Con la prematura muerte de Roberto Bolaño la narrativa de Chile perdió a su mejor exponente, que dejó como principal herencia su magistral novela ”Los detectives salvajes” y un monumental manuscrito de más de 1.000 páginas que tal vez jamás se publique.
Fue ”una persona condenada al fracaso, un trapecista sin red”, un hombre que destacó por su ”radicalidad, estética, ética y política”, según lo describió el editor Jorge Herralde en el funeral de Bolaño el 16 de este mes en Barcelona.
Una rebelde afección hepática lo persiguió con saña en el último año. Estaba en el segundo lugar de una lista para trasplantes de hígado en la capital catalana, pero a comienzos de julio sufrió una hemorragia interna y un posterior shock que le provocaron la muerte el día 15. Tenía 50 años.
Bolaño, nacido en 1953 en Santiago, vivió parte de sus años juveniles en México y volvió a Chile durante el gobierno de Salvador Allende iniciado en 1970.
Fue prisionero político tras el golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973 del general Augusto Pinochet y tras un exilio de varias escalas recaló en España.
Allí ejerció los más variados oficios, como lavaplatos, camarero, vigilante nocturno, basurero, cargador portuario y vendimiador, antes de radicarse en los últimos 20 años de su vida en la localidad de Blanes, cercana a Barcelona, donde dio a luz lo mejor de su narrativa.
Comenzó a ser conocido en el mundo literario en 1993, cuando publicó en Planeta ”La pista de hielo”. Luego, vinieron ”Literatura nazi en América” (Seix Barral 1996), ”Estrella distante” (Anagrama 1996) y ”Llamadas telefónicas” (Anagrama 1997), como preámbulos de ”Los detectives salvajes”, publicada en 1998.
”Los detectives salvajes”, reconocida en 1999 con el Premio Rómulo Gallegos, considerado el Nobel de la narrativa latinoamericana, es una novela subyugante tanto por su trama como por su particular estilo narrativo.
Arturo Belano, alter ego del autor, y Ulises Lima son los detectives salvajes que emprenden desde la ciudad de México hasta los desiertos de Sonora, en el noroccidente mexicano, la búsqueda de la poetisa Cesárea Tinajero, desaparecida tras la revolución mexicana y mitológica madre del ”real visceralismo”, recordó el crítico y académico Grinor Rojo.
El éxito de esta novela no interrumpió la vena creativa de Bolaño, que publicó antes de fin del pasado siglo ”Monsieur Pain” (Anagrama 1999), ”Consejos de un discípulo de Morrison a un fanático de Joyce” (Anthropos 1999) y ”Amuleto” (Anagrama 1999).
Al inicio del milenio siguió produciendo. Sus últimas obras editadas fueron ”Los perros románticos” (Lumen 2000), ”Tres” (El Acantilado 2000), ”Nocturno de Chile” (Anagrama 2000), ”Putas asesinas” (Anagrama 2001), ”Una novelita lumpen” (Mondadori 2002) y ”Amberes” (Anagrama 2002).
El agravamiento de su enfermedad sorprendió a Bolaño trabajando en la revisión de ”2666”, una novela que, según proyectaba, superaría las 1.000 páginas y cuya trama se centra en una serie de asesinatos de mujeres en Ciudad Juárez, en la frontera de México con Estados Unidos.
”Son más de mil páginas que tengo que corregir, es un trabajo como de minero del siglo XIX, como en Subsole”, declaró pocas semanas antes de su muerte, aludiendo a la obra del escritor chileno Baldomero Lillo.
No obstante, antes de ser internado en el hospital, entregó a Anagrama un libro de cuentos ”El gaucho insufrible”, que será lanzado en septiembre.
”Niño terrible” de la literatura chilena postmoderna, Bolaño se caracterizó también por la mordacidad y honestidad de sus juicios, en que antepuso siempre sus consideraciones literarias y estéticas a los elogios fáciles hacia otros creadores.
Para él, Luis Sepúlveda (”Un viejo que leía novelas de amor”), era ”demagogia pura”, Diamela Eltit (”Lumpérica”) no era ”la escritora más maldita”, sino ”la más malita”, e Isabel Allende ”una mala escritora simple y llanamente”, a la cual sería más correcto llamarla ”escribidora”.
En una herejía para el medio chileno renegó de Pablo Neruda, apoyándose en las sentencias del antipoeta Nicanor Parra acerca de las ”vacas sagradas”. El propio Parra y el escritor Pedro Lemebel fueron los referentes literarios que más respetó en este país.
”Bolaño abrió mil caminos, hizo estallar nuestras mentes cuando la postdictadura mataba de apatía a este país. Ahora sufrimos porque nos atrevimos a nuevamente a tener mitos. Y está bien sufrir esta derrota. Roberto Bolaño ha muerto, días muy oscuros nos esperan”, escribió en el diario El Mercurio la crítica literaria Patricia Espinosa.