Los psiquiatras que atienden emergencias en la capital de Argentina están desbordados, pues la crisis económica y social multiplicó los pedidos de auxilio, que con frecuencia revisten una gravedad comparable a los usuales en una posguerra.
«En los últimos cinco años la demanda de emergencias se duplicó, pero en el último año, y especialmente desde diciembre, el trabajo nos desbordó», dijo a IPS el psiquiatra Jorge Cópola, que atiende emergencias en el Hospital Alvear de Buenos Aires y sale en ambulancia a asistir en los casos más agudos.
Hace 11 años, cuando Cópola ingresó en el servicio, solo trabajaban dos psiquiatras por guardia. Desde hace cinco años son cuatro. El que cubría la guardia nocturna solía entonces salir en la ambulancia una vez por jornada.
Todo cambió hace dos meses. Ahora, el psiquiatra que cubre la guardia nocturna sabe de antemano que no dormirá.
El ritmo de trabajo creció en paralelo a la crisis económica, la recesión y el desempleo, a los que expertos atribuyen un aumento de los intentos de suicidio, las agresiones verbales y físicas, las autoagresiones, el estrés agudo, las depresiones y las internaciones.
Las urgencias aumentaron 30 por ciento entre diciembre y enero, pero la cantidad no es lo más preocupante, sino la gravedad de los casos y el dramatismo con que se manifiestan, dijo Gustavo Ligalupi, del Centro de Emergencias Psiquiátricas de Argentina.
«No había visto cuadros como éstos desde la posguerra de Malvinas» tras el enfrentamiento entre Argentina y Gran Bretaña en 1982, comentó Ligalupi.
Se trata de pacientes con estrés agudo que se expresa en brotes piscóticos (de locura) pero sin la patología de base. «Es como una locura pasajera, una alteración grave de la conducta», observó.
Tanto Cópola como Ligalupi coinciden en que una enorme mayoría de los adultos sufren problemas de trabajo y quiebras, hombres que se culpan por no poder mantener a la familia o que están a punto de perder su casa por un crédito sin pagar.
La crisis de los últimos meses sólo asestó un golpe final a un deterioro que era progresivo, agregaron.
«Es gente que viene de muchas pérdidas, que en los últimos años debió resignar la casa de fin de semana, luego las vacaciones, también el automóvil o el colegio (privado) de los hijos, y ahora perdió mucho de golpe por la crisis de los bancos y la devaluación», describió Ligalupi.
Las mujeres son las usuarias más asiduas de los servicios psiquiátricos a nivel mundial, pero sus dolencias no son tan graves como las de los hombres, que consultan menos pero lo hacen cuando ya sufren cuadros de extrema gravedad, que requieren medicación o internación a veces prolongada.
«Estábamos acostumbrados a asistir a mujeres que intentaban suicidarse mediante la ingesta de ansiolíticos en una cantidad manejable, pero ahora vemos muchos más casos de hombres que toman frascos enteros de pastillas, insecticidas, o que usan armas blancas» para agredirse, relató Ligalupi.
En el Hospital Alvarez, los intentos de suicidio son la primera causa de llamadas a la emergencia domiciliaria. «Si el paciente tiene 'éxito', entonces no nos enteramos, porque va el médico forense», se disculpó, irónico, Cópola al ser consultado por un eventual aumento de los suicidios.
Sí registran muchos más casos que antes de intentos de suicidio y, como explicó Ligalupi, más dramáticos. Algunas veces, son agentes de policía quienes llaman, porque encontraron a un paciente merodeando las vías del tren o intentando atarse a ellas.
Un hombre intentó matarse simulando un accidente, y dijo al psiquiatra que lo hizo para que la familia cobrara el seguro de vida, contó el médico.
Del mismo modo, el Servicio de Asistencia al Suicida registró un fuerte aumento de las solicitudes telefónicas de contención. Cuarenta 40 por ciento de los problemas se relaciona con la crisis socio-laboral. Se trata de personas desesperadas por los compromisos económicos, informó el organismo.
En el mejor de los casos, el que llama angustiado, después de desahogarse, pide cortar la llamada debido al costo del servicio telefónico, un dato alentador para el profesional que atiende porque revela un síntoma vital, pero que también da cuenta del tipo de problemas que afronta la población.
El desempleo se calcula en 22 por ciento de la fuerza de trabajo, pero es mayor la proporción de los que, aun con empleo, no acceden a un ingreso suficiente para cubrir sus necesidades básicas. De 36 millones de habitantes, más de 14 millones viven bajo la línea de pobreza.
El gobierno de la ciudad de Buenos Aires creó en 2001 otro servicio telefónico de 24 horas denominado «Salud mental responde», que derivan unas 40 consultas diarias a hospitales y centros de salud que dependen de la comuna.
Los tratamientos privados con psicoterapeutas, que en un momento colocaron a Argentina en el tope de la nómina de países por habitantes psicoanalizados, se tornaron cada vez más breves y por síntomas puntuales, hasta que en diciembre muchos pacientes parecen, directamente, haber desertado.
«Dicen que quieren esperar enero y febrero para ver qué pasa en marzo, y no sabemos si van a volver. Algunos plantean pagar menos, pero otros ni siquiera hacen una propuesta. Se van», explicó a IPS la psicoanalista Andrea Sola.
Todos los expertos consultados recomiendan no aislarse en los problemas personales y pedir ayuda, o al menos que procure hablar con otros de lo que a uno le pasa. En este sentido, Ligalupi consideró muy sanas las protestas con cacerolas y asambleas de vecinos, que suelen ser nocturnas, para resistir con otros la crisis.
El servicio del Hospital Alvear es gratuito y atiende a personas de escasos recursos económicos, y también a pacientes de clase media empobrecida por la crisis. El Centro en que trabaja Ligalupi, en cambio, asiste a usuarios de obras sociales (sistemas de salud de los sindicatos) y prepagas (empresas privadas de salud).
Ambos expertos destacan que en los sectores medios y altos, además de las agresiones dentro de la familia, hay muchas parejas que decidieron la separación pero no pueden hacerlo por razones económicas, lo que agrava el malestar y la violencia entre los cónyuges y, también, cobtra los hijos.
Cópola y Ligalupi observaro, además, que en la clase media y baja es frecuente el abandono de pacientes en crisis. A veces, los psiquiatras acuden a asistir una emergencia por el llamado de un familiar y, al llegar, encuentran solo a un anciano lúcido que requeriría atenciones básicas que nadie le dispensa. La persona que llamó no se encuentra.
Otras veces, hospitalizan por un cuadro agudo a un paciente en una crisis pisquiátrica y luego nadie lo va a buscar. La internación de pacientes psiquiátricos —tengan o no una enfermedad de base— sólo puede concluir con la firma de un familiar que lo retira o de un juez que interviene en la causa.
«La familia a veces no los puede contener o no los aguanta más, y los dejan en el hospital, donde tenemos 16 camas y un promedio de 22 personas internadas en forma permanente», explicó Cópola.
Los sin cama duermen en camillas o en colchones sobre el suelo a la espera de un rescate familiar que se prolonga más de lo debido, probablemente también por causa de la misma crisis que exacerba todos los problemas. (FIN/IPS/mv/mj/he pr/02