FINANZAS-CHINA: Deudas incobrables amenazan al sistema bancario

La acumulación de créditos morosos y la amenaza de un colapso bancario ensombrecen el futuro de China, una de las economías de más rápido crecimiento del mundo, que parece lista para sustituir a Japón como la principal potencia de Asia.

Aunque la estrella de China es por ahora una de las más brillantes del continente asiático y del mundo, su problema de las deudas incobrables es mucho más grave que el de Japón y se ha convertido en un gran agujero negro que podría desencadenar una crisis financiera en cinco o seis años, advirtieron analistas.

La amenaza se cierne sobre un gobierno tecnócrata comprometido con la modernización, que acaba de renovar sus líderes en el último congreso del Partido Comunista, este mes.

La economía china crece un promedio de ocho por ciento al año, pero este ritmo fue sostenido en el último decenio a través de créditos que nunca se reembolsarán y que representan actualmente 50 por ciento de todos los préstamos del país.

El nivel de créditos morosos de China es apenas superior al de Indonesia, con 48 por ciento, según la agencia calificadora de riesgo Standard & Poor's Corp, que considera a ambos países los de mayor riesgo bancario de Asia.

Un informe publicado en octubre por el servicio a los inversores de la agencia Moody's había situado en 45 por ciento los préstamos morosos de China.

”Son los bancos los que han asumido el costo de la transición económica”, afirmó Jiang Jianqing, presidente del Industrial Bank of China.

Según el gobierno, las deudas incobrables representan apenas 25 por ciento del total, equivalentes a 180.000 millones de dólares, pero según la agencia de corretaje CLSA, de Hong Kong, suman 450.000 millones de dólares.

Mientras, los préstamos morosos de Japón ascienden a un billón (millón de millones) de dólares, pero representan apenas ocho por ciento del total de los créditos.

Aunque la situación bancaria de ambos países pueda parecer similar, la economía China tiene problemas muy diferentes a los de Japón, su rival en Asia.

Tokio ya no puede estimular la demanda doméstica con el gasto gubernamental, porque ya ha construido una infraestructura compleja y hay pocos productos nuevos para los consumidores.

En contraste, China está compensando décadas de estancamiento económico a través de un programa de fondos para reconstruir ciudades, crear nuevas y unir distintos puntos del país a través de infraestructura moderna.

Beijing invierte los ahorros del pueblo en nuevas carreteras, aeropuertos, vías férreas, complejos de viviendas y centros de compra. En contraste con la envejecida población japonesa, la de China (1.300 millones) es joven.

Pese a la política del hijo único, cada año se agregan a la población china entre 20 y 30 millones de personas.

Además, China tiene uno de los índices de urbanización más bajos del mundo, y en los próximos 50 años, quizá millones de habitantes se trasladen del campo a las ciudades.

Esto significa que la economía china continuará creciendo por muchos años, dado que esa población migrante comenzará a gastar en los más diversos artículos, desde electrodomésticos hasta automóviles y viviendas.

La economía también está movilizada por unos 350.000 millones de dólares vertidos por inversionistas extranjeros en la última década.

El gobierno del saliente primer ministro Zhu Rongji canalizó esos capitales hacia las áreas costeras que están impulsando el crecimiento de las exportaciones.

Mientras, cada día alguna fábrica japonesa cierra y traslada sus operaciones a China, aunque Japón todavía tiene un gran superávit comercial.

La tendencia llevó a algunos economistas a advertir que la industria japonesa se está ”vaciando” y China la está absorbiendo.

Pero China tiene sus propios problemas, vinculados con las industrias estatales heredadas de la era de Mao Zedong.

Casi todas las grandes ciudades chinas tienen una moderna zona industrial destinada a atraer capitales extranjeros y un cinturón de fábricas en que los administradores públicos intentan equilibrar los intereses enfrentados de la productividad y el exceso de mano de obra.

En lugar de cerrar esas fábricas, el gobernante Partido Comunista apostó a su restauración. La esencia de los problemas bancarios es la carga del respaldo a esas empresas insolventes.

Las compañías públicas emplean todavía a la mitad de la fuerza de trabajo urbana, pero sus ganancias son muy bajas, y el año pasado registraron una disminución de 0,8 por ciento.

El Estado podría rescatar a los bancos o a sus clientes, las empresas públicas, si lograra recaudar impuestos, pero la recaudación fiscal representa apenas 17 por ciento del producto interno bruto.

De hecho, el Estado utiliza bonos del tesoro para pagar los intereses de su deuda y recapitalizar a los cuatro grandes bancos nacionales: el Banco Agrícola de China, el Banco Comercial e Industrial de China, el Banco de Construcción de China y el Banco de China.

En un esfuerzo por preparar a esos cuatro bancos para el mercado de capital, Beijing trasladó hace tres años préstamos morosos por 160.000 millones de dólares de los libros del banco hacia compañías de gestión de activos, pero ese plan no resolvió los problemas bancarios.

Muchos de los créditos, en lugar de cambiarse por dinero efectivo, fueron convertidos en acciones de las empresas insolventes, lo cual permitió que aun las más ineficientes permanecieran en actividad.

El problema de los créditos morosos es de difícil solución, no sólo porque las garantías carecen de valor, sino también porque China no cuenta con un sistema jurídico apropiado, mucho menos con una ley de quiebra eficaz.

Para que China no caiga en su propia versión de la crisis bancaria japonesa, debe detener pronto los créditos bancarios e impulsar la reforma estructural, exhortaron analistas.

”El tiempo se acaba, y los bancos chinos deben ser diligentes en el proceso de reforma”, instó Frederick Hu, analista financiero sobre China de la firma Goldman Sachs, en Hong Kong. ”Los arreglos rápidos no existen”, agregó.

Sin embargo, la canalización de capitales de las débiles empresas estatales hacia inversiones productivas significaría el cierre de fábricas, más despidos y finalmente el caos social, lo que más temen los líderes comunistas. (FIN/IPS/tra-en/ab/aag/js/mlm/if/02

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