El cine documental está de moda en Brasil y atrae a muchos realizadores jóvenes y veteranos, como lo demuestra el festival Todo es Verdad, que se lleva a cabo en Río de Janeiro y Sao Paulo.
El éxito del octavo Festival Internacional de Documentales se refleja en la cantidad. En especial se destacan las películas brasileñas que cubren 60 por ciento de las casi 600 inscriptas, lo cual significa que se multiplicaron por ocho respecto del primer festival de 1995.
La selección tuvo que ser implacable y quedaron 21 filmes de largo, medio o cortometraje en la disputa por los premios. En la parte internacional son 15 los trabajos en competencia.
Sin embargo, están en exhibición 104 películas de 24 países, al sumar muestras retrospectivas de homenaje a dos veteranos documentalistas, el danés Jorgen Leth y el brasileño Eduardo Escorel, más las presentaciones especiales.
El festival inaugurado el 3 de este mes en Río de Janeiro y el día 7 en Sao Paulo tendrá su cierre el domingo próximo en ambas ciudades.
Todo es Verdad, nombre copiado de una película que el cineasta estadounidense Orson Welles empezó a hacer sobre Brasil y no concluyó (It's all true), es considerada la principal muestra de documentales de América Latina.
Su crecimiento se consolidó el año pasado, cuando convocó a 14.000 espectadores, el doble de 2001, confirmando el acierto de la creación de un festival de esa rama del cine por parte del crítico Amir Labaki.
El público brasileño descubrió el cine documental en 2002, cuando dos de sus películas lograron más de 100.000 espectadores y por lo menos otras dos registraron fuerte impacto en la opinión pública.
Los brasileños, siempre acusados de no conocer su propio país, parecen buscar un espejo para mirar directamente su realidad e historia.
Esta octava edición del festival confirma también el reconocimiento de Joao Moreira Salles como uno de los grandes talentos de la nueva generación de cineastas brasileños dedicados al documentalismo.
Moreira Salles, alabado por su largometraje Noticias de una guerra particular, que muestra la violencia del narcotráfico en Río de Janeiro y con el cual ya ganó el premio del festival, presenta ahora una obra totalmente distinta sobre el pianista Nelson Freire.
La película, que lleva como título el nombre del músico, es un mosaico, no una biografía lineal, mezclando partes biográficas, como la vida de niño prodigio de salud frágil en el interior del estado de Minas Gerais, con aplaudidas presentaciones en teatros internacionales y también escenas cotidianas.
La música y por tanto las manos del pianista ocupan un primer plano, ya que el cineasta buscó ser fiel a su personaje que, por su parte, es conocido por su timidez y sencillez, una celebridad que nunca pondría su personalidad por encima de la música.
La tensión previa a la primera presentación de Freire en Rusia, cuando tocó nada menos que el concierto número de dos de Rachmaninoff, uno de los compositores más difíciles de ejecutar, retrata las aflicciones de un músico tímido, aunque experiente.
Así también como los prolongados aplausos y el asedio de los admiradores en cualquier parte del mundo.
Más que a Moreira Salles, cuyo hermano Walter se hizo conocido mundialmente por la premiada ficción Central do Brasil (Estación Central), en este octavo festival Todo es Verdad se destaca el veterano Eduardo Escorel, con una muestra retrospectiva de 13 de sus películas.
El panorama de la obra de Escorel empieza por Bethania de cerca (Bethania bem de perto), de 1966 y que retrata la participación de la cantante María Bethania en el espectáculo teatral Opinión (Opiniao), de resistencia a la dictadura impuesta por los militares de 1964 a 1985.
Importantes personajes de la historia brasileña fueron retratados por Escorel, que en la década pasada se dedicó a reconstituir procesos ocurridos en el país en los años 30, como la revolución de 1930 que impulsó la industrialización de Brasil y el intento de golpe de Estado comunista en 1935.
Pero el festival de este año revela también que muchos cineastas ya reconocidos por sus obras de ficción pasan o vuelven al documental. Es el caso de Joao Batista de Andrade, autor de El caso Mateucci, que disputa el premio de largometraje nacional.
Batista de Andrade es un veterano director de películas de ficción, conocido por obras como El hombre que se hizo jugo (O homem que virou suco), que también hizo documentales para televisión en los años 70 y ahora reanuda esa vertiente.
Toni Venturi, de la nueva generación, es un cineasta que vuelve a sus orígenes. Empezó su carrera haciendo El Viejo, un documental sobre el líder histórico del comunismo en Brasil, Luiz Carlos Prestes, y luego dirigió una película impactante de ficción titulada Latitud cero.
En este festival Venturi presenta también En el ojo del huracán (No olho do furacao), cuya dirección comparte con Renato Tapajós.
Este trabajo recoge los recuerdos de la lucha guerrillera urbana, desarrollada en Brasil de 1968 a 1973 contra el régimen militar, a través de los testimonios de cuatro sobrevivientes. (