Siempre se dijo «no le regales pescado a un hombre, enséñale a pescar y le darás de comer para toda su vida», pero, ¿qué pasa si la que aprende a pescar es una mujer?», se interrogó James Conway, Director Regional para América del Sur del Programa Mundial de Alimentos de las Naciones unidas (PMA).
«Asunta Chata Catachura se los puede explicar personalmente. Ella aprendió no sólo a pescar, sino que ahora dirige una empresa pesquera en Puno», añadió Conway, con siete años de experiencia en Africa y tres en América Latina, satisfecho de los logros del programa de promoción de actividades productivas en Perú.
La mujer, una indígena de la etnia Aymara de 43 años y madre de cinco hijos, asintió en la rueda de prensa convocada el jueves por el PMA para informar el arribo a Lima de 10.000 toneladas de trigo donadas por el gobierno de Canadá a la población en situación de extrema pobreza.
«El principal objetivo del PMA es aliviar el hambre de los pobres más pobres y atender las emergencias alimentarias críticas en los países en vías de desarrollo, pero en los últimos años tratamos de romper la condición de dependencia que se crea entre los menesterosos cuando se les regala comida», dijo Conway.
La presencia de tres mujeres beneficiarias de los programas del PMA de un modo más activo que la recepción de alimentos donados desbordó el marco inicial de la rueda de prensa.
Chata Catachura, habitante de Vilcamaquera, una aldea situada en el altiplano que comparten Perú y Bolivia, vestía la indumentaria multicolor y el pequeño sombrero típico de su zona.
Forma parte de un club de madres, fue alfabetizada y aprendió a pescar dentro del Programa Nacional de Asistencia Alimentaria. Ahora dirige una empresa de 40 mujeres, propietarias de siete pequeñas embarcaciones, que pesca pejerreyes y truchas en las frías aguas del Titicaca, el lago más alto del mundo.
«A veces pescabamos desde las orillas del lago. Mi esposo, Viviano, nos decía: 'Ustedes no podrían pescar en medio del lago, ese es trabajo de hombres'. Ahora salimos en la tarde, tres mujeres en cada bote, remando, nos pasamos toda la noche en medio del viento helado y regresamos en la mañana al puerto», afirmó.
«Más miedo teníamos de no poder devolver el crédito, de no saber manejar la empresa. Porque antes no