Mujeres de todo el mundo se dieron cita en el oriental puerto sudafricano de Durban, para dar testimonio sobre violencia colonialista, injusticia económica, genocidio cultural y otras formas de racismo contra la mujer.
La Corte Mundial de Mujeres contra el Racismo, un foro convocado por organizaciones no gubernamentales (ONG), auspició la presentación de testimonios de mujeres en vísperas de la Conferencia Mundial contra el Racismo, que comenzó este viernes en Durban y terminará el 7 de septiembre.
La iniciativa fue apoyada por cientos de ONG de Sudáfrica, Argelia, Croacia, Cuba, Estados Unidos, India, Kenia, Nueva Zelanda, Palestina, Senegal, Tailandia y Ucrania, entre otros países.
La ONG Consejo por los Derechos Humanos de las Mujeres Asiáticas ha desarrollado desde 1992 su Programa de Cortes de Mujeres, foros públicos sobre diversas formas de abuso contra la mujer, realizados en distintos países, en los cuales víctimas exponen sus experiencias ante un «Jurado de Sabias».
Ese programa ha organizado o apoyado otros 16 foros en China, Egipto, India, Japón, Kenia Nepal, Nueva Zelanda y Pakistán, entre otras naciones. El anterior al de Durban fue la Corte Mundial de Mujeres contra la Guerra y por la Paz, que se llevó a cabo en marzo de este año en Ciudad del Cabo.
Naomi Kipuri, del Instituto de Tierras Aridas de Kenia, describió en Durban la discriminación y las violaciones de los derechos humanos que afectan a la etnia keniata masai, desplazada de regiones boscosas protegidas y reservas en las cuales habitaban, entre ellas el Parque Nacional Serengeti.
«La gente ha sido expulsada y privada de acceso a recursos naturales», y los recursos económicos provenientes del turismo en esas áreas no se vuelcan en beneficio de los masai, quienes «se hunden en abyecta pobreza», afirmó.
«Las mujeres caminan unos 20 kilómetros para acceder a agua potable que se llevan en recipientes con capacidad para sólo 20 litros, mientras los turistas nadan» en las aguas de sus territorios ancestrales, dijo ante unas 2.000 personas asistentes a la audiencia de la Corte Mundial.
Kipuri indicó que los masai están bajo presión para que no empleen su propio idioma ni mantengan vivas su cultura y sus costumbres.
«Pienso que en Africa debemos reconocer nuestras diferencias cpn orgullo. Es necesario que trabajemos para iniciar programas que promuevan una cultura de la tolerancia en nuestros países», agregó.
Fidencia David, una filipina de 74 años de edad, relató cómo fue obligada a convertirse en esclava sexual de soldados japoneses que ocuparon su país, en el marco de un sistema implantado por Tokio que violó los derechos de unas 200.000 asiáticas, cuando tenía sólo 14 años de edad.
David reivindicó el derecho a compensaciones de miles de mujeres sobrevivientes que fueron víctimas de ese sistema de esclavitud sexual y de otros atroces crímenes de guerra cometidos por Japón en los años 30 y 40.
Kim Jon-in, de la Asociación Coreana por los Derechos Humanos, con sede en Japón, denunció discriminación racista de la sociedad japonesa contra las coreanas, con base en antiguos prejuicios y rencores entre ambos países.
Más de 600.000 coreanas residentes en Japón sufren debido al hostigamiento contra sus hijas, que incluye violencia física, amenazas e insultos, en especial cuando llevan su vestimenta tradicional, aseguró.
Los adultos coreanos no reciben beneficios del sistema de seguridad social japonés, como le ocurre al abuelo de Kim, quien reside en Japón desde 1928, apuntó.
El Estado japonés excluye de su sistema de subsidios a las escuelas coreanas en Japón, añadió.
La indígena estadounidense Pamela Kingfisher, de la etnia cherokee, contó el modo en que su pueblo fue expulsado de las tierras de sus antepasados.
Leyes estadounidenses bloquearon la transmisión de la propiedad de las tierras de madre a hija, establecida en el sistema matriarcal tradicional de esa etnia, explicó.
«Ilegalizaron nuestra religión y nuestras plegarias, y enviaron a los niños y niñas cherokees a escuelas con régimen de internado, en las cuales no se les permitía hablar su propio idioma y se cortaban las tradicionales trenzas de las niñas», destacó.
«Perdí mi idioma porque mi madre fue enviada a una de esas escuelas», dijo.
Los cherokee han sido incluso privados del derecho a pescar en sus territorios ancestrales, apuntó.
En la actualidad, los pueblos indígenas estadounidenses comienzan a aprender de nuevo sus antiguas costumbres de relación con la naturaleza, y enseñan a niños y niñas sus propios idiomas, señaló.
Sin embargo, los pedidos de indemnización de esos pueblos siguen pendientes, y sus reclamos de tierra «han permanecido archivados durante dos siglos», agregó. (FIN/IPS/tra- eng/cg/js/mp/hd/01