No importa dónde se vive, ni cómo. Sólo hay que ser mujer para convertirse desde el nacimiento en víctima potencial de la violencia de género, desde sus formas más sutiles hasta la crueldad extrema.
El abuso físico y sexual contra mujeres es la violación de derechos humanos más generalizada pero menos reconocida en el mundo, afirmaron a fines del siglo XX expertos de la universidad estadounidense John Hopkins.
Las diferencias culturales suelen definir apenas algunos matices de las agresiones que sufre a diario buena parte de la población femenina del planeta y, según estudios especializados, revertir este proceso va mucho más allá de promulgar y hacer cumplir leyes.
La violencia de género puede ser menor en Cuba que en México, pero siempre es demasiada, dijo a IPS la socióloga alemana Miriam Lang, quien ha realizado investigaciones sobre este tema en ambos países.
De acuerdo con la experta, los movimientos feministas mexicanos empezaron a tratar la cuestión y a atender a mujeres violentadas desde comienzos de los años 70 del pasado siglo, algo que no sucedió en la isla por la ausencia de organizaciones civiles de ese tipo.
Pero en Cuba, desde el triunfo en 1959 de la revolución encabezada por Fidel Castro, se han aplicado normas para que las mujeres accedan a la educación y el trabajo en igualdad de condiciones con los hombres, y la legislación satisface demandas tradicionales de grupos feministas en materia de causales de divorcio, legalización del aborto y planificación familiar.
En la actualidad, las mujeres son más de dos tercios de la fuerza técnica y profesional de la isla.
El concepto oficial de familia en Cuba busca reducir las relaciones de subordinación y dependencia hace casi cuatro décadas, mientras en México la equidad en las relaciones intrafamiliares es un enfoque que apenas data de mediados de los años 90, señaló Lang.
Por diversas influencias históricas, las mujeres cubanas pueden ser escandalosas, extrovertidas y hasta agresivas sin perder la consideración de la sociedad, y muchas lo son, cosa que no suele ocurrir en México, comentó.
Así y todo, muchas aceptan que su pareja les prohíba salir de su casa cuando quieren, encontrarse con quién quieren, incluso mirar donde quieren o ponerse la ropa que les gusta, con la justificación de que ese control permanente es prueba de amor, apuntó la investigadora.
Durante su estancia en la isla, Lang entrevistó entre otras personas a médicos, abogados, jueces y policías, y un número importante de ellos le aseguró que si hoy en día una mujer en Cuba es maltratada, es porque le gusta.
Se podría decir simplemente que estas personas, entre las cuales había también mujeres, son machistas, comentó la experta.
Los logros tan importantes de la revolución cubana en el campo de las mujeres no lograron erradicar la violencia de género, porque no abarcaron todos los efectos de la violencia simbólica, sostuvo.
Datos de la Organización Mundial de la Salud indican que la mitad de las muertes violentas de mujeres en el mundo son causadas por sus parejas o ex parejas masculinas, pero sólo cinco por ciento de los hombres mueren debido a ataques de mujeres que son o fueron sus parejas.
El llamado femicidio (asesinato de mujeres por razones asociadas a su género, y cometido por hombres) constituye la sexta causa mundial de muerte de mujeres de 15 a 49 años.
Cada año, 20 por ciento de las niñas y más de cinco por ciento de los niños del mundo sufren abusos sexuales, y tres millones de mujeres son agredidas físicamente por sus parejas masculinas.
Las estadísticas existentes sobre violencia de género en el mundo registran asesinatos como los de cerca de 300 mujeres en Ciudad Juárez, al norte de México, así como el escaso porcentaje de violaciones y acosos sexuales que se denuncian, pero no miden la real dimensión de los abusos cotidianos.
Según la socióloga alemana, es imposible entender en toda su magnitud la violencia de género si se la reduce a un acto siempre excepcional, que rompe con una norma no violenta, y se la atribuye, como suele ocurrir, a una desviación individual.
La teoría desarrollada por el sociólogo francés Pierre Bourdieu en su libro La dominación masculina (1998) establece que la violencia simbólica funciona a partir de parámetros culturales, incorporada a lo que se considera normal, inevitable o incuestionable en una sociedad determinada.
Esa violencia, que no deja huellas físicas ni opera como una agresión intencional, produce una discriminación implacable y solapada, que sólo puede funcionar con la complicidad inconsciente de las víctimas de opresión, explicó Lang.
Los medios de los que disponen los oprimidos, o en el caso que aquí nos interesa las oprimidas, para pensarse a sí mismas, no son otra cosa que la versión incorporada de la dominación a la que son sujetas, añadió.
Un análisis comparativo sobre casos de mujeres víctimas en España y Cuba, realizado por la socióloga cubana Clotilde Proveyer, encontró importantes similitudes a pesar de las diferencias en los niveles de desarrollo y de régimen social entre ambos países.
Según Proveyer, en todas se inició el ciclo violento con manifestaciones sutiles de violencia que implican la descalificación, humillación verbal en presencia de terceras personas, restricciones a su libertad, excesivo control y posesión.
Tanto cubanas como españolas maltratadas desarrollaron sentimientos de culpa, trataron de complacer al máximo a su pareja masculina para no desatar su ira, y por lo general permanecieron de cuatro a ocho años sin romper la relación con su victimario.
Las mujeres van cayendo en un estado de depauperación física y psíquica, que mutila cada vez más sus posibilidades como seres humanos para dignificarse y rebelarse de esta opresión, se convierten en marionetas haladas por hilos invisibles, cada vez más desvalorizadas, afirmó Proveyer en su estudio.
En una sociedad como la cubana, donde se ha hecho mucho por las mujeres y donde las mujeres han hecho mucho por ellas mismas, todavía en el espacio subjetivo no ha habido una brecha para el cambio, para subvertir ese orden, opinó.
Ante ese panorama, la salida no está en invertir el orden simbólico existente, para que las mujeres sean como hombres y los hombres como mujeres, sino más bien en disolverlo, revolcarlo, propuso Lang.
La solución que propone Bourdieu es bastante radical, y consiste en subvertir el orden simbólico, como en Cuba se subvirtió antes el orden económico, explicó.
No basta con modificar leyes y conquistar conciencias, sino que hay que desaprender poco a poco, y desde el cuerpo, los hábitos que hemos asimilado y que nos hacen funcionar como hombres viriles y como mujeres femeninas, alegó la socióloga alemana.