Estados Unidos parece seguir un rumbo estratégico para convertirse en el único e indiscutido poder imperial del siglo XXI, según un plan delineado en 1992 por dos funcionarios del Departamento (ministerio) de Defensa.
«Si bien Estados Unidos no puede convertirse en 'policía' del mundo, retendremos la responsabilidad de enfrentar selectivamente aquellos males que amenacen no sólo nuestros intereses, sino los de nuestros aliados y amigos, o las relaciones internacionales», se afirmaba en el documento, redactado luego de la guerra del Golfo, contra Iraq.
El objetivo central de la estrategia es prevenir la aparición de una potencia rival tanto en el ámbito mundial, como en las regiones geoestratégicas clave: «Europa occidental, Asia oriental, la ex Unión Soviética y Asia sudoriental», sostenía el plan.
En Medio Oriente y Asia sudoriental, «nuestra meta primordial es continuar siendo la potencia exterior predominante, y preservar el acceso de Estados Unidos y Occidente al petróleo regional», puntualiza el texto.
Simultáneamente, «deberíamos esperar que las coaliciones futuras no perduren más allá de las crisis que se enfrenten, y en muchos casos sólo impliquen acuerdos generales sobre los objetivos a alcanzar», rezaba el documento.
El ejercicio militar deberá verse como «una constante» del nuevo orden, si bien «la sensación de que el equilibrio mundial será respaldado en última instancia por Estados Unidos, se convertirá en un importante factor estabilizador», según el documento.
Ningún estado debería cuestionar el liderazgo de Estados Unidos, advertía el texto, que reclamaba un «nuevo orden que (satisfaga) los intereses de las naciones industriales para desalentarlas a desafiar nuestro predominio o a modificar el modelo económico y político establecido».
Aquellos planes secretos, revelados entonces por el diario The New York Times, provocaron considerable revuelo en Washington, cuando gobernaba George Bush (1989-1993), padre del actual mandatario.
El documento fue considerado una receta para imponer al mundo «literalmente una pax americana» por el senador demócrata Joseph Biden, actual presidente del Comité de Relaciones Exteriores del Senado.
La polémica se tranquilizó cuando los sectores moderados del gobierno se impusieron al entonces secretario (ministro) de Defensa y actual vicepresidente, Dick Cheney, y lograron un documento final más sobrio, con menciones al papel de la Organización de Naciones Unidas (ONU) en el mantenimiento de la paz mundial.
En efecto, los extractos reproducidos por la prensa parecían demasiado grandilocuentes inclusive en medio del triunfalismo que insufló al país la victoria sobre Iraq.
Después de todo, Washington financió la aplastante campaña contra Iraq gracias a aliados occidentales y árabes, y la imagen del presidente Bush se hundía en las encuestas, en parte por su indiferencia ante la recesión económica impuesta entonces.
Pero la estrategia entusiasmó a los sectores unilateralistas para los cuales la disolución de la Unión Soviética, en 1991, combinada con el poderío militar estadounidense, conducirían a la creación de un «mundo unipolar».
Los dos funcionarios que firmaron el documento, consumados operadores políticos de Washington, revisaron el texto tal como les ordenaron, y esperaron tiempos más favorables, que parecen haber llegado con el presidente George W. Bush.
Paul Wolfowitz, en 1992 uno entre tantos subsecretarios de Defensa, es ahora el segundo funcionario del Pentágono, apenas detrás del secretario Donald Rumsfeld. Lewis Libby, entonces un simple adjunto de Wolfowitz, funge como jefe de asesores y consejero de seguridad nacional del vicepresidente Dick Cheney.
Ambos son actores importantes en el sector de extrema derecha que ejerce gran influencia en el gobierno. Aglutinado en torno a Rumsfeld, el grupo logró este año poner a Washington en camino hacia la dominación estratégica y el unilateralismo soñados en la propuesta de 1992.
La conducción simplista de la guerra en Afganistán, en la cual Washington hizo a un lado las ofertas de asistencia militar de sus aliados y desdeñó inclusive su preocupación por las víctimas civiles de los bombardeos y la situación humanitaria, es una muestra de la fuerza que adquirió este sector.
En materia de control de armas también fue visible el peso de las tendencias unilateralistas. El gobierno boicoteó las conversaciones sobre el Tratado Ampliado de Prohibición de Ensayos Nucleares, así como los acuerdos de la ONU sobre tráfico de armas pequeñas y armas biológicas.
Finalmente, este mes Washington anunció su retiro del Tratado de Misiles Antibalísticos, de 1972, considerado por Rusia y China como la piedra fundamental de los tratados de control de armamento nuclear.
«Europa parece entender que Estados Unidos es el garante final del orden mundial y, por tanto, cuando Estados Unidos se compromete a alcanzar un objetivo que forma parte de su seguridad nacional, Europa no tiene otra opción que aceptar», afirmó un artículo editorial del diario The Wall Street Journal.
«El poder militar estadounidense es ahora más dominante que ningún otro desde el imperio británico», agregó el diario.
La opinión es compartida por el historiador Paul Kennedy, autor del libro «Ascenso y caída de las grandes potencias: cambio económico y conflicto militar desde 1500 a 2000», en el cual advertía a Estados Unidos sobre las consecuencias de una «excesiva profundización imperial» y demasiada confianza hegemónica.
«Estados Unidos es mucho más robusto que el imperio español y el imperio británico de la era victoriana, los que a pesar de demostrar en muchos escenarios bélicos su poderío militar y naval, eran débiles económica y tecnológicamente», afirmó Kennedy en uno de sus últimos ensayos.
«Hace 15 o 20 años, Estados Unidos también parecía debilitarse, pero el colapso de la Unión Soviética, la declinación de Japón y la recuperación de la competitividad industrial estadounidense revirtieron esas tendencias, por un tiempo al menos. La posición mundial de Estados Unidos no parece ahora en duda», sostuvo el historiador.
Sin embargo, pese a su larga historia de «circunstancias excepcionales», Estados Unidos aún no escapa a las leyes de la historia, arguyó Kennedy.
«Las represalias militares contra bases terroristas y regímenes brutales son una cosa. Pero una política imperial por parte de la democracia estadounidense es otra, políticamente divisiva y en definitiva debilitante, contraria a una estrategia razonada para mantener el poderío estadounidense en el siglo XXI», concluyó Kennedy. (FIN/IPS/tra-eng/jl/dc/ip/01