Cuando comienza el día en la capital iraquí, los sitios bombardeados la noche anterior se vuelven atracciones turísticas. Todo parecía normal en la soleada mañana de este sábado, salvo en un recodo del río Tigris, en cuya margen oeste hay un palacio presidencial y otros edificios del gobierno.
Los pequeños restaurantes sobre la margen oriental estaban llenos. Había café y animadas conversaciones de quienes contemplaban los gigantescos agujeros que hicieron las bombas en esos edificios.
No hubo daños en la margen este, residencial en su mayor parte, ni en los edificios de departamentos del lado bombardeado. Parecía el comienzo de una guerra contra el presidente Saddam Hussein, y no contra el resto de los iraquíes.
Muchas personas mantienen la esperanza de que no correrán riesgos si se mantienen lejos de los edificios del gobierno, sobre todo por la noche.
Pero las personas que se habían reunido a tomar café por la mañana no celebraban al ver parte de su Bagdad reducida a escombros.
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”Si los propios iraquíes derrocáramos a Saddam, estaría bien. Pero no queremos que lo hagan los estadounidenses”, dijo un maestro que había salido a caminar con una amplia camisa sobre su pijama.
De un modo u otro, casi todos los presentes decían lo mismo.
Nada fue reconfortante durante las dos horas de bombardeo de la noche anterior, que la mayoría de los residentes en Bagdad vimos por televisión, porque el suministro de electricidad no se interrumpió, la mayoría en lugares subterráneos o por lo menos al nivel del terreno, para evitar por lo menos un riesgo.
”Es el palacio,” dijo con calma un ejecutivo del hotel al ver las cataratas de fuego. Fue terrorífico. Oímos cada estallido, uno tras otro. El sonido atronador parecía atravesar nuestros cuerpos y las paredes, como si no estuvieran allí.
La visión causó terror a los iraquíes, pero también ira. La mayoría de ellos sólo dijeron cosas impublicables, y luego quedaron en silencio.
George W. Bush puede haber cometido el mayor error de un presidente estadounidense e la historia si pensó que la gente común de Iraq le estaría eternamente agradecida por rescatarlos de Saddam.
Este sábado, la evidente precisión de los bombardeos fue impresionante, pero no le ganó a los estadounidenses amigos, ni futuros anfitriones amables.
Es extraño ver que hay tantos militares y policías iraquíes en actividad como antes de que comenzaran los ataques, por lo menos en Bagdad. Si saben que los estadounidenses se acercan, no lo demuestran.
Observar la transmisión de los ataques por televisión da cierta sensación de seguridad. Todo Bagdad contó los minutos desde que llegaron imágenes británicas del despegue de los aviones de guerra B-52, y muchos calcularon cuánto tardarían en llegar. La mayoría de los cálculos fueron correctos.
”Es su manera de avisarnos que van a atacar. Podrían despegar en secreto si quisieran”, dijo el ejecutivo del hotel, mientras el edificio se sacudía y oíamos ruidos cercanos de vidrios hechos pedazos por la onda expansiva de las bombas.
Pero no todos los misiles son lanzados por aviones cuyo despegue pueda verse por anticipado, y nadie sabe cuándo caerá uno que no alcance su blanco gubernamental previsto, o llegue al blanco no gubernamental al cual fue dirigido. (