ESTADOS UNIDOS: Bush trae de vuelta la indiferencia hacia Africa

Todo indica que con George W. Bush volverán a la Casa Blanca la actitud de indiferencia hacia Africa y las políticas antiafricanas que caracterizaron, de 1980 a 1992, a los gobiernos de su Partido Republicano.

«Tiene que haber prioridades», dijo Bush cuando se le preguntó sobre Africa durante la campaña presidencial, en su segundo debate con el candidato del Partido Demócrata, Al Gore. Y las prioridades asumidas por Bush fueron Medio Oriente, Europa, Asia oriental y el continente americano.

Los gobiernos republicanos de Ronald Reagan (1980-1988) y de George Bush (padre, 1988-1992) se caracterizaron por su escasa voluntad de ocuprase de los problemas de la población negra y por la percepción de Africa como un caso de asistencia social.

Se piensa que el próximo vicepresidente, Dick Cheney, guiará al joven Bush en la mayoría de los asuntos importantes, y en especial en los de política exterior.

La posición de Cheney sobre Africa se manifestó con claridad durante los años 80, en su sistemática oposición a sanciones contra el régimen racista sudafricano del apartheid. En 1986, Cheney se opuso a una moción para pedir la liberación de Nelson Mandela, luego presidente de Sudáfrica.

Es probable que el gobierno de Bush priorice la ayuda en Africa a sus amigos de la industria petrolera, para que logren allí un máximo de ganancias con un mínimo de esfuerzo, sin asumir responsabilidad por pasados errores estadounidenses en ese continente o por problemas como los del sida (síndrome de inmunodeficiencia adquirida) y los refugiados.

Sin embargo, hechos y activismo en Africa, sumados a presión de grupos de base en Estados Unidos y en escala internacional, pueden cambiar eso, como ocurrió durante los últimos gobiernos republicanos hostiles hacia Africa, en relación con la cuestión del apartheid sudafricano.

Entre los designados para fijar prioridades internacionales del próximo gobierno hay dos afroestadounidenses, Colin Powell y Condoleezza Rice, pero nada indica se aparten de la política de exclusión de Africa de la agenda estadounidense compartida por Bush y Cheney.

Powell y Rice no han mostrado especial interés en asuntos africanos o algún conocimiento específico en la materia, y ambos han apoyado una doctrina de uso unilateral del poder de Estados Unidos, basada en conceptos geopolíticos tradicionales de la elite blanca sobre el interés nacional.

Los africanos son invisibles en las pantallas de radar políticas de Powell y Rice, y demasiado visibles para el gusto del próximo presidente, quien fue interrogado por periodista sobre el genocidio en Ruanda en 1994 y respondió que «a nadie le gustó verlo en nuestras pantallas de televisión».

Bush añadió que el aún presidente Bill Clinton «hizo lo correcto» cuando decidió que Estados Unidos no actuara para detener aquel genocidio, pero pareció ignorar que en aquel momento Washington no apoyó, y de hecho bloqueó, una acción multilateral de la Organización de las Naciones Unidas en Ruanda.

Una falsa dicotomía que considera como únicas alternativas en el terreno internacional la intervención unilateral y la no intervención ha sido habitual en Washington.

Es muy probable que Bush elija en muy escasas ocasiones la vía de la acción multilateral, pese a que uno de los problemas clave de Africa es la necesidad de que el apoyo multilateral a la paz y la seguridad sustituya al constante aumento de vínculos militares bilaterales de sus gobiernos con los del resto del mundo.

Puede preverse que un énfasis estadounidense en el unilateralismo durante los próximos años agravará la situación.

Cuando el próximo gobierno estadounidense no ignore crisis de seguridad de Africa, quizás intente «delegar» en potencias regionales las tareas de pacificación y amplíe sus actuales relaciones privilegiados con países como Nigeria, mientras niega fondos necesarios para fortalecer la intervención multilateral.

También es probable que los congresistas republicanos reiteren su fallido esfuerzo de este año para eliminar por completo el aporte estadounidense de fondos a misiones de mantenimiento de la paz en Africa de la Organización de las Naciones Unidas.

La presión del público puede lograr vuelcos inesperados de la política estadounidense en otras dos cuestiones prioritarias para Africa: la cancelación de deuda externa de países africanos y la pandemia de sida.

Iniciativas sobre ambos problemas recibieron por lo menos promesas de apoyo de los dos grandes partidos durante la campaña presidencial, y Bush brindó un inesperado y bien asesorado apoyo al alivio de la deuda de países pobres durante sus debates con Gore.

Sin embargo, cualquier medida significativa en la materia implicará que Estados Unidos gaste dinero y se oponga a fuertes intereses económicos, por lo cual será difícil llevar adelante iniciativas acerca del asunto, pero existen algunas perspectivas promisorias.

El poco entusiasmo de los republicanos por las instituciones financieras multilaterales ha dado lugar a ciertas coincidencias de ese partido con críticos de izquierda de las mismas instituciones.

Eso pudo comprobarse cuando el Congreso de Estados Unidos decidió que los representantes de ese país en instituciones financiera multilaterales se opusieran a las iniciativas de establecer sistemas pagos de salud y educación en países pobres.

Muchos están a favor del alivio de la deuda por intereses comerciales, porque los países con deudas impagables no son buenos clientes, y quizá el debate político sobre la cancelación de deuda de naciones pobres sea posible en el marco de la agenda del próximo gobierno.

Sin embargo, parece más probable que quienes adopten decisiones políticas arguyan que hubo alivio de la deuda este año, y que tras esas medidas corresponde que los países pobres se hagan cargo de sus problemas.

El hecho que la mayoría de los países afectados por el problema de la deuda sean africanos puede contribuir a que el gobierno de Bush asigne baja prioridad al asunto, si no se produce un importante cambio en el estado de la opinión pública, similar al de los años 80 en relación con el apartheid.

Por otra parte, la pandemia de sida debería ser un llamado de atención, ya que implica uno de los hechos más catastróficos en la historia de la humanidad.

En la actualidad hay 25 millones de africanos infectados por el VIH (virus de inmunodeficiencia humana, causante del sida), los cuales son 70 por ciento de los adultos y más de 80 por ciento de los niños afectados en el mundo.

Casi cuatro millones de africanos resultaron infectados por el VIH este año, pero son muy pocos los afriocanos que reciben los nuevos y costosos tratamientos disponibles para personas de países ricos que padecen el mismo mal.

El Congreso de Estados Unidos aprobó una propuesta del Poder Ejecutivo para asignar 300 millones de dólares a nuevos programas de lucha contra el VIH/sida en el mundo durante el año fiscal 2001, pero el país aún no perbibe la magnitud de la catástrofe causada por esa enfermedad.

Tampoco se ve aún que las diferencias en el impacto que causa el sida en el mundo se deben al incremento de la desigualdad económica, que implica una especie de apartheid en escala mundial, y potencian esa desigualdad.

El gobierno de Bush deberá elegir entre el oro negro y la población negra.

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* Salih Booker es director del Fondo para Africa, con sede en Nueva York, y del Centro Africano de Información Política, con sede en Washington. (FIN/IPS/trad-eng/sb/da/ego/np-ip/00)

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