COLOMBIA: Renace el marfil vegetal

La nuez de la palma de marfil, relegada durante décadas por la invasión del plástico, es redescubierta ahora en Colombia como materia prima de artesanías y joyas.

En un pequeño taller del centro de Bogotá un joven artesano da el toque final a un juego de gargantilla y aretes en plata y tagua, el marfil vegetal que causa furor entre los diseñadores de joyas.

La tagua es la nuez del fruto de la palma de marfil (Phytelephas seemannii, Phytelephas macrocarpa) explotada desde la época colonial y conocida por marfil o mármol vegetal, cabeza de negro, nuez de piedra del Brasil o chichón.

Ahora ”la tagua renace y está de moda” dice a Tierramérica Josué, joyero del centro de Bogotá, mientras lustra un pequeño triángulo de la corteza engarzado en hilos de plata.

Este juego es el primero de una docena que le encargó una exclusiva tienda del norte de la ciudad, donde su precio se triplicará con sólo exponerlo en la vitrina.

La palma, de cinco metros de altura y tronco pequeño y rastrero, tiene manojos de frutos que pueden pesar hasta 12 kilogramos. Cada fruto, similar a una piña, contiene entre seis y nueve semillas recubiertas.

Durante la maduración —entre seis y 12 meses— la semilla se endurece, adquiere un grosor de 1,5 centímetros y su color cambia de blanco a ocre claro.

Dureza y color son las propiedades que identifican la calidad de esta materia prima vegetal, una de las primeras explotadas en la América colonial.

En 1880, se exportaban 4.000 toneladas de tagua desde el meridional puerto de Tumaco, sobre el océano Pacífico. Por entonces, la libra (450 gramos) de semilla se cotizaba a siete centavos de dólar en el mercado de Nueva York.

La demanda procedía de la industria de botones, mangos de paraguas y bastones, pipas y otros utensilios. Pero el marfil vegetal cayó en desgracia al ser sustituido por el plástico.

”Yo conocía la tagua, pero en juguetes y miniaturas decorativas que mi abuela traía de Chiquinquirá”, recuerda Josué.

Esa ciudad, en el central departamento de Boyacá, es famosa por la Basílica de la Virgen y por los objetos de tagua que sus artesanos trabajan con maestría desde comienzos del siglo XX.

Allí y en la vecina Tinjacá reside la familia Bonilla, tres generaciones que atesoran la tradición del trabajo en tagua desde 1917, cuando Horencio Bonilla viajó a la selvática zona del Carare y regresó con algunas semillas.

”Le causaron curiosidad porque era ebanista y vio que podía trabajarlas con la misma herramienta que usaba para la madera”, relató a Tierramérica la artesana Carmen Elisa Bonilla, una de las nietas de Horencio, quien aprendió el oficio de su padre.

”Mi abuelo, mi padre, mis tíos y hermanos han enseñado a trabajar la tagua a unos cien artesanos quienes han montado sus propios talleres”, sostuvo.

Pero la tagua se trabaja en otras zonas, como la bahía Solano en el departamento del Chocó (costa del Pacífico), donde la empresa estatal Artesanías de Colombia impulsa un proyecto de formación en diseño y producción con tagua para 30 artesanos negros y de la etnia emberá.

Desde allí y otras zonas salen joyas, bandejas, servilleteros y diversos utensilios hacia la feria anual de artesanías en Bogotá, donde las ruedas de negocios abren canales para la exportación.

*Publicado originalmente el 6 de octubre por la red latinoamericana de diarios de Tierramérica. (FIN/Tierramérica/mig/dcl/dv/en/02

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