El grupo estadounidense Human Rights Watch (HRW) exhortó a Estados Unidos a no usar en Iraq las mismas bombas de racimo que arrojó en Afganistán y mataron o hirieron a numerosos civiles durante o después del conflicto.
Al menos 12.400 submuniciones de esas bombas yacen en el suelo afgano sin explotar y amenazan a la población, sostiene "Falla fatal: Las bombas de racimo y su uso por Estados Unidos en Afganistán", un informe de 65 páginas de HRW basado en una investigación realizada la última primavera boreal.
Las bombas de racimo, también llamadas de dispersión, consisten en un contenedor que cae a gran velocidad y se abre antes de tocar tierra para liberar cientos de submuniciones o bombas más pequeñas en todas direcciones.
Estos artefactos han sido criticados por varios grupos de derechos humanos, entre ellos HRW, porque matan en forma indiscriminada al estallar y además tienen una alta posibilidad de que las submuniciones no exploten al llegar al suelo y permanezcan así sobre el terreno durante años, para luego explotar al menor roce.
Al igual que la remoción de las minas de tierra, la de esas submuniciones es un proceso muy largo y costoso, porque deben ser ubicadas y destruidas una por una.
Mientras Estados Unidos se prepara para atacar Iraq, HRW exhortó a Washington a suspender el uso de las bombas de racimo hasta que mejoras técnicas permitan reducir el índice de error a menos de uno por ciento, frente al cinco por ciento estimado en Afganistán.
Estados Unidos atacó Afganistán en octubre de 2001 para derrocar al régimen extremista islámico Talibán que albergaba al saudí Osama bin Laden, líder de la red terrorista Al Qaeda y el principal sospechoso de los atentados del 11 de septiembre en Nueva York y Washington.
Entre octubre de 2001 y marzo de 2002, Estados Unidos arrojó sobre Afganistán cerca de 1.228 bombas de racimo (cinco por ciento del total de bombas arrojadas) con 248.056 submuniciones, según el informe, que se refiere al uso de esas bombas también en la guerra de Kosovo (1999) y la del Golfo (1991).
En la guerra del Golfo, Estados Unidos y sus aliados arrojaron 61.000 bombas de racimo con 20 millones de submuniciones sobre Iraq y Kuwait, y ocho años después, en la provincia serbia de Kosovo, 1.765 de esos artefactos con 295.000 submuniciones.
Las bombas de racimo constituyeron 25 por ciento de todas las bombas arrojadas durante la guerra del Golfo. Los proyectiles sin estallar mataron a 1.600 civiles e hirieron a 2.500 más hasta febrero de 1993.
Los menores de 15 años representaron 60 por ciento de todas las víctimas, porque los niños tienden a ser menos cuidadosos en terrenos de batalla y porque las submuniciones, del tamaño de una lata de refrescos, son coloridas y llaman su atención.
En Kosovo, se calcula que las bombas de racimo mataron entre 90 y 150 civiles, pero con más de 20.000 submuniciones sin estallar -estimados en base a una tasa de error de 11 por ciento- siguen matando inocentes cada año.
Durante la guerra, el entonces presidente estadounidense Bill Clinton suspendió temporalmente el uso de bombas de racimo luego de que una falla técnica provocó la muerte de 14 civiles e hirió a otros 28.
En el año siguiente al fin del conflicto, 50 civiles murieron por submuniciones que no habían detonado al tocar suelo, en su mayoría niños.
En Afganistán, Estados Unidos restringió el uso de las bombas de dispersión y mejoró su exactitud mediante "distribuidores de municiones con corrector de viento", un dispositivo direccional que "le indica" a la bomba dónde se encuentra el blanco y por medio de guía inercial determina dónde debe caer.
Sin embargo, HRW halló en Afganistán los mismos problemas que produjeron víctimas civiles en otras campañas: falta de precisión en el blanco, gran número de proyectiles sin estallar y dificultad de remoción.
El estudio confirmó que al menos 25 civiles murieron y muchos más resultaron heridos durante ataques con bombas de racimo en áreas pobladas o cerca de ellas, pero señaló que se trata de una estimación conservadora, porque muchas muertes y lesiones no fueron reportadas.
Además, al menos 127 civiles – – típicamente niños, pastores y agricultores, además de dos removedores de minas – – resultaron muertos o heridos debido a la explosión de submuniciones una vez cesadas las hostilidades, informó el Comité Internacional de la Cruz Roja.
"Con la guerra contra Iraq en el horizonte, Estados Unidos debería aprender las lecciones de su guerra aérea contra Iraq", advirtió Bonnie Docherty, investigadora de la División de Armas de HRW y autora del nuevo informe.
Washington "no debería usar bombas de racimo hasta que la tasa de error se reduzca en forma significativa, y como mínimo, no debería emplearlas cerca de áreas pobladas", urgió.
La publicación del informe de HRW se produce mientras Estados Unidos da los toques finales a sus planes militares para derrocar al régimen iraquí de Saddam Hussein.
Aunque se prevé que la guerra consistirá principalmente en una campaña terrestre lanzada desde el vecino Kuwait, y probablemente desde el sudeste de Turquía, Washington también utilizará bombas en forma intensiva contra objetivos militares clave, antes, durante y después de la invasión.