro de la interacción del niño con su medio social, lo que en el futuro puede condicionar su inserción social y laboral.

"Considerando que desde la concepción hasta los dos años el cerebro se desarrolla hasta aproximadamente 80 por ciento de su tamaño adulto, durante esos años la deficiencia nutricional, en especial la falta de hierro, puede alterar, en algunas circunstancias, el desarrollo cerebral normal", destacó Rodrigo.

"Si el perjuicio ocasionado por la desnutrición es lo suficientemente temprano, intenso y prolongado, estos niños no llegarán a desplegar todo su potencial intelectual, quedando relegados a circunstancias de postergación que, a su vez, perpetuarán su desventaja", sostuvo.

"Las investigaciones demuestran que los niños que han sufrido desnutrición severa en una edad temprana presentan alteraciones en la capacidad de atención, motivación, excitación y actividad física, lo que a su vez determina un empobrecimiento de las experiencias que fomentan el aprendizaje", explicó la especialista.

"En tales casos, suele observarse una interacción madre-hijo de menor calidad, en respuesta a demandas infantiles escasas por el debilitamiento", añadió.

Una investigación del Centro de Estudios sobre Nutrición Infantil (Cesni) y efectuada en 1994 en la austral provincia de Tierra del Fuego, registró déficit de desarrollo motor en 26 por ciento de los niños de seis meses, retraso del desarrollo intelectual en 51 por ciento de los niños de dos años, y cociente intelectual menor al promedio en 28 por ciento de los niños de cinco años.

Según el Cesni, que actúa como miembro consultor en la Organización Mundial de la Salud, la desnutrición infantil casi se duplicó de 2001 a 2002, ya que pasó de 11 a 20 por ciento.

En diciembre de 2001, la crisis económica se profundizó y el descontento popular precipitó la renuncia del presidente Fernando de la Rúa. En enero de 2002 se devaluó el peso, que se había mantenido en paridad forzosa con el dólar durante una década.

El año pasado, el Banco Mundial informó que 17,5 por ciento de los hogares argentinos padeció hambre en varias oportunidades durante 2002, mientras "el aumento de los precios de los alimentos, debido a la devaluación, tuvo un efecto devastador en la dieta de las familias pobres", comentó a IPS Britos, investigador asociado del Cesni.

"Es muy probable que los niños pobres no coman menos como consecuencia de la devaluación, pero que su alimentación incluya muchos menos nutrientes esenciales", como hierro, zinc, calcio y vitaminas, sostuvo.

"Los alimentos que más aumentaron son los que consumen los hogares pobres", afirmó Britos.

La coordinadora del Area Salud del no gubernamental Movimiento Barrios de Pie, Laura Berardo, destacó que "ante el problema del hambre, la gente se organizó en torno de comedores y merenderos comunitarios, sostenidos por organizaciones sociales, políticas y religiosas".

Berardo dijo a IPS que "los comedores sólo disponen de alimentos secos, como arroz, fideos y harinas" para brindar una comida al día, dos o tres veces por semana, y que en muy pocas oportunidades cuentan con "frutas, verduras, carnes y lácteos".

Los comedores comunitarios se abastecen con aportes de los vecinos y pequeños comerciantes de los barrios y con envíos gubernamentales, "que no son constantes y que, por lo general, sólo incluyen alimentos secos", señaló.

"Desde 2001 se ha incrementado la demanda de comedores comunitarios, a los que asisten fundamentalmente niños, aunque en los últimos tiempos son muchos los ancianos sin recursos que concurren", agregó Berardo.

Según mediciones de peso y talla realizadadas por el Movimiento Barrios de Pie a 500 niños que asisten a siete comedores comunitarios de la zona oeste del Gran Buenos Aires (área metropolitana), 10 por ciento de ellos padecían desnutrición, y otro cinco por ciento se hallaba en riesgo.

