El senador estadounidense Hiram Johnson habría caído en el olvido si no fuera porque pronunció una frase que se volvió célebre. La primera víctima cuando estalla una guerra es la verdad, dijo en 1917, y cada nuevo conflicto armado corrobora esa afirmación.
Ahora, la invasión a Iraq agrega una nueva expresión al léxico del periodismo de guerra: periodistas empotrados, es decir, aquellos incorporados a unidades militares, con la posibilidad de informar desde la primera línea de guerra, pero sujetos a restricciones de seguridad.
En realidad, no hay nada nuevo en el hecho de que periodistas viajen con las tropas e informen desde la trinchera.
El periodista estadounidense Ernie Pyle cubrió la segunda guerra mundial desde la perspectiva de un soldado común. Su columna era publicada en más de 300 semanarios y 400 diarios y leída con avidez, tanto en los hogares como en el frente.
Individualista al estilo clásico estadounidense, Pyle seguramente se habría ofendido si lo hubieran llamado empotrado, con sus connotaciones de mera pieza de un mecanismo.
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Sin embargo, durante el avance de las fuerzas invasoras en Iraq la alternativa era ser empotrado o unilateral. Esta última, una opción muy riesgosa y con posibilidades muy limitadas de estar en el lugar correcto y en el momento preciso.
Los periodistas empotrados podían participar de la acción a bordo de un tanque Abrams, videófono en mano. Pero, ¿a qué costo?
Casi 600 periodistas, 80 por ciento de ellos estadounidenses o británicos, acompañaron a las tropas invasoras de Estados Unidos y Gran Bretaña en la campaña contra el régimen de Saddam Hussein. El número excede por lejos el desplegado para la cobertura de la guerra en Afganistán, en 2001.
Sin embargo, el secretario de Defensa de Estados Unidos, Donald Rumsfeld, sugirió que la audiencia de esos periodistas sólo recibía trozos de la guerra.
Y no se equivocó, a juzgar por un análisis de los informes de periodistas televisivos empotrados en tres de los primeros seis días de la guerra, realizado por el grupo estadounidense Project for Excellence in Journalism (PEJ, Proyecto para la Excelencia Periodística).
La cobertura empotrada es en gran medida anecdótica. Es a la vez excitante y aburrida, concentrada en los combates, y en su mayor parte en vivo, sin editar. Gran parte carece de contexto, pero suele ser rica en detalles. Posee todas las virtudes y los vicios de informar sólo sobre lo que se puede ver, dice el informe de PEJ.
Los empotrados pueden reivindicar con razón su lugar en la historia del periodismo de guerra, afirmó el diario The Kansas City Star.
Han demostrado su capacidad de transmitir el aburrimiento de la guerra (¿cuántas veces al día comen?) y el peligro (Ted Koppel describiendo con calma cómo la tercera unidad de infantería atacaba una peligrosa zona al oeste de Karbala), agregó el periódico.
En el frenesí por llenar la caja boba, para usar una expresión del filme Bambozzled de Spike Lee, también se cometieron errores.
Uno de los más citados fue el del corresponsal Doug Luzader, de la cadena Fox News, cuando informó sobre una infiltración de terroristas en la base militar de Camp Pennsylvania, en Kuwait, luego de un ataque con granadas el 22 de marzo.
Resultó que el ataque fue cometido por un soldado estadounidense que mató a dos de sus camaradas.
Sin embargo, el estudio del PEJ concluyó que el público fue mejor informado mediante el sistema de los periodistas empotrados que a través de las asociaciones periodísticas de la guerra del Golfo (1991) o del acceso vacilante a los hechos durante el conflicto de Afganistán.
La televisión estadounidense se cubrió de símbolos patrióticos. La bandera de las estrellas y las franjas flameaba cada tanto en las pantallas, y conmovedoras imágenes de la guerra llenaban los vacíos entre los reportajes en vivo y las tandas de publicidad.
Cuando comenzó la guerra, la televisión de Estados Unidos partió del supuesto de que los iraquíes no ofrecerían resistencia, y en general reflejó los sentimientos belicistas de Washington.
Raramente los canales exhibieron imágenes de víctimas civiles iraquíes, a menos que fuera cuando soldados estadounidenses las asistían. Sí mostraban sin cesar la maquinaria bélica de las fuerzas invasoras, y usaban expresiones como nuestros muchachos para referirse a los soldados de Estados Unidos.
Al editar la realidad por cuestiones patrióticas, la televisión estadounidense pudo haber alcanzado el objetivo contrario.
Como dijo Bill Kovach, director fundador del grupo estadounidense Committee of Concerned Journalists (Comité de Periodistas Preocupados), un periodista nunca es más leal a la democracia, más comprometido como ciudadano ni más patriótico que cuando trabaja en forma independiente verificando las noticias del día.
