Las ceremonias de las cosechas están recuperando un papel protagónico en la identidad nacional de Mozambique, Swazilandia y Zululandia, el reino zulú enclavado en la provincia sudafricana de Kwazulu-Natal.
La festividad de la cosecha o incwala se lleva a cabo desde fines de diciembre, en coincidencia con la Navidad, hasta el fin del verano austral, cuando aparecen las primeras cosechas de las cuales estas comunidades agrícolas han dependido históricamente.
Los swazis creen que el bienestar de su país y de su pueblo depende del éxito de la festividad de la cosecha. Los mozambiqueños, por su parte, creen que si el animal salvaje que ocupa un lugar central de su desfile no se muestra amigable, el año por venir será de infortunio.
Sin embargo, las festividades no han podido evitar algunos desastres naturales, como sequías e inundaciones, que asolaron la región en los últimos meses.
El pueblo zulú aún lamenta haber perdido sus festejos durante la dominación británica, y muchos consideran que no recuperará su integridad hasta que no restaure esos antiguos ritos.
Pese a su papel central en la identidad nacional, estas prácticas son poco comprendidas por los extranjeros y existe muy poca literatura sobre ellas.
Mencionadas en traducciones inglesas como «festival de la cosecha», «festejos monárquicos» o «rito de los primeros frutos», estas celebraciones de la etnia bantú, desde los xhosa de Sudáfrica hasta los tsongas de Mozambique, son muy similares.
Se trata de ceremonias sagradas que apelan a lo sobrenatural, los espíritus ancestrales, la magia y los rituales. Y, como todo rito, si no son ejecutadas con exactitud, los espíritus convocados pueden sentirse ofendidos y negar el favor que se les solicita.
«Los emadloti (espíritus ancestrales) interceden en favor de la vida ante el todopoderoso, al que llamamos umkhulumkhulu, el más grande de los grandes», explicó Gogo Ndwandwe, una sangoma, o sanadora tradicional cuyas facultades le permiten comunicarse con los ancestros para curar a sus pacientes.
«Los ancestros se ocuparán de las lluvias buenas y de que el rey sea firme», sabio y protegido, agregó.
Mozambique vivió una pequeña crisis en febrero cuando un hipopótamo que debía asomarse de su estanque en medio de la ceremonia, simplemente no lo hizo.
Si el animal hubiera reaccionado positivamente ante la gente que cantaba y danzaba a su alrededor, se habría convertido en señal inequívoca de prosperidad económica para el año.
La ceremonia, que se realizó en la localidad Gwazamthini, al norte de la capital, Maputo, atrajo al presidente Joaquim Chissano, así como asistentes de las provincias de Inhambane, Gaza y Maputo, la mayoría ataviados con sus trajes tradicionales.
Para algunos el fracaso se debió a la introducción de la política. «Los ancestros estaban ofendidos. Se suponía que el ritual era en su honor, pero los políticos lo convirtieron en un memorial de guerra», opinó Simeo Kapela.
El gobernante Frente de Liberación de Mozambique (Frelimo) organizó la ceremonia para el tres de febrero, en coincidencia con el aniversario de la muerte del fundador del partido y padre de la independencia de Mozambique, Eduardo Mondlane.
En la ocasión, Sissano habló de los combatientes que perdieron su vida durante 17 años de guerra civil, que siguieron a la conquista de la independencia en 1975.
La política ocupa un lugar protagónico en la celebración swazi del incwala. Por eso los grupos que impulsan la democracia evitan el «festival monárquico» en el cual la nación pide a los espíritus que aseguren la buena fortuna del país fortaleciendo a su líder, el rey Mswati.
Para el hermano mayor del rey, el príncipe Sobandla Dlamini, el Incwala debe comprenderse en un contexto cultural y no político. «Este es el punto alto del año, cuando los swazis mostramos el orgullo de ser quienes somos», dijo.
Miles de guerreros y miembros de la familia real vestidos según la tradición se reúnen en un enorme recinto para el ganado en la residencia de Ludzidine, hogar de la reina madre, quien protege las medicinas sagradas para provocar la lluvia.
Los festejos, que se prolongan durante un mes, se inician cuando el rey envía a un grupo de sacerdotes a una travesía hasta el océano Indico, para recoger agua de mar y hierbas que se utilizan en la celebración.
La festividad culmina con el Gran Incwala, feriado nacional que se cumple poco después de la primera luna llena posterior al solsticio de verano del Hemisferio sur.
Durante ese mes, el rey observa un retiro durante el cual se prepara para conducir a su nación con rituales de danza y canto. En el clímax de esas danzas, y sólo en presencia de sus familiares más allegados, el rey bendice los primeros frutos de la cosecha anual.
«En los viejos tiempos nadie podía comer los frutos antes que el rey les otorgara las bendiciones de los ancestros», explicó Mandla Dube, un joven guerrero vestido con una pesada capa de cola de buey y portando un gran escudo de cuero.
Aunque los misioneros cristianos que acompañaron a los colonizadores británicos intentaron desalentar la práctica del Incwala, al contrario de lo ocurrido con casi todas las celebraciones tradicionales en tiempos coloniales, éste nunca fue prohibido o alterado por las autoridades coloniales.
Quizás esto explique por qué esta festividad permanece incambiada y se observa casi del mismo modo que la impuso el primer rey swazi, Dlamini I, hace 500 años.
La comunidad amazulú, hermana étnica de los swazis del otro lado de la frontera sudafricana, con la que comparte una lengua similar y muchas costumbres, no corrió la misma suerte bajo el dominio británico.
Los zulúes enfrentaron militarmente la invasión británica y fueron sojuzgados perdiendo su soberanía como nación. Ante la desaparición de la casa real, el incwala nacional también languideció hasta morir.
El actual rey de los zulúes, Goodwill Zwelethini, intenta reintroducir la práctica, tal como logró revivir la danza con juncos de las doncellas en homenaje a la familia real.
«De momento son actos divertidos a los que asisten muchos turistas que visitan (la occidental provincia de) KwaZulu-Natal. Pero tomará algún tiempo para que la gente las observe como ceremonias sagradas. Creo que hemos perdido ese sentido de reverencia», opinó el guía turístico Charles Mngomezulu, de Durban.
Por devoción o amor al espectáculo, los incwalas de Africa austral están ganando fuerza y recuperando la atención sobre su papel cultural. (FIN/IPS/tra-eng/jh/mn/dc/cr/02