Mahadi, de 15 años, y su hermano Fadel, de cinco, caminaban por una calle de la aldea de Hilla, al sur de Bagdad, la capital iraquí, cuando los sorprendió un bombardeo.
El pequeño saltó al cuello de Mahadi, pero fragmentos de la explosión lo golpearon en medio de la espalda. Murió en brazos de su hermano mayor, mientras éste corría desesperado hacia el hospital.
Mahadi sobrevivió a las bombas durante el ataque que Estados Unidos inició contra Iraq el 20 de marzo, pero aún no puede considerarse a salvo. Le espera, al igual que a cientos de niños y niñas iraquíes, un tortuoso camino de recuperación interna para liberarse de pesadillas, temores y angustias producto de la guerra.
”El impacto psicológico será grande, así como el estrés por los bombardeos y la pérdida de los familiares. La familia es la base del contexto psico-dinámico en el cual crecen y se desarrollan los niños”, explicó a Tierramérica el director técnico de la Organización Mundial de la Salud (OMS) en Europa, Roberto Bertolini.
Un estudio canadiense realizado después de la primera guerra del Golfo (1991), conducida por Estados Unidos y una coalición de 34 países para expulsar a Iraq del vecino Kuwait, halló signos de miedo muy arraigado en niños y niñas, especialmente de cinco, siete y 11 años, que han vivido constantemente atemorizados.
”Tienen disturbios en los sueños, se comportan de una manera más infantil, no pueden concentrarse y eso dificulta el aprendizaje. Se deprimen y viven con una tristeza permanente”, afirma Fabio Sbattella, docente de psicología de la Universidad Católica de Milán.
Alí tenía tres años cuando su padre murió durante la primera guerra del Golfo. Durante cuatro años, visitó la tumba de su padre para implorarle: ”Levántate, porque la gente que te hizo daño ya se marchó”.
”No tienen fuerzas para jugar, ni imaginación, ni ganas de hacer nada. Sueñan que los soldados entran a sus casas y se llevan a sus padres”, relató a Tierramérica el socorrista Antonello Saccetti, de la no gubernamental Salvemos a los Niños, que trabaja en el país árabe desde 1991.
Iraq es un país joven. La mitad de su población, de 20 millones, tiene menos de 18 años. Los menores de cinco años son 3,5 millones.
Al igual que otras 32 naciones, el país tiene las peores condiciones de vida para la niñez. Así lo indican datos de la OMS y del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF): uno de cada ocho niños muere a los cinco años, un tercio de la población infantil sufre malnutrición, un cuarto nace con bajo peso, un cuarto no tiene acceso al agua potable.
Mohammed no olvida el terror que sintió cuando bombas y misiles británicos y estadounidenses cayeron sobre Bagdad en marzo.
Su familia se reunió en una sola habitación y no se separó ni un instante, pues si llegaba la muerte quería estar junta. Todavía no duerme tranquilo. En sus pesadillas escucha las sirenas antiaéreas.
Semanas antes del ataque estadounidense, un grupo de Caritas Internacional visitó el país y recogió impresiones de jóvenes y niños sobre la guerra. La mitad de ellos admitió que pensaba en la muerte.
Ziad tiene 17 años y forma parte de la ”generación de la guerra”, como la llaman los psicólogos iraquíes. La primera guerra del Golfo cambió de un soplo su vida y la de sus dos hermanos. El padre murió, la madre enfermó y terminó muerta al cabo de ocho meses.
Sin otros familiares que lo cuidaran, su destino fue un orfanato.
Una investigación efectuada en diciembre de 2002 por un equipo noruego especializado en traumas infantiles, asegura que las niñas y los niños iraquíes tienen un miedo ”innato” y se sienten ”continuamente en peligro”.
Aquellos que sufrieron heridas graves o quedaron discapacitados son los más afectados. ”Para ellos es mucho más difícil la recuperación, pero no imposible”, sostuvo el director de UNICEF en Italia, Robert Salvan.
La mayoría supera estos horrores después de varios años, pero otros quizás permanezcan traumatizados toda la vida. ”Durante los primeros meses parece que todo estuviera normal, luego, a los seis meses, aparecen las señales de disturbios. En tres años pueden curarse, pero 20 por ciento permanece con ansiedad y recuerdos por muchos años”, señaló Sbattella.
Parte de la recuperación es un entorno que satisfaga las necesidades básicas. ”Hay que reconstruir el tejido social, identificar a parientes que puedan cuidar a los niños, crear mejores situaciones en las escuelas, porque esto minimiza el impacto. Se trata de una de las tareas prioritarias en el proceso de reconstrucción en Iraq”, sostuvo Bertolini.
* Publicado originalmente el 3 de mayo por la red latinoamericana de diarios de Tierramérica. (