No es ninguna novedad que intelectuales de América Latina, cuyas trayectorias de vida —y obra— caminan lado a lado con el profundo deseo de cambio social en la región, entren en divergencia o en abierta confrontación con algunas medidas adoptadas por la Revolución Cubana.
Tampoco son inéditos o insólitos el debate y la crítica a la Revolución, sin que por eso se deje de reiterar el apoyo al pueblo cubano y al proceso político y social iniciado en 1959.
Algo, sin embargo, surge con aires de novedad en la actual oleada de críticas y claras señales de ruptura.
Y es que más allá de la contundencia, el peso y el volumen de las voces que se alzan para protestar contra la detención y el juicio de un grupo de ciudadanos de Cuba, y que culminó con la ejecución de tres personas que habían participado del frustrado secuestro de una lancha de pasajeros, existe el fantasma del tiempo.
Ese es un fantasma que flota en dos direcciones: el tiempo pasado dentro de esos 43 años de Revolución, y el tiempo del mundo. Este es, creo yo, el eje de lo que cambió.
Las declaraciones más duras no partieron de intelectuales que ya se encontraban alejados de la Revolución Cubana desde hace mucho.
Al contrario, lo que se oye son las doloridas voces de veteranos partidarios del proceso encabezado por Fidel Castro —en especial el novelista portugués José Saramago y el escritor uruguayo Eduardo Galeano— manifestando de manera irremediable su desacuerdo con la situación y los rumbos que el gobierno cubano adopta en un momento de extrema tensión en todo el mundo.
Más grave aún: es verdad que hace tres décadas personalidades de indudable trayectoria política de izquierda, como la poeta nicaragüense Claribel Alegría o los escritores argentinos Julio Cortázar y Rodolfo Walsh, alzaron sus voces en duras críticas a determinados episodios de la Revolución (en especial, el tan sonado 'caso (Heberto) Padilla').
Pero la mayoría de esos intelectuales terminó por recomponerse al lado de Cuba.
Hubo cambios significativos de parte de los mismos responsables por los rumbos de la isla, y aún en los periodos de distancia el diálogo entre esos intelectuales y sus pares cubanos no se interrumpió.
Muchos de los intelectuales extranjeros solidarios con el proceso cubano tuvieron, a lo largo de décadas, la posibilidad de lanzar observaciones duras y críticas abiertas a ciertos aspectos de lo que ocurría en la isla directamente a sus responsables máximos, Fidel Castro inclusive, en un ejercicio poquísimas veces disfrutado por sus pares de Cuba.
Y sin que, por eso, hayan surgido rupturas drásticas. Yo mismo, y en más de una ocasión, presencié observaciones agudas disparadas directamente a Fidel por nombres de incontestable trayectoria de solidaridad con Cuba, como el escritor brasileño Antonio Callado, el poeta ecuatoriano Jorge Enrique Adoum, o, una vez más, Eduardo Galeano, y ninguno de ellos, en su momento, dejó de reivindicar la Revolución.
El antropólogo brasileño Darcy Ribeiro jamás dejó de quejarse de que sus principales obras fuesen ignoradas por Cuba, y jamás dejó de prestar su plena solidaridad a la Isla.
Y bien, si esas divergencias no son novedad, ¿por qué el impacto de ahora?
¿Cuál es la diferencia con acontecimientos anteriores, como el juicio y la patética autocrítica de Padilla en 1970, o la persecución y la censura a pintores y poetas en el prolongado y sombrío periodo conocido por "quinquenio gris", que de hecho se transformó en casi una década negra, y que motivó tantas críticas de nombres que siguieron solidarios con la Revolución?
El tiempo. Por años se esperó, dentro y fuera de la isla, que una revolución consolidada, madura, que ha dado muestras indiscutibles de su capacidad de defensa sin perder una gota de su generosidad e integridad, encontrara mecanismos propios de renovación y se dispusiese a respirar aires nuevos.
El tiempo: el mundo cambió y cambia. Y aunque la situación de agresión a Cuba permanezca prácticamente igual, el desacompañamiento entre la dinámica de la historia y la estática de la Revolución (que valga la paradoja) hace que las expectativas de quienes acompañan ese proceso al lado del pueblo cubano se traduzcan en frustración.
Difícilmente otro acontecimiento histórico logrará concentrar tanto apoyo, tanta esperanza de los pueblos de América Latina, como lo hizo la Revolución Cubana. Si hay críticas contra el modelo, nadie podrá ignorar el ejemplo.
Pero el desgaste es claro. Otro es el mundo, otras son las expectativas y posibilidades, otra —renovada y con mayor vigor— debería ser la historia de la Revolución.
Los intelectuales latinoamericanos solidarios con el pueblo de Cuba seguirán en su actitud. Pero me parece evidente que los conductores del proceso político de este país perdieron aliados importantes, dentro y fuera de la isla, por su negativa a abrir ventanas a vientos renovadores.
Dentro y fuera: al fin y al cabo, no solamente los que acompañan desde lejos tienen ojos y mentes para ver los equívocos. Al contrario, dentro y fuera de la isla, el tiempo devora esperanzas con sus dientes corrosivos.
Los argumentos esgrimidos por el gobierno cubano tienen claras manchas de herrumbre. No que sean viejos: vieja es la exageración, vieja es la paranoia. Viejas las respuestas, viejos los métodos. Y la esperanza envejece de tanto esperar. *****
* Eric Nepomuceno es escritor brasileño, autor de "A palavra nunca", "Coisas do mundo", "Quarta-feira" (cuentos) y los ensayos "Cuba: apuntes sobre una revolución' y "Nicaragua, un país acosado".