PERIODISMO: Los mitos que cayeron con las torres gemelas

Los comandos suicidas que el 11 de septiembre atacaron Nueva York y Washington no solo destruyeron dos de los mayores símbolos de Estados Unidos, sino que generaron una reacción en cadena que derrumbó también mitos del periodismo.

"Los hechos son sagrados y las opiniones son libres". El aforismo que sirvió de viga maestra al modelo de periodismo anglosajón y a su expansión hacia América Latina fue, tal vez, la primera víctima en los medios de comunicación estadounidenses de la operación "Libertad duradera", la reacción militar de Washington ante los atentados.

El 10 de octubre, las seis principales cadenas televisivas de Estados Unidos se convirtieron en un engranaje más de la guerra contra Afganistán, comenzada tres días antes, al aceptar la censura previa a los mensajes del saudita Osama bin Laden, acusado por el gobierno de George W. Bush de los ataques al World Trade Center en Nueva York y al Pentágono en Washington.

En un cuadro de contrastes, mientras las cadenas estadounidenses renunciaban a la libertad de expresión, el canal televisivo satelital Al Jazeera se fue legitimando, desde el tradicional y monárquico Qatar, como la fuente de información más fiable sobre el desarrollo del conflicto en Afganistán.

El 26 de diciembre, Al Jazeera, que cubre todo el mundo árabe, cerró el año con la difusión de un nuevo mensaje en vídeo de Bin Laden, mientras se mantenía en la incertidumbre el paradero y la suerte del dirigente integrista.

Odiado en el mundo occidental, venerado entre los integristas islámicos, el millonario saudita fue, sin duda, la figura central de los medios informativos de todo el mundo en el año que finaliza.

Sin embargo, las principales revistas estadounidenses, como Time y Newsweek, tuvieron que renunciar a los más elementales y obvios criterios periodísticos y abstenerse de reconocer a Bin Laden como "el personaje del año" en su balance de 2001.

Adjudicaron, en cambio, ese honor al alcalde de Nueva York, Rudolph Giuliani, por la labor que desplegó tras los atentados para limpiar los escombros en Manhattan y devolver a los habitantes de la metrópoli la tranquilidad y el orgullo heridos por los ataques terroristas.

Giuliani y Bush pasaron a encabezar así la lista de "héroes americanos", por obra y gracia de una prensa convertida en caja de resonancia de un sentimiento colectivo creado por la clase política de Estados Unidos.

"No es patriotismo; es patrioterismo (chovinismo) lo que ha demostrado la prensa estadounidense a partir del 11 de septiembre", escribió la periodista chilena Ximena Torres Cautivo en la revista El Sábado.

Torres Cautivo advirtió la falta de análisis de fondo en Estados Unidos sobre los atentados y la guerra contra Afganistán, así como las represalias del público y de los avisadores que acallaron las pocas voces disidentes en la prensa.

Para numerosos periodistas y expertos, la posición de la prensa estadounidense en el último conflicto termina de cristalizar una tendencia regresiva para la libertad de información y la independencia ante el poder, que alcanzaron sus expresiones más altas en la guerra de Vietnam (1965-1975) y en el caso Watergate (1974).

En 1991, la guerra del Golfo que enfrentó a Estados Unidos y sus aliados con Iraq, puso de manifiesto nuevos métodos de control del mando militar sobre el acceso de los periodistas a los escenarios de conflicto, según el chileno Raúl Sohr, analista de defensa y corresponsal de guerra.

Esa modalidad, que convirtió los bombardeos contra Iraq en una suerte de videojuego sin muertos ni heridos en las imágenes transmitidas por la cadena televisiva estadounidense CNN, se reprodujo en la cobertura de los medios estadounidenses de los ataques a Afganistán.

Esta cobertura mostró primordialmente un conflicto aséptico, sin mutilados por las bombas que se lanzaban junto con alimentos sobre territorio afgano.

Los suscriptores de la televisión por cable en América Latina pudieron observar el contraste entre la cobertura de la CNN, con enviados especiales que exaltaban el avance bélico de la Alianza del Norte opositora al régimen de Talibán, y de la Televisión Española, que siguió primordialmente el drama humanitario de los refugiados en la frontera de Afganistán y Pakistán.

Armando Silva, catedrático de Semiología de la Universidad Nacional de Colombia, dijo a la agencia argentina Telam que Estados Unidos impuso las pautas de cobertura periodística desde su posición de país "militarizado", lanzado a reconquistar en Afganistán su "virilidad y dignidad".

Se impuso así un "concepto extremadamente empobrecedor", basado en la división del mundo en "buenos y malos", que derivó, entre otras consecuencias, "en la prohibición de emitir imágenes del sufrimiento del pueblo afgano", dijo el académico.

La prensa de Estados Unidos se sometió a la censura de su gobierno por un conjunto de razones, en que se mezclan "la moral, la conveniencia política, las convicciones, las razones de Estado y, por sobre todo, el sentido de la oportunidad", sentenció Raúl Trejo Delarbre, del Instituto de Investigaciones Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México.

El debate acerca de la cobertura de la guerra en Afganistán puso también en evidencia una vez más la dependencia de los medios de comunicación latinoamericanos, especialmente la televisión, de las grandes cadenas internacionales y, en especial, de la CNN.

Patricia Tellez, profesora de la Facultad de Comunicación de la Universidad Javeriana de Colombia, dijo a IPS que los canales de televisión de su país "se alinearon alrededor de la versión de CNN. Los noticieros se limitaron a retomar imágenes sin mayor análisis o reflexión".

Los atentados del 11 de septiembre de 2001 quedaron registrados en la historia como una operación comunicacional, con millones de telespectadores en todo el mundo que vieron "en vivo y en directo" al avión que se estrelló contra la segunda torre gemela en Nueva York, cuando aún no se aclaraba si el impacto contra la primera torre había sido o no un accidente.

Tal vez ese fue el elemento que gatilló con más fuerza la estrategia periodística de guerra que asumió el gobierno de Bush y que deja como una de las víctimas de 2001 a las libertades de información y expresión.

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