Los peores y más horrendos hechos de violencia contra las mujeres se cometen en tiempos de guerra, cuando se exacerba la discriminación preexistente, coincidieron expertas de ONU y activistas humanitarias reunidas en Ginebra.
La invasión de Estados Unidos y Gran Bretaña a Iraq, al igual que otras guerras, pesará de modo muy duro sobre mujeres, niños y el resto de la población civil, advirtió Charlotte Bunch, del estadounidense Center for Women's Global Leadership.
En la guerra en Iraq han muerto hasta el momento 1.200 civiles y resultaron heridos alrededor de 5.000, según datos divulgados por las autoridades de ese país.
Bunch añadió que en la guerra se ejerce la violencia de las bombas, de los cañones y de las minas terrestres antipersona, pero también crece la cantidad de población sin techo, de desplazados y desnutridos, la destrucción de la vida normal y, por supuesto, las violaciones y la prostitución forzada.
La violación sexual constituye un arma bélica y llega a representar un símbolo del mismo conflicto, definió a su vez la relatora especial de la ONU (Organización de las Naciones Unidas) sobre violencia contra la mujer, Radhika Coomaraswamy.
Pero es la discriminación permanente contra las mujeres lo que apuntala las violaciones que se perpetran en los conflictos armados, complementó Shanthi Dairam, representante para la zona Asia-Pacífico de la organización no gubernamental Observatorio Internacional de los Derechos de la Mujer.
Según ese criterio, los valores predominantes antes de desatarse la guerra que determinan los derechos y privilegios que ostentan los hombres sobre las mujeres, se ponen más rígidos mientras dura el conflicto y también en el periodo posterior.
Para Patricia Viseur-Sellers, asesora legal de género para el Tribunal Internacional para la ex Yugoslavia, existe un vínculo entre el trato que reciben las mujeres en la guerra y la relación que sostienen con la sociedad en que viven.
En la práctica, una guerra permite la intensificación de cualquier clase de violencia ilegal y también una exageración de la violencia que antes podía ser ilegal, pero que se legaliza por obra de la destrucción, explicó Viseur-Sellers.
Coomaraswamy distinguió dos fenómenos que se verifican en ese proceso. Por un lado, los efectos de la militarización causados por la guerra en la sociedad, imposibles de cuantificar porque no se basan en actos singulares como los otros incidentes.
El segundo aspecto son esos actos de violencia sexual durante la guerra, que se pueden identificar y procesar ante un tribunal, a diferencia de la militarización que no acepta un encausamiento por la vía legal.
La relatora de la ONU mencionó el ejemplo de Sri Lanka, donde la incidencia de las violaciones aumentó 10 veces en la época de conflicto.
La violencia doméstica crece de manera dramática con formas variadas de delitos cometidos por numerosos hombres con la diversidad de armas que la sociedad les ha cedido, dijo Coomaraswamy.
El conflicto bélico afecta a las mujeres de maneras distintas, ya sea como víctimas de los abusos sexuales o de otras formas de violencia, aunque también participan como combatientes o prestando servicios variados a las partes enfrentadas.
Coomaraswamy destacó el papel de las sobrevivientes y citó el ejemplo de una mujer de Ruanda, sacudido por el conflicto étnico de 1994 que dejó entre 500.000 y un millón de muertos.
Esa mujer fue violada por una banda y pasó más de un mes en la selva con un brazo gangrenado y alimentándose sólo con frutos silvestres e hierbas, tras lo cual fue rescatada y se dedicó a organizar un grupo de congéneres para trabajar de manera activa en la reconstrucción.
Dairam precisó que los sufrimientos de las mujeres se prolongan después de las acciones bélicas, por la desaparición o la muerte de los hombres y en muchos casos por sobrellevar el síndrome de viuda de guerra.
Agregó que las agencias multilaterales y bilaterales, al igual que otros organismos de asistencia internacional, privilegian el papel de los hombres en el conflicto y es a ellos a quienes se dirigen durante las negociaciones de paz y en la reconstrucción.
Sin embargo, Coomaraswamy recordó que el Consejo de Seguridad de la ONU aprobó el 31 de octubre de 2000 la resolución 1325, que encomendó a la secretaría general del foro mundial el incremento de la participación de mujeres en la toma de decisiones en los procesos de solución de conflictos y de pacificación.
Renate Bloem, presidenta de la Conferencia de Organizaciones no Gubernamentales con relación consultiva con la ONU (Congo), coincidió en que la resolución 1325 fortaleció el poder de las mujeres, pero reclamó un estricto sistema de control para verificar su aplicación.
En ese marco, Coomaraswamy expuso el caso de su país, Sri Lanka, donde las mujeres realizaron una campaña basada en esa resolución del Consejo de la ONU y lograron insertarse en el proceso de paz en curso.
Mientras, Bunch recordó las agresiones sexuales sufridas por mujeres en campamentos de la oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados ubicados en Africa occidental.
No sólo fueron agredidas por otros refugiados sino también por trabajadores de agencias de asistencia y a veces hasta por miembros de las fuerzas de paz, lamentó la activista del Center for Women's Global Leadership.
Esas actitudes están ligadas al concepto de que las diferencias se arreglan por la vía de la dominación y que las soluciona el más poderoso, como acabamos de ver en el Consejo de Seguridad de la ONU, opinó.
En otro plano, si una nación ha sido conmovida, debe hacer algo. Y ese algo debe ser un acto violento, de manera de sentir que ha actuado, refirió Bunch.
La experta se mostró preocupada por la incorporación de más mujeres al mundo de la violencia, ya sea como miembros de guerrillas o de fuerzas armadas.
Si las mujeres no encaran de otra manera el tema de su fortalecimiento como género, que no implique la violencia, terminaremos con que no solo tenemos la violencia contra las mujeres sino tambien más mujeres involucradas en la violencia, previno.