Una medición similar efectuada a 350 niños que concurren a comedores comunitarios de la zona sur registró índices de desnutrición de seis a 19 por ciento, y de riesgo por bajo peso de 10 a 15 por ciento, informó Berardo.

De acuerdo con el Instituto Nacional de Estadísticas y Censo, 40 por ciento de la población no tiene acceso a los insumos indispensables de la llamada canasta básica alimentaria.

"Los menores de cinco años constituyen el grupo más vulnerable", apuntó Britos, quien destacó que en la Argentina se consolida "el déficit crónico de alimentación, con una mayor preponderancia de chicos bajos y flacos".

Uno de cada dos lactantes es anémico, y 3,5 millones de niños menores de cinco años padecen desnutrición, afirmó.

En 2003, el gobierno destinó 380 millones de dólares a los programas sociales de varios ministerios para paliar esa situación.

"Lo lógico sería que si un niño tiene una dieta deficiente en nutrientes esenciales, los programas gubernamentales complementaran esa carencia, pero los planes oficiales suministran el mismo tipo de alimentos a los que tienen acceso en sus hogares o en los comedores comunitarios", cuestionó Britos.

De acuerdo con un relevamiento del Cesni, 1.400.000 familias reciben periódicamente cajas con alimentos y 200.000 niños asisten a diario a comedores comunitarios.

Esa institución presentó una propuesta para que el gobierno sustituya los programas de compra (por licitación) y distribución de alimentos, con el argumento de que no siempre son justos y transparentes.

La alternativa es crear una tarjeta magnética de compra de comida, para "devolverle a la gente la iniciativa y la elección", explicó Britos, y alegó que "las personas deben recuperar su dignidad, no verse obligadas a ir a buscar o a pedir una caja de alimentos".

"En experiencias piloto que se llevaron a cabo en la provincia de Buenos Aires, las madres demostraron una gran sabiduría en las compras", aseguró.

"Además, hay que recuperar la costumbre del encuentro familiar en torno de la mesa", opinó el especialista.

Pero Berardo reivindicó la práctica creciente de las familias de los sectores más pobres de comer "en organización, en un marco de aporte y cuidado comunitario".

"Los comedores surgieron en respuesta al hambre, desde la necesidad de la gente y el trabajo de las organizaciones no gubernamentales que, por otra parte, no controlan ni 10 por ciento de los planes sociales que administra el gobierno", precisó.

Berardo insistió en que los comedores comunitarios, sostenidos por 80 por ciento de mujeres, no son sólo ámbitos para comer, ya desde ellos se abordan "problemáticas, educativas, de género, de salud, de violencia y de organización".

La desnutrición ha adquirido carácter endémico, pero aún no se cuenta con un diagnóstico nacional en la materia, ya que los últimas mediciones oficiales de talla y peso fueron efectuadas por el Ministerio de Salud en 1996, y sólo en 18 de las 23 provincias, señaló Britos.

Rodrigo, Britos y Berardo coincidieron en que la desnutrición no es sólo una cuestión de acceso a alimentos.

"Es un problema de décadas, de generaciones que han sufrido el deterioro de su salud y de su intelecto. El desconocimiento, los problemas de inserción social y laboral, todo se combina para repetir y perpetuar el ciclo", apuntó Britos.

Berardo puso de relieve los problemas de violencia, abandono, abuso sexual y desintegración familiar acarreados por la pobreza y la marginalidad, que agudizan el drama de la desnutrición.

Rodrigo enfatizó que "la desnutrición no existe en forma aislada, sino que forma parte de múltiples condiciones ambientales negativas, que interactúan en forma dinámica para limitar el potencial de desarrollo mental".

Para superar esa problemática, el país no sólo debe ocuparse de la alimentación infantil, sino también de mejorar los contextos familiares y de capacitar a las madres en riesgo social, en especial en lo que hace a las prácticas de crianza, nutrición y alfabetización, apuntó.

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