COLOMBIA: Pastores del mar quieren cultivar perlas

Pescadores artesanales cultivan ostras en sacos suspendidos bajo el agua y obtienen perlas, nácar para adornos y carne de alto valor nutritivo, en la septentrional península sudamericana de La Guajira que, en tiempo de corsarios, fue emporio mundial perlero.

La fama de las perlas de La Guajira data de 1499, cuando el capitán Alonso de Ojeda y los geógrafos Juan de la Cosa y Américo Vespucio exploraron las costas del Caribe y llegaron hasta el Cabo de la Vela, primer asentamiento continental español, que en 1501 se convirtió en la gobernación de Coquibacoa.

Los relatos sobre nativos de la etnia wayúu que lucían sartas de perlas despertaron la codicia de los conquistadores, y con el comercio de las ”piedras marinas” empezó el tráfico de indios hacia las Antillas, y el de esclavos africanos traídos para explotar yeso y sal.

Los indígenas trocaban perlas por armas de fuego con los piratas y corsarios ingleses, franceses y holandeses, que disputaban a los españoles el control de las riquezas naturales de la zona.

Así empezó el poblamiento multiétnico que persiste en la península, situada en el extremo norte de América del Sur, con una superficie de 21.000 kilómetros cuadrados compartida en la actualidad por Colombia y Venezuela.

En las tardes calurosas de Riohacha, ciudad colombiana de esa península, los ancianos ”se dan mecedora” a la puerta de sus casas, y algunos recuerdan que ”la última bonanza perlera fue por allá en 1920, cuando en la población de Carrizal todavía se comerciaba en grande”.

En la playa, también se habla de perlas en corrillos de pescadores, pero no con nostalgia sino como un proyecto viable, a propósito de investigaciones realizadas en el Cabo de la Vela por el Instituto de Investigaciones Marinas y Pesqueras Invemar, adscrito al Ministerio de Ambiente, Vivienda y Desarrollo Territorial.

En 1990 comenzaron a realizarse experimentos de cultivo de ostras de la especie concha madreperla (Pinctada imbricata) en el Cabo de la Vela, en sacos suspendidos y en cajas depositadas en el fondo del lecho marino.

Esa especie ”presenta un gran potencial”, por su rápido crecimiento y alta producción de tejido blando (carne), dijo a Tierramérica el biólogo Federico Newmark, de Invemar.

La fuerte presión extractiva de perlas hace decrecer las colonias de ostras, cuyo ciclo natural de reproducción puede durar más de un siglo.

La bondad del proyecto de Invemar es que los cultivos preservan las colonias y acortan significativamente el periodo de reproducción.

El proyecto tendría triple rendimiento para unos 6.000 pescadores artesanales y aproximadamente 30.000 habitantes del entorno costero guajiro, comentó a Tierramérica el antropólogo Wilder Guerra.

La formación de perlas es aleatoria, pero también se valoran mucho el nácar de la concha, usado para incrustaciones en madera, y la carne, explicó.

Eso se ha demostrado en el proyecto adelantado por Invemar y la Asociación de Pescadores Artesanales de Playa del Muerto (Asoplam), del parque nacional natural Tayrona, en estribaciones de la Sierra Nevada de Santa Marta, ecosistema que también influencia a la península de La Guajira.

Allí, desde 1994, un grupo de familias cuya subsistencia dependía de la pesca y el turismo empezaron a sembrar bivalvos con técnicas sencillas, aprendidas de biólogos y expertos de Invemar.

El proceso lleva un año. Desde la siembra de minúsculas larvas en sacos atados a una cuerda y suspendidos dentro del agua, hasta que las larvas se fijan a la tela del saco y tienen una talla de 1,5 a dos centímetros, pasan dos meses.

En otros dos meses se hace la selección según las especies sembradas: madreperla, conchuela (Agropecten nucleus) y girasol de mar (Nudipecten nodosus), y su traslado a redes perleras tubulares y compartimentadas, en las que alcanzan tallas de entre tres y cuatro centímetros.

”El tiempo de la alegría” llega al cosechar el resultado del trabajo colectivo, dijo a Tierramérica el pescador artesanal Bienvenido Pinto, vinculado desde sus inicios al proyecto donde participan unas 70 personas.

Según Guerra, un desarrollo como el de Asoplam en La Guajira ”generaría ingreso importante a los pescadores wayúu”. Pero también habría que avanzar sobre una legislación que contemple ”los derechos territoriales comunitarios sobre el mar”, opinó.

Los pueblos indígenas consideran al mar como una sabana de pastoreo, en la que los peces son ganado, y les resultó incomprensible, el mes pasado, que los pescadores de un barco con bandera coreana capturaran tiburones, les cortaran sus valiosas aletas y devolvieran sus cuerpos sangrantes al mar.

Para los wayúu, la posibilidad de que el proyecto de Playa del Muerto se amplíe y extienda a la vecina región guajira trae la esperanza de cambiar su condición marginal en la economía local.

Colombia tiene costas sobre el Caribe y el Pacífico, pero de los 90.000 empleos directos e indirectos que genera la pesca artesanal, 62.000 corresponden a la realizada en agua dulce continental, y de las 379 motonaves que componen la flota pesquera industrial, sólo 56 por ciento tienen bandera nacional.

Los más románticos esperan que vuelva a tener sentido la canción ”El medallón”, de Rafael Escalona: ”De la Guajira voy a traer/ el más bonito collar de perlas/ para que le dé envidia a las estrellas/ cuando de noche salgas con él”.

* Publicado originalmente el 5 de octubre por la red latinoamericana de diarios de Tierramérica. (

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