El alimento es el preciado botín en la guerra a muerte entre los pequeños agricultores de Africa austral, los habitantes más pobres de la región, y los hambrientos animales salvajes que pueblan las reservas naturales.
”Un jabalí verrugoso no reconoce la propiedad. Sólo la comida”, dijo Sam Kunene, agricultor de la provincia sudafricana de Mpumalanga.
”Para un búfalo o cualquier otro animal forrajero, la única diferencia entre una hierba silvestre y una mazorca de maíz es que la mazorca es más sabrosa. Y los elefantes pueden destruir un predio en minutos, a veces no por hambre sino sólo porque tienen ganas”, dijo el guardabosques Sipho Vilane, de Swazilandia.
Esta guerra no es nueva. Pero se trata de una cuestión literalmente de vida o muerte para millones de agricultores. Si no se restringe a las reservas naturales el movimiento de los animales, éstos atravesarán sus confines para introducirse en las comunidades humanas vecinas con el propósito de comer lo que encuentren.
El problema es preocupantes para los administradores de la creciente cantidad de parques salvajes, cuyo destino depende de la buena voluntad de los vecinos humanos.
”Tengo una empatía absoluta con los agricultores que pierden cosechas enteras en las garras de los animales y que sólo quieren alimentar a sus familias”, dijo el conservacionista Ted Reilly, fundador del sistema de parques de Swazilandia.
Debido a sus escasos recursos económicos, los campesinos que viven cerca de los parques naturales no suelen cercar sus campos. Por eso, deben ahuyentar a los animales cuando aparecen. ”Y no es fácil ahuyentar a un elefante”, dijo Kunene.
Sin embargo, los agricultores están atados de pies y manos por las duras leyes de protección de especies que castigan la muerte de especímenes protegidos.
Las reservas recomiendan a los agricultores pedir a los guardabosques la captura de los animales que traspasan el límite de los parques. Pero la mayoría de los granjeros son tan pobres que carecen de teléfono, y aun en caso de que lo tengan las bestias pueden causar estragos mientras llega la ayuda.
”Son solo minutos. Con frecuencia los animales llegan de noche, cuando estamos durmiendo. Cuando nos levantamos de mañana, el maíz ya no está”, dijo Kunene.
En la primera mitad del siglo XX, a los animales salvajes se los consideraba plagas y se alentaba su caza. Grandes superficies, propiedad de agricultores blancos, eran dejadas sin un solo animal con miras a su uso para el cultivo.
En Swazilandia se apeló a cazadores profesionales para eliminar miles de manadas de las futuras plantaciones de caña de azúcar. En varios territorios, los ganaderos ofrecían recompensas por los restos de búfalos y antílopes para detener la propagación de la peste bovina.
Pero hoy, por el contrario, las grandes manadas de animales salvajes valen su peso en oro. Los turistas son los que llevan ese oro en sus bolsillos.
La mayoría de los visitantes que inundan el Serengeti, en Tanzania, Kalahari Central en Botswana y el Parque Nacional Kruger en Sudáfrica quieren ver a los Cinco Grandes —elefante, león, búfalo, leopardo y rinoceronte— y otros animales en su hábitat natural.
”Ayer eran plaga. Hoy, son un gran negocio”, dijo Reilly.
El año pasado, 9.000 extranjeros cazaron 34.000 animales en Sudáfrica. La caza en ese país supuso el ingreso en divisas de 107 millones de dólares, según estadísticas oficiales. Y la caza deportiva le deparó a Zimbabwe ingresos por 30 millones de dólares.
Los animales salvajes no preocupan este año a las grandes agricultores. Pero sí a los pequeños, que deben lidiar con la creciente industria turística incluso para sobrevivir.
Los gobiernos de Africa austral consideran al turismo un sector de crecimiento perfectamente sustentable, que atrae divisas y en consecuencia permite pagar deudas y equilibrar la balanza de pagos, así como incentivar la protección del ambiente.
Cada año surgen docenas de nuevas reservas naturales, parques nacionales y ecosistemas protegidos. Al mismo tiempo, la población humana también crece. Los campesinos compiten con los operadores turísticos por la tierra, y se ven arrastrados a áreas marginales cerca de los parques, donde nunca antes nadie cultivó nada.
”Las pequeñas granjas no agregan nada a la economía y dañan el ambiente. Ni siquiera generan alimento para las familias que viven en ellas, muchos de cuyos miembros deben trabajar en las ciudades para asegurar la supervivencia”, dijo un guardaparques que pidió no ser identificado.
Su opinión, aseguró, es compartida por muchos de sus colegas y por los ambientalistas. Además, agregó, los campesinos suelen robar las cercas de las reservas naturales para venderlas. ”No las usan para cercar sus campos, a pesar de que se quejan de los jabalíes”, afirmó.
La solución, para muchos conservacionistas, es involucrar a las comunidades en las operaciones de las reservas. Más que dañar el ambiente con las pequeñas granjas que surgen como hongos para dar espacio al crecimiento demográfico, las comunidades deberían unir sus predios e instalar en ellos sus propios parques.
”Las reservas naturales comunitarias son cada vez más populares”, dijo Simaye Mamba, de la Comisión del Patrimonio Nacional de Swazilandia.
”En este país hay varias que elevan la calidad de vida de la comunidad y le dan empleo a sus miembros. Son una atracción única para el turismo cultural. Los turistas las visitan para ver cómo vivimos los africanos.” (