Fue parte de un profético discurso pronunciado durante la reunión anual de la Organización de Ombudsmen Periodísticos, en 2002.
Creo que los periodistas estadounidenses le están fallando a su público, dice Kovach ahora.
Esta visión caleidoscópica de la guerra se vuelve más confusa por la falta de información sobre el panorama general por parte de periodistas independientes, señala.
De hecho, casi todos los esfuerzos por juntar las piezas y mostrar todo el paisaje los realizan expertos militares que tienden, aun cuando se equivocan, a contar una historia militar, agrega.
Según Kovach, la historia que queda sin contar es consecuencia involuntaria de la cobertura a través de periodistas empotrados.
Al hacer la historia más personal y mostrar muy poco del horror de la guerra, la cobertura promovió el patrioterismo y las empresas periodísticas se resistieron a hacer un reportaje profundo y crítico sobre las decisiones políticas involucradas, señaló.
Muchos, con Fox News a la cabeza, recurrían a un discurso patriotero que en ocasiones podría describirse como propaganda, agregó Kovach.
Una vez más, no hay nada nuevo aquí. Ya en la primera guerra mundial, el periodista británico Philip Gibbs respondió a las críticas a su cobertura propagandística del conflicto diciendo que algunos escribimos la verdad desde el principio hasta el final, lejos del realismo desnudo de los horrores, las pérdidas y las críticas a los hechos.
Pero aun los críticos del sistema admiten que muchos empotrados hicieron muy bien su trabajo.
Como se sabe, varios de ellos pagaron el máximo precio por hacerlo, señala Kovach, y agrega que las desventajas no eran consecuencia del sistema de periodistas empotrados, sino que estaban fuera del área de información.
Hasta ahora, 11 periodistas murieron en la guerra de Iraq. Cuatro de ellos, Julio A. Parrado, Christian Liebig, Michael Kelly y David Bloom, mientras acompañaban a las fuerzas de la alianza invasora.
En último caso, la cobertura de los periodistas empotrados no era la única disponible. Al menos 100 periodistas independientes estaban en Bagdad cuando los tanques estadounidenses entraron en la capital.
Su tarea no fue fácil. El Pentágono (Departamento de Defensa de Estados Unidos) expulsó de Iraq a Phil Smucker, de la publicación estadounidense Christian Science Monitor, con el argumento de que reveló información militar sensible.
Posteriormente, el Comité para la Protección de los Periodistas (CPJ), de Nueva York, se quejó de que las fuerzas estadounidenses interfirieron con el trabajo de cuatro periodistas independientes y los maltrataron.
Los periodistas fueron acusados de espionaje y mantenidos incomunicados, sin alimentos, por más de 48 horas.
Pero los incidentes más graves fueron los ataques estadounidenses contra el Hotel Palestina de Bagdad, repleto de periodistas independientes, y contra la oficina del canal satelital qatarí Al Jazeera. Según la organización Reporteros sin Fronteras, los ataques fueron intencionales.
El camarógrafo Taras Protsyuk, de la agencia Reuters, y su colega José Couso, del canal español Telecinco, murieron debido a los disparos de un tanque estadounidense contra el hotel.
Portavoces militares de Estados Unidos alegaron que sus tropas respondieron al fuego de francotiradores apostados en la azotea del hotel, pero ninguno de los huéspedes escucharon disparos desde el edificio.
Walter Rodgers, un periodista empotrado de la cadena estadounidense de televisión para abonados CNN, calificó el incidente como un acto de defensa propia, reportando desde la unidad de caballería a la que estaba incorporado.
El periodista Taraq Ayyoub, de Al Jazeera, murió en el segundo ataque, y el camarógrafo Zouhair al-Iraqi resultó lesionado. Momentos después, otra explosión dañó el edificio de la oficina de Abu Dhabi TV, en las cercanías.
La oficina de Al Jazeera en Kabul también había sido atacada por las fuerzas estadounidenses en noviembre de 2001.
El CPJ también sospecha que los ataques fueron deliberados. En una carta de protesta dirigida a Rumsfeld, Joel Simon, director interino del grupo, señaló que las pruebas sugieren que la respuesta de las fuerzas estadounidenses fue desproporcionada y por lo tanto violó el derecho humanitario internacional.
¿Qué pasará con el periodismo de Estados Unidos después de Iraq?
A corto plazo, será una prensa poco propensa a las coberturas audaces, que puedan considerarse críticas a la autoridad, por ejemplo sobre la pérdida de libertades civiles en nombre de la seguridad nacional, los juicios de la opinión pública mundial o el unilateralismo en la política exterior de Estados Unidos, afirmó Kovach.
Debido al éxito de la acción militar (en Iraq) y a la fascinación del público con las imágenes de la victoria, ése será el futuro, vaticinó.