Hay deudas – y dudas – que ni la muerte extingue. El mariscal Francisco da Costa Gomes, ex presidente de Portugal, fue sepultado hoy en medio de homenajes de Estado y velados reproches por su actuación antes, durante y después del período revolucionario de 1974-1975.
En medio de los elogios, los comentaristas locales recuerdan, no sin propósito, que Costa Gomes ejerció cargos importantes durante la dictadura de Antonio Salazar, continuada en 1968 por Marcello Caetano, y que luego de abandonar la presidencia en 1976 se asoció a grupos pacifistas prosoviéticos.
Un día gris y húmedo despidió al anciano militar, quien jugó un papel decisivo en el alzamiento de los capitanes el 25 de abril de 1974, que derribó una dictadura fascista de 48 años.
Costa Gomes, último mariscal del ejército portugués, falleció el martes en Lisboa, a los 87 años, tras una larga enfermedad pulmonar. Vivía retirado de la política activa desde 1976, tras las primeras elecciones presidenciales democráticas en medio siglo.
A la hora de su muerte, todos le reconocen el mérito de haber evitado una guerra civil el 25 de noviembre de 1975.
Allí, sin embargo, termina la unanimidad, porque en ese día convulso, que cambió la historia de Portugal, el mariscal al parecer arruinó con su talento negociador varias agendas escondidas.
Por esos días efervescentes, hasta la derecha tradicional proclamaba la necesidad de «construir el socialismo» en esta añeja potencia colonial, integrante de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).
El 25 de noviembre de 1975, un regimiento de paracaidistas de ultraizquierda alzado se enfrentó a una unidad de comandos en Lisboa, mientras sectores político-militares conservadores se trasladaban al norte del país, anticipando una división de Portugal en dos zonas.
El ex presidente Mario Soares, entonces líder socialista, admitió en un documental televisivo transmitido el martes que aquel día también él se había desplazado al norte, en previsión de una «avalancha comunista".
Al parecer, la delicada intervención de Costa Gomes arruinó tanto los planes de un golpe de ultraizquierda, como el proyecto de establecer un régimen anticomunista, al negociar el desplazamiento del poder de los grupos militares extremistas y procomunistas.
Se otorga generalmente a Costa Gomes el mérito de haber convencido al líder comunista Alvaro Cunhal de no movilizar a los obreros y soldados y dejar el poder, en cambio, a un grupo de militares socialdemócratas encabezados por el mayor José Melo Antunes.
No obstante, Cunhal sostiene en un libro que la decisión comunista fue autónoma, ante la «provocación" de la derecha y la extrema izquierda, de la que responsabiliza principalmente a Soares.
En una columna publicada este miércoles por el matutino Diario de Noticias, Soares destaca la calidad de "figura histórica" de Costa Gomes, pero subraya el pasado del oficial en la dictadura y su asociación a los grupos pacifistas pro-soviéticos en los años 80.
«Costa Gomes es, indiscutiblemente, una personalidad importante de nuestra historia contemporánea, cuya acción fue marcada por alguna ambigüedad – por lo menos en determinados momentos – revistiéndose, por eso, de una carga polémica», dice Soares.
Soares afirma que los repetidos desafíos de Costa Gomes a la política de Salazar en las colonias portuguesas de Africa, ni su vinculación a varias conspiraciones, no le costaron, como a otros, ni la cárcel ni el fin de su carrera.
Oficial de caballería e hijo de un militar, Costa Gomes fue jefe del estado mayor del ejército hasta marzo de 1974, cuando el sucesor de Salazar, Caetano, lo destituyó por negarse a prestar un juramento de fidelidad al régimen.
La revolución del 25 de abril de aquel año lo restituyó en el cargo. Junto al mariscal Antonio de Spínola, fue el oficial de más alto rango involucrado en la llamada «revolución de los claveles», en alusión a las flores que los soldados portaban en la boca de sus fusiles.
Pero Spínola pasó rápidamente al bando contrario e intentó un golpe de Estado en marzo de 1975, que al ser derrotado radicalizó la revolución.
Se inició entonces un vasto programa de nacionalizaciones y reforma agraria que alarmó a los sectores conservadores y a la OTAN.
La OTAN temía la influencia soviética en los altos oficiales procomunistas en un país con una posición geoestratégica importante.
Paradójicamente, según reveló en noviembre de 2000 un ex corresponsal en Lisboa del diario germano-oriental Neues Deutschland, los soviéticos no miraban con simpatía el posible triunfo comunista en Portugal, porque afectaría el equilibrio en Europa.
Costa Gomes jamás se identificó abiertamente con ninguno de los bandos revolucionarios, ni se aferró al poder.
«Era el mariscal de la paz, por haber sido una piedra fundamental para que la revolución terminase en paz, promoviendo la compatibilización de las ideologías de la revolución portuguesa», dijo el almirante Antonio Rosa Couthinho, apodado luego de la revolución el «almirante rojo».
«Fue siempre un hombre incomprendido, hasta por los amigos», agregó.
Tal vez por eso, y porque jamás se apropió de las tribunas, en el día de su entierro, este miércoles, no faltaron homenajes, honores militares ni autoridades cariacontecidas, pero sí las muchedumbres llorosas que acompañan a los líderes de masas, polémicos o no. (FIN/IPS/ak/ff/ip/01