Los conflictos comerciales entre Estados Unidos y China, originados por la gran expansión de las exportaciones del país asiático a causa del bajo precio de su moneda, ocultan una creciente convergencia política entre ambos países.
Diversos expertos consideran que éste es el mejor momento de las relaciones chino-estadounidenses desde 1972, cuando el entonces presidente Richard Nixon rubricó la normalización de vínculos en Beijing en 1972.
El signo más obvio de acercamiento es el papel de China en el diálogo entre Estados Unidos y Corea del Norte, incluso prestándose como sede para las conversaciones sobre el programa nuclear de Pyongyang.
El experto en Asia oriental Ezra Vogel sostuvo que en ningún lugar se percibe mejor el buen estado del vínculo que en el campus de la Universidad de Harvard, la más célebre de Estados Unidos y donde él es profesor emérito.
Cientos de chinos, incluidos funcionarios del gobierno y del ejército, estudian allí medicina, salud pública, planificación urbana, política, periodismo, administración pública y de empresas y otras materias controvertidas en el gigante asiático comunista.
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"Están llenos de preguntas acerca de todo, y absorben como si fueran esponjas. Ahora estamos viendo en China el renacimiento intelectual de mayor escala del mundo actual", dijo Vogel en un seminario sobre ese país organizado por la estadounidense Fundación Sasakawa para la Paz.
El mes pasado, dos grupos de presión estadounidenses con intereses usualmente contradictorios —la empresarial Asociación Nacional de Manufactureros (NAM) y la Federación Estadounidense de Sindicatos-Congreso de Organizaciones Industriales (AFL-CIO)— unieron fuerzas contra la depreciación del yuan chino.
Ambas organizaciones advirtieron que China había manipulado el valor de su divisa para competir deslealmente con las exportaciones de Estados Unidos. Grandes corporaciones transnacionales, tanto de la industria como del sector agrícola, podrían unirse al reclamo.
Empresarios y sindicatos presentaron la demanda luego de que el Congreso legislativo de Estados Unidos y altos funcionarios del gobierno de George W. Bush advirtieran que China debería revertir la depreciación del yuan.
Las exportaciones chinas al mercado estadounidense aumentaron 22 por ciento en 2002 respecto del año anterior, con lo que el déficit bilateral ascendió a 120.000 millones de dólares.
La NAM calculó que el yuan está 40 por ciento depreciado. Muchos legisladores hicieron eco de esa estimación, lo cual deja en evidencia que el comercio chino-estadounidense será un punto en la campaña electoral del año próximo, en la cual el presidente Bush procurará la reelección.
Pero esa animadversión no se nota en las aulas del Centro Fairbank ni de la Escuela de Mercadotecnia de la Universidad de Harvard, donde numerosos alumnos de la Escuela del Partido Comunista Chino asisten a clase antes de integrarse a la función pública.
China es objeto de una renovada curiosidad intelectual en momentos en que en ese país se mantiene el autoritarismo y la represión de la libertad de expresión. El último ejemplo de censura es el de los pasajes suprimidos a la autobiografía de la esposa del ex presidente Bill Clinton, Hillary Clinton.
Pero, al mismo tiempo, las librerías están llenas de obras extranjeras antes consideradas inadecuadas por las autoridades, y también obras chinas en que los autores discuten con franqueza sobre asuntos como la creciente corrupción en el país asiático.
De cualquier manera, la opinión del público estadounidense sobre China está virando para peor.
Hace cinco años, muchos obreros de este país perdieron sus empleos cuando los propietarios de las fábricas mudaron sus actividades hacia México para aprovechar los bajos salarios, la corta distancia y el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN).
Ahora, los sindicatos temen que se pierdan puestos de trabajo por el traslado de las industrias a China, donde los salarios son mucho más bajos aun que en México.
Este verano boreal, Bush envió a tres miembros de su gabinete a Beijing a dialogar en persona con sus homólogos chinos, que se quejaron, a su vez, de cómo el aumento de las importaciones de China estaban destruyendo a la industria.
Los legisladores estadounidenses creen que el diálogo no es suficiente, y algunos patrocinan un proyecto de ley que impondría un arancel de 27,5 por ciento para todos los bienes chinos si Beijing se niega a mejorar la posición del yuan. Hoy, la cotización está fijada a 8,28 yuanes por dólar.
El experto de la Universidad George Washington Mike Mochizuki indicó que Japón y China están dejando de lado los antagonismos históricos hacia "un nuevo equilibrio".
Pero Quansheng Zhao, de la estadounidense American University, acotó que la política exterior de Tokio está aún muy influenciada por Washington. "Muchos en China aún creen que lidiar con Japón es mejor que lidiar primero con Estados Unidos", dijo.
En octubre, el secretario del Tesoro estadounidense, John Snow, chocó con el gobernador del Banco Central chino, Zhow Xiaochuan, al reclamar a Beijing la liberalización de su sistema monetario. Pero Zhow advirtió que no se permitiría al mercado jugar un papel tan decisivo hasta que se determinara con certeza el impacto del ingreso a la Organización Mundial del Comercio (OMC).
La baja cotización del yuan mantiene el precio de las mercaderías chinas artificialmente debajo del de otros países competidores. Industriales de todo el mundo, en especial de Estados Unidos, atribuyen a la competencia de China el cierre de numerosas fábricas.
Pero Beijing afirmó que ni la economía ni la política permiten, por el momento, adoptar un régimen monetario de flotación libre, pues eso desataría una crisis económica en las actuales condiciones de debilidad del sector financiero nacional.