Los cultivos transgénicos ya cubren más de 18 millones de hectáreas en América Latina, de la mano de un puñado de empresas transnacionales que imponen precios y condiciones, mientras el debate sobre su presencia se carga de amenazas, juicios y dinero.
En Argentina, buena parte de los campos fértiles fueron cubiertos de soja transgénica a expensas de otros cultivos, y en Brasil el gobierno autorizó en forma temporal la siembra de esa leguminosa.
En Honduras y México circula ya maíz genéticamente modificado. En Uruguay se cultiva soja transgénica y se está introduce el maíz del mismo tipo.
Además, en toda América Latina se venden alimentos derivados de esos organismos genéticamente modificados (OGM), pero la gran mayoría de los consumidores lo ignora.
La historia comenzó en 1996, cuando se liberaron comercialmente en el planeta las semillas transgénicas, cuya producción es controlada casi en su totalidad por la firma Monsanto de Estados Unidos. Otras cinco empresas participan en el mercado de forma periférica: BASF, Bayer, Dow Chemical, Dupont y Syngenta.
En 2002, se sembraron en el mundo 58,7 millones de hectáreas con semillas transgénicas, de las cuales 13,5 millones correspondieron a Argentina, y el resto se repartió en otros 15 países. Estados Unidos es el principal productor de alimentos transgénicos.
Los OGM cuentan con genes procedentes de otras especies, animales o vegetales, introducidos en laboratorio con el propósito de mejorar su rendimiento, su resistencia a factores climáticos o herbicidas, u otras características.
La introducción de los transgénicos en la agricultura es irreversible en el mundo. Ahora lo importante en América Latina es controlarlos, usarlos y desarrollarlos, a la par que otras tecnologías, para no depender de firmas extranjeras, dijo a Tierramérica el científico mexicano Luis Herrera.
El experto desarrolló esa tecnología a inicios de los años 80 en Bélgica, junto a varios colegas.
Pero para la activista Silvia Ribeiro, de la organización no gubernamental (ONG) Action Group on Erosion, Technology and Concentration, con sede en Canadá, la perspectiva futura es otra.
Con los transgénicos pasará algo parecido a lo que ocurrió con la energía atómica: primero se promovió su uso para la producción de electricidad, pero luego, al descubrir sus peligros y consecuencias, fue en declive, dijo a Tierramérica.
Las empresas que venden semillas modificadas aseguran que sus productos son fáciles de cultivar, requieren escasas aplicaciones de pesticidas y sobre todo son rentables. Representan la llave para saciar el hambre que acosa a más de 800 millones de personas en el mundo, sostienen.
Sin embargo, tal afirmación está lejos de obtener consenso.
El tema pendiente más importante es explicar por qué ha habido un ritmo de adopción tan acelerado (de siembras transgénicas en Estados Unidos), mientras que los impactos económicos parecen ser variables o incluso negativos, según el informe Adopción de Cultivos Biotecnológicos, fechado en mayo de 2002 por el Departamento de Agricultura estadounidense.
La ONG Food First, de Estados Unidos, alega que el hambre en el mundo no se debe a insuficiente producción de alimentos, sino a su mala distribución, y por lo tanto no tiene por qué resolverse con los OGM.
Bastaría una distribución adecuada de los alimentos disponibles hoy para que cada habitante recibiera una dieta de 3.500 calorías por día, señala.
En los debates en curso participan organizaciones campesinas y ambientalistas de América Latina, que cuestionan la dependencia generada por los cultivos transgénicos en el mundo en desarrollo, así como su presunto impacto en la biodiversidad y la salud humana.
En la otra esquina permanecen las compañías transnacionales, que en 2002 gastaron más de 50 millones de dólares en campañas de promoción de sus productos, y que llevan adelante sólo en Estados Unidos y Canadá más de 2.000 juicios contra agricultores a los que acusan de usar sus semillas sin autorización.
Monsanto es la dueña de todas las semillas de soja transgénica que se cultivan en el mundo, y recibe por ello regalías de miles de agricultores.
Estos se ven impedidos por contrato a reutilizar parte de la semilla que obtienen de la cosecha de soja, lo que obliga a romper la tradicional selección de semillas de miles de pequeños campesinos del mundo.
A fines de septiembre, el gobierno brasileño autorizó temporalmente, a través de una orden del Poder Ejecutivo, la siembra de soja transgénica, que se venía cultivando en 4,5 millones de hectáreas, a pesar de prohibiciones vigentes.
El decreto despertó una aguda controversia, pues no estuvieron de acuerdo con esa decisión desde el Ministerio del Medio Ambiente hasta la Conferencia Episcopal de la Iglesia Católica.
En Brasil se tiene que evaluar objetivamente si hay capacidad para controlar, acompañar los problemas de salud y ambientales involucrados en los OGM, y si no la hay no se pueden liberar los transgénicos, porque hay inseguridad, dijo a Tierramérica Volnei Garrafa, presidente de la Sociedad Brasileña de Bioética.
El científico recomienda poner en funcionamiento comisiones especiales que analicen la cuestión desde los puntos de vista moral, filosófico, científico y cultural, así como su potencial efecto sobre la biodiversidad y la calidad de la vida.
El mexicano Herrera opina de modo similar. Sin embargo, adviertió que hasta el momento ninguna evidencia indica que los OGM puedan tener un impacto negativo para la salud y el ambiente.
Por la vía de los hechos o por decisiones gubernamentales, en los últimos años ingresó maíz transgénico de Monsanto a México y Honduras, zona de origen de ese alimento, desarrollado y cultivado ancestralmente por nativos.
En México hay evidencia de que especies nativas fueron mezcladas con una variedad transgénica y los científicos discuten hasta qué punto se verá alterado el rico banco genético de la gramínea.
En otros países, como Uruguay, sucede lo mismo con el maíz, y eso causa protestas de varios sectores.
Desde el punto de vista científico hay casi unanimidad en que los efectos (de los transgénicos) son benéficos y los riesgos mínimos, porque se ha ido avanzando con todas las precauciones debidas, opinó el investigador Alejandro Montaberry, del Instituto de Ingeniería Genética del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas de Argentina.
La polémica tiene que ver con intereses políticos, económicos y comerciales, sostuvo.
Monsanto sostiene que espera ampliar sus ventas de semillas transgénicas para el bien de América Latina, pero muchos agricultores se resisten a abandonar antiguos derechos y tradiciones para depender de una sola firma, cuya oferta de rendimiento ha sido puesta en duda por el propio Departamento de Agricultura de Estados Unidos.
* Con aportes de Mario Osava (Brasil) y Marcela Valente (Argentina). Publicado originalmente el 5 de octubre por la red latinoamericana de diarios de Tierramérica. (