Pinky y Sammy son una pareja de jóvenes delfines que retozan en un estanque de la ciudad de Porlamar, en la venezolana isla de Margarita, entre una y otra sesión de nado junto a pequeños grupos de turistas o de exhibición de acrobacias para delicia de adultos y, sobre todo, de niños y niñas.
Pero los delfines son también empleados en el tratamiento de niños con discapacidades, principalmente neurológicas, aprovechando las aptitudes de estos animales para enviar ondas que les estimulan las sensaciones.
Los delfines emiten un silbido que es una onda de alta frecuencia, como el de las máquinas de soldar metales, que puede actuar como estímulo a la producción de algunas hormonas en el cuerpo humano, dijo a IPS la directora del delfinario y coordinadora de los terapeutas, Margarita Mejía.
Teresa Linares, cuyo hijo Simón, de 11 años, padece problemas neurológicos, motrices y de aprendizaje, dijo a IPS que 15 sesiones durante tres semanas de vacaciones en la isla ayudaron a que el niño estuviese más despierto y alerta.
Pero Linares también destacó la alegría y el placer que le produjo a Simón nadar con los delfines.
Además de niños, las terapias en la alberca con los delfines ayudan a pacientes de avanzada edad, como, por ejemplo, los que padecen el mal de Alzheimer, o adultos con estrés e incluso algunas víctimas de accidentes cerebro-vasculares, según Mejía.
Los ejemplares en el delfinario excavado en un parque de atracciones de esta isla caribeña, 350 kilómetros al noreste de Caracas, son de la especie nariz de botella (Tursiops truncatus), cuyo empleo en este tipo de establecimientos es autorizado por la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas (Cites).
La Cites concede anualmente un centenar de permisos para que países como Cuba y México capturen ejemplares con destino a los delfinarios, que invierten entre 50.000 y 80.000 dólares por la adquisición y preparación de cada cetáceo.
La hembra Pinky y el macho Sammy consumen cada día entre nueve y 14 kilogramos de pescado, y el agua de su estanque, 12 millones de litros, no es marina sino potable, tratada con 12 toneladas de sal cada mes.
Son gastos para una larga vida: un nariz de botella en su medio natural, con riesgos como la contaminación o la pesca de arrastre, puede vivir 25 años promedio, pero en el delfinario puede pasar de 40.
Un delfinario como el margariteño cobra por cada sesión de nado recreativo unos 40 dólares por persona, con souvenirs incluidos, y la atención terapéutica de un pequeño paciente durante varias semanas puede reportarle entre 1.000 y 1.500 dólares.
Pero muchos de los 220 pacientes atendidos hasta ahora, en el periodo 2001-2003, no han pagado ni lejanamente esas sumas. Incluso algunos nada, al aceptarlos remitidos por hospitales públicos de la región, indicó Mejía.
En ocasiones, resaltó, hubo trueque de atención de pacientes por sal para el estanque, suministrada por la gobernación del vecino estado de Sucre, en cuya península de Araya se explota sal marina desde principios del siglo XVI.
La principal fuente de ingresos del delfinario procede del medio millón de turistas residentes en tierra firme venezolana que visitan Margarita cada año, muchos de ellos atraídos por el parque de diversiones en Porlamar, principal ciudad de esta isla de 1.150 kilómetros cuadrados y 350.000 habitantes.
A la isla acuden también unos 100.000 turistas del exterior que se dirigen a las paradisíacas playas, pero el grueso de ellos son de tipo C y D (jóvenes de mochila al hombro), que compran paquetes cerrados y no se interesan por parques de atracciones orientados a grupos familiares, dijo a IPS el responsable de un hotel.
La principal carencia que encaramos con nuestros delfines es la merma de los turistas venezolanos y de su capacidad de gasto, por las dificultades económicas del país, resaltó Mejía.
La isla tiene desde hace 30 años un régimen de puerto libre, con exención de impuestos aduaneros y al valor agregado, entre otros, lo que permite a los visitantes comprar cierta cantidad de bienes como licores, quesos y textiles importados a precios entre 30 y 40 por ciento más baratos que en tierra firme.
Ese comercio y el turismo son la principal fuente de ingresos de Margarita, cuya actividad económica tradicional, sin embargo, es la pesca, que aún sostiene directa o indirectamente a un tercio de su población.
Pero los sectores comercial y turístico margariteños cayeron el año pasado, cuando la economía venezolana se contrajo 8,9 por ciento y el consumo retrocedió 5,9 por ciento, amén de que la temporada vacacional de diciembre fue nula porque una huelga contra el presidente Hugo Chávez cortó el suministro de combustible.
Para este año se temen nuevas cifras económicas en rojo. Por ello, en materia de precios, debemos cuidar ahora más que nunca a nuestros turistas, sostuvo el presidente de la Cámara de Comercio del Puerto Libre, Rafael Velásquez.
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+Convención sobre Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres (http://www.cites.org/esp/index.shtml)
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