La construcción de una autopista en esta ciudad portuaria del sur de Pakistán ignora a miles de familias que fueron o serán desplazadas de sus hogares en el sitio del proyecto y reubicadas en lugares remotos, sin la debida compensación.
La Lyari Expressway, concebida en 1989 para aliviar el tráfico en los barrios céntricos de Karachi, tendrá 16,5 kilómetros de largo. Para su construcción será necesario desplazar a 16.000 familias, estimó el gobierno, pero según organizaciones no gubernamentales (ONG), serán 25.000 las familias desalojadas.
Noman Ahmed, del Departamento de Arquitectura y Planificación de la Universidad NED de Ingeniería y Tecnología, de Karachi, es uno de los críticos más acérrimos del proyecto.
"La autopista no fue concebida como parte de un plan integrado de transporte, como el Plan de Desarrollo de Karachi (1973-1985). Fue impuesta sin que se haya realizado ninguna evaluación técnica independiente", señaló Ahmed.
Ese solo hecho, sumado al desplazamiento de decenas de miles de personas, amerita una revisión del proyecto de 8,7 millones de dólares, opinó.
"Me llevó 23 años de trabajo duro tener mi vivienda propia, pero sólo me dieron 24 horas para desalojarla. Y luego, frente a mí, vi cómo demolían el fruto de mi esfuerzo", lamentó Mohammad Zaman, de 54 años.
Hace un año, Zaman había comprado una pequeña tienda por el equivalente de 430 dólares. También adquirió una casa para su familia de 13 miembros, que le costó 2.600 dólares. "¿Qué obtengo a cambio? Apenas 860 dólares y un terreno de 80 metros cuadrados en un lugar remoto", se quejó Zaman.
La destrucción de las viviendas afecta diversos aspectos de la vida de los damnificados. El hijo mayor de Zaman, que iba a graduarse este año, debió abandonar sus estudios y ponerse a trabajar en una fábrica para contribuir al presupuesto familiar, aunque sólo gana 1,7 dólares el día.
"Los que viven en palacios con aire acondicionado no tienen idea del esfuerzo que implica para gente como nosotros construir una casa", dijo Shabbir, otro damnificado, a IPS.
Shabbir trabajaba como alfarero hasta que perdió varios dedos en un accidente y se vio forzado a mendigar para sobrevivir.
"Después de cuatro años, pude comprar un burro y un carro y trabajé como jornalero. Ahorré lo suficiente para construir mi casa propia. ¿Ahora qué tengo? Sólo escombros", lamentó.
En junio de 2000, cuando el gobierno de la provincia de Sindh decidió construir la autopista, Shabbir se convirtió en un número más. Las autoridades estimaron que sería necesario demoler 12.000 construcciones, entre ellas viviendas, 42 sitios religiosos y 1.035 comercios, para dar lugar al proyecto.
Los desalojos comenzaron en enero de 2001. Según un estudio del Centro de Recursos Urbanos, una ONG de Karachi, hasta ahora se han demolido 7.400 unidades residenciales y comerciales, y más de 30.000 personas perdieron su trabajo.
Pese a las protestas de los afectados y de grupos de la sociedad civil, y a informes e investigaciones de Habitat Internacional y la Coalición Asiática por el Derecho a la Vivienda, las demoliciones continúan, sin que el gobierno publique siquiera una lista oficial de las familias reubicadas o a reubicar.
Musarrat y su familia estuvieron entre los primeros residentes de la zona de la autopista reubicados. "El gobierno nos mandó a un infierno", dijo.
Cuando llegaron a su nuevo hogar, no tenían agua corriente, electricidad ni gas para cocinar. "Aun hoy no hay saneamiento, la escuela tiene unos pocos maestros que vienen cuando quieren, y el pequeño dispensario está mal equipado", afirmó.
Para alimentar a la familia, la suegra de Musarrat, que tiene más de 70 años, sale antes del amanecer a buscar leña.
"Vuelve a eso de las nueve, con sus manos sangrantes y doloridas, por las espinas de la vegetación de donde saca la leña", contó Musarrat, que al igual que su vecina Ghulam Fatema, debió vender sus joyas para sobrevivir.
Mientras, otros esperan su destino con resignación. En Colonia Muslimabad, un barrio destinado a la demolición, Mohammad Hanif ya sacó las puertas y ventanas de su casa, e incluso quitó el techo liviano corrugado. Planea reutilizarlos cuando él y su familia sean reubicados.
Para Tariq Butt, un sastre de 25 años, la espera es una agonía. "Tenemos tanto miedo que no pensamos en otra cosa que en quedar a la intemperie", dijo.
El profesor Ahmed cuestionó la legitimidad del proyecto, que ni siquiera fue sometido a un estudio de impacto ambiental.
"El principal beneficiario será la agencia concesionaria del proyecto, que controlará los terrenos vecinos a la autopista", cuyo valor se multiplicará varias veces, predijo.