La candidatura de George W. Bush por el gobernante Partido Republicano para las elecciones presidenciales de 2004 en Estados Unidos está fuera de discusión. Pero el vicepresidente Dick Cheney no puede estar tan seguro de acompañarlo en la balota.
La fórmula Bush-Cheney parece ser la oficial. De hecho, ya la proclaman los autoadhesivos en el paragolpes de los automóviles más caros.
El propio Bush advirtió a mediados de mes, ante las cámaras de televisión, en que ninguno de los miembros de su gabinete tenía el trabajo asegurado en caso de que ganara un segundo periodo. Pero Cheney, aseguró, sería su elegido para acompañarlo en la fórmula.
Sin embargo, el ala realista del Partido, que lo controló durante la mayor parte de la guerra fría, considera a Cheney, líder del ala imperialista del gobierno, una amenaza para la reelección de Bush, así como para los intereses económicos y estratégicos de este país.
Los realistas del gobierno son hoy liderados por el secretario de Estado (canciller) Colin Powell, el miembro más popular del gabinete.
Pero esta facción tiene aun más poder en un círculo no tan central, pero también influyente dentro del gobierno, formado fundamentalmente por ex funcionarios de la presidencia de George Bush (1989-1993), padre del actual mandatario.
Entre sus personalidades más destacadas figuran el ex consejero de Seguridad Nacional Brent Scowcroft, ahora al frente de la Junta de Asesores de Inteligencia Exterior, y el ex secretario de Estado James Baker, hoy a cargo de negociar con los países acreedores la condonación de la deuda externa de Iraq.
Y también es realista el propio ex presidente, quien, según numerosas fuentes, alentó a Scowcroft y Baker, así como a otros prominentes republicanos —como los senadores Richard Lugar y Chuck Hagel—, a lanzarse a competir con Cheney por la candidatura vicepresidencial.
El actual vicepresidente fue secretario (ministro) de Defensa de Bush padre, y entonces chocó en reiteradas ocasiones con Scowcroft y Baker en asuntos clave, en especial sobre cómo negociar con la contraparte soviética del mandatario, Mijail Gorbachov.
Cheney desconfiaba de Gorbachov y recomendaba dejar de lado a las instituciones multilaterales como la Organización de las Naciones Unidas (ONU), en beneficio de un enfoque unilateralista o francamente imperialista.
Entonces, como ahora, los realistas favorecían el mantenimiento de la hegemonía estadounidense, pero a través de estrechas consultas con los aliados tradicionales y el diálogo multilateral.
La posición de los unilateralistas se tornó dominante después de los atentados que el 11 de septiembre de 2001 dejaron 3.000 muertos en Nueva York y en Washington.
Cada vez más analistas perciben a Cheney como la figura clave en Washington por el modo en que se fijó el derrotero hacia la guerra en Iraq, incluso instalando lo que la revista Newsweek denominó hace poco un gobierno paralelo que esquivó los canales normales para convencer al presidente.
Sin la influencia de Cheney, según este punto de vista, los halcones y ultraconservadores del gobierno perderían rápidamente su poder en una eventual segunda presidencia de Bush.
El rápido éxito de la invasión a Iraq fortaleció el poder del vicepresidente, pero la creciente cantidad de bajas en las fuerzas de ocupación de posguerra mejoraron las perspectivas de los realistas, sobre todo cuando las encuestas mostraron una caída en la popularidad de Bush por esa causa.
Fue entonces en que Baker ganó influencia en el gobierno, al igual que el Consejo de Seguridad Nacional, con el concurso del ex asesor de Bush padre Robert Blackwill.
Baker y Blackwill comenzaron a asumir autoridad en la coordinación de la política exterior, a expensas de Cheney y del Departamento de Defensa, con Donald Rumsfeld al frente.
Poco después, la prensa publicó numerosos artículos de crítica al impulso que dio Cheney a la guerra en Iraq.
Una nota principal de la revista Newsweek indicó que las visiones de Cheney sobre la guerra contra el terrorismo parecen proceder de ideologías hojaldradas, y un extenso artículo de otra influyente publicación, The New Republic detalló opiniones extremistas del vicepresidente.
The New Republic recordó la negativa de Cheney a aceptar que el depuesto presidente iraquí Saddam Hussein no tuvo participación en el primer atentado contra las torres gemelas del World Trade Center, en 1993, y que sus enviados no tuvieron contacto con planificadores del atentado de 2001 cinco meses antes de que se cometieran.
En el Congreso, Cheney ha pasado momentos difíciles en su carácter de principal negociador legislativo de Bush. Ni siquiera ha logrado hacer avanzar su proyecto de ley sobre energía, mientras parlamentarios republicanos piden una investigación sobre sus intereses en Halliburton, compañía de la que fue presidente y que obtuvo grandes contratos para la reconstrucción de Iraq.
Las propias acciones de Cheney lo convierten en un blanco inusualmente incitante, sostuvo el diario Los Angeles Times en noviembre. Podría ser una carga mayor para Bush en lo doméstico de lo que ya es en política exterior, agregaba entonces ese artículo.
Violando una prohibición informal del gobierno de usar la palabra imperio para describir la política exterior estadounidense, la familia Cheney envió miles de postales navideñas con una cita de Benjamin Franklin, que sugiere la existencia de un apoyo divino para la Pax Americana.
Y si un gorrión no puede caer al suelo sin que Dios se entere, ¿es posible que se levante un imperio sin su ayuda?