La presencia tumultuosa en el recital de la cantante Eva Ayllón de 70.000 espectadores, la mayoría estudiantes universitarios, demostró la vigencia en Perú de la música criolla de la costa, muchas veces dada por muerta.
«Como puede verse, la música criolla puede decirle a sus detractores: los muertos que vos matáis gozan de buena salud», señaló el periodista y cantautor Diego Mariscal frente a la multitud que desbordó las graderías del estadio de la Universidad de San Marcos.
El recital realizado el 31 de octubre, en el «Día de la canción criolla», fue señalado previamente por algunos críticos de espectáculos «como un desafío para quienes afirman que este género musical se ha convertido en reliquia de museo».
Esa aparente agonía de la música criolla, originaria de la costa peruana, es alimentada por la casi total desaparición de la televisión y de la radio, salvo un solitario espacio en el canal del Estado, el confinamiento de sus cultores a espectáculos para turistas y el desinterés de las editoras discográficas.
«Es triste decirlo, pero la juventud desconoce el vals criollo, la marinera y los ritmos afroperuanos, y sólo prefieren la música caribeña o el rock. Algo parecido ocurre en Buenos Aires, donde el tango sobrevive en la nostalgia de los gerontes», comentó el poeta Alfonso Imaña.
Por su parte, el periodista Eloy Jauregui apuntó que «la globalización cultural, apoyada en la eficaz expansión de las comunicaciones modernas, impregna y a veces somete a la música popular de los países del Tercer Mundo y plantea a sus autores e interpretes la búsqueda de una estrategia de supervivencia».
«Los músicos criollos deben decidir si se dejan someter por la moda y lo foráneo o defienden fieramente las raíces tradicionales, se aproximan a la nueva trova cubana o dan prioridad al mensaje social y a la poesía», añadió.
Esa búsqueda musical por caminos distintos tiene como exponentes, entre otros, a Eva Ayllón, Arturo Cavero y Cecilia Barraza, en la vertiente tradicional, Daniel «Kiri» Escobar, en materia de compromiso social, y Susana Baca, en la experimentación con ritmos modernos internacionales.
«Frente a esa multitud sentí miedo escénico, pero me conmovió la respuesta entusiasta de ese público juvenil, supuestamente ajeno a un género como el que cultivo desde hace 30 años, y la sentí en la piel», dijo Ayllón al término del concierto.
El mismo día, y en otro escenario, Cavero presentó un «homenaje al cajón peruano», instrumento de percusión creado por los descendientes de los esclavos africanos traídos a América por los conquistadores españoles.
«Curiosamente, ese instrumento característico de la música criolla peruana, llevado a España por la cantante Chabuca Granda y descubierto por el guitarrista Paco de Lucía hace mas de una década, fue hurtado por los españoles, que ahora lo presentan como cajón flamenco», dijo a la revista Etece Paul Nakamurakare.
«La música criolla estaba por desaparecer, pero ahora ha cobrado fuerza», señaló Cavero, más conocido como «Zambo», en referencia a su origen negro e indígena, al igual que Ayllón.
Por su parte, Barraza, aunque no es descendiente de africanos coincide con Cavero y Ayllón en que la vitalidad de la música criolla peruana se basa en sus componentes negros.
«Los valses por lo general gustan a un público mayor de 40 años, pero entre los jóvenes el festejo, el landó y toda la música negra es popular, y es lo que está salvando a la música criolla entre los jóvenes», sostuvo Barraza.
«No estoy contra la fusión de la música criolla con la de otros países, sobre todo para ganar público internacional, pero no es lo que más siento», agregó.
Sin embargo, la cantante dijo aceptarlo «porque, así como en Argentina surgió un Astor Piazzola (desaparecido músico de tango) y en Colombia sobresalen las canciones de Carlos Vives, en Perú pueden surgir formas entroncadas con la música universal».
Barraza es una de las figuras centrales del escenario local y conduce en la televisión estatal un programa de música criolla, en el que despliega una campaña entre los escolares de Lima para descubrir cultores del baile y la canción criolla.
«Si ganamos el interés y los pies de los jóvenes, si seguimos haciéndolos bailar, la música criolla tradicional no morirá», afirmó.
Es amiga de Baca y se admiran por igual, pero sus estilos difieren notablemente y caminan en sentidos divergentes.
Baca es considerada en algunos medios internacionales como una de las mayores interprete latinoamericana, aplaudida en Europa, Sudáfrica y hasta el círculo polar ártico.
«Nunca fui muy tradicionalista. Mi madre era una humilde lavandera que me cultivó en el aprecio por la música de Wolfgang Amadeus Mozart y Ludwing van Bethoven, mientras mi abuela me enseñaba a cantar criollo, pero cuando maduré profesionalmente me hice amiga de los músicos refinados, y también de los rockeros», expresó.
En sus comienzos, Baca cantaba a «capella» textos de poetas amigos y así se convierte en una artista de culto, pero que no podía grabar discos porque las compañías no creían que la poesía vendiera.
Sin embargo, un día la escuchó el músico David Byrne, nacido en Escocia y estadounidense por adopción, y la incorporó como figura en el sello Luaka Bop.
Byrne le promueve así recitales en París, Nueva York, Ciudad del Cabo, Sudáfrica, y Tokio. Pero Baca siempre retorna a Lima, donde vive discretamente y canta en pequeños lugares, en los que no faltan sus amigos poetas, pintores y periodistas.
En la otra esquina del triángulo de las perspectivas de la música popular de la costa peruana se encuentra «Kiri» Escobar, cantautor y trovador urbano que forjó su trayectoria en la lucha política de las décadas del 70 y el 80.
«Cuando compongo no pienso en cuanto voy a ganar o si mis temas son bailables, sólo quiero que expresen lo que siento importante», apuntó.
Escobar indicó que vive de las regalías de sus canciones que grabó Ayllón, como «Azúcar de caña», «Tus manos son de viento», «Palomita de barro» y «La danza clara», y de sus cortas giras en el verano europeo a algunos balnearios franceses. (FIN/IPS/al/dm/cr/01