La invasión a Iraq y la inflexible política comercial de Washington avivaron como nunca el odio hacia Estados Unidos en el mundo musulmán y echaron por tierra la adhesión internacional tras los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001.
Los musulmanes sienten que su religión es demonizada y que son discriminados desde los ataques del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York y Washington, coincidieron el presidente pakistaní Pervez Musharraf y el primer ministro malasio Mahathir Mohammad en la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas, la semana pasada.
La embajada de Estados Unidos en Pakistán organizó una vídeoconferencia entre representantes de la sociedad civil y políticos pakistaníes en Islamabad, y un panel con miembros del Congreso legislativo en Washington para estudiar la causa del creciente sentimiento estadounidense en el mundo musulmán.
Una actividad similar había sido realizada días antes en Indonesia, el país de mayor población musulmana del planeta.
El panel de expertos estadounidenses estaba integrado por líderes políticos, académicos y representantes de la colectividad musulmana en Estados Unidos.
Mientras se realizaban estos encuentros, moría en Nueva York el escritor palestino Edward Said, uno de los más prominentes intelectuales y expertos en la política estadounidense hacia el Islam.
Sus libros Orientalismo, de 1978, e Informando sobre el Islam: Cómo la prensa y los expertos determinan la visión del resto del mundo, de 1981, son estudios fundamentales de gran relevancia hoy.
El choque entre la política exterior de Estados Unidos y el mundo musulmán se produjo luego de los atentados terroristas del 11 de septiembre, pero el desprestigio del Islam en Occidente tiene raíces más profundas.
En su libro Informando sobre el Islam, Said señaló que en Estados Unidos hay consenso en que el Islam es una suerte de chivo expiatorio para todo lo que no nos gusta sobre los nuevos patrones sociales, económicos y políticos del mundo.
Para la derecha, el Islam representa la barbarie. Para la izquierda, la teocracia medieval. Para el centro, una suerte de extravagancia desagradable. Todos concuerdan en que se conoce muy poco sobre el mundo islámico, y en que también hay muy poco de él que se pueda reconocer como bueno, escribió Said.
Periodistas, académicos y líderes políticos de Estados Unidos admiten que, desde la invasión en Iraq, aumentó en forma acelerada el sentimiento antiestadounidense, y no sólo en el mundo musulmán.
En las principales capitales de Europa, así como en Egipto y Turquía, dos aliados de Washington, se realizaron el sábado marchas populares contra la ocupación estadounidense en Iraq.
La política del gobierno de George W. Bush es la razón principal de este sentimiento, coincidieron los expertos en la vídeoconferencia.
Luego de la invasión a Iraq, se propagó el temor a que el imperio estadounidense quisiera apoderarse de los recursos petroleros e instaurar una suerte de régimen colonial en Medio Oriente, señalaron.
Además, se consolidó la percepción de que Washington actúa con arrogancia y sin temor de reconocer una política imperialista, algo que desmentía en el pasado.
Por otra parte, los expertos señalaron que muchos musulmanes están convencidos de que Washington guía su política exterior con base en los intereses de Israel.
También hay mucha confusión sobre la política de Estados Unidos hacia los musulmanes. A veces no se sabe bien si los llamados países aliados moderados como Arabia Saudita, Egipto, Pakistán y Turquía son amigos o enemigos de Washington.
El gobierno de Bush somete a fuerte presión a los presidentes Yasser Arafat, de Palestina, y a Mohammed Jatami, de Irán, mientras a la vez sigue diciendo que quiere promover y respetar la democracia en Medio Oriente.
Pero analistas y periodistas estadounidenses afirman que el odio de los musulmanes a Washington no se debe sólo a las últimas operaciones militares en Medio Oriente.
El economista Jospeph Stiglitz, premio Nobel de Economía y asesor del ex presidente Bill Clinton (1993-2001), hizo una dura crítica a las políticas económicas y comerciales de Washington en su libro Los ruidosos 90: semillas de la destrucción.
Las políticas que llevamos adelante generaron un gran resentimiento. Todavía se pueden ver los resultados, como el creciente sentimiento antiestadounidense en Asia y en América Latina, escribió.
Aun si nuestra economía no hubiera tambaleado, nuestra estrategia mundial estaba destinada al fracaso. Se basaba en poner a un lado principios como la justicia social y la equidad, que defendíamos en casa, para obtener la mejor ganancia para nuestros especiales intereses, añadió.
Esta obsesión por defender a ultranza esos especiales intereses, sea Israel en política exterior o los subsidios agrícolas en el comercio, está causando a la larga graves perjuicios.
Uno de los ejemplos fue el fracaso de la conferencia ministerial de la Organización Mundial del Comercio, realizada este mes en la sudoriental ciudad mexicana de Cancún.
El periodista estadounidense Thomas Friedman, en su columna del jueves en el periódico The New York Times, ató los cabos entre el fracaso de Cancún y la guerra contra el terrorismo.
Apostaría cualquier cantidad de dinero a que cuando el equipo de Bush decidió qué postura iba a tomar en Cancún, ninguno de los funcionarios pensó en el impacto que podría tener en la campaña antiterrorista, señaló.
¿No hubiera sido sabio que Estados Unidos ofreciera reducir sus subsidios agrícolas y sus aranceles a los textiles, para que algunos países pobres, como Egipto y Pakistán, pudieran mejorar su calidad de vida y pasar a ser socios más estrechos?, preguntó el periodista ganador del premio Pulitzer.
Said había predicho en una de sus últimas columnas: Tendremos miseria e inestabilidad por muchos años en Medio Oriente, donde uno de los grandes problemas es, para decirlo lo más claramente posible, el poder estadounidense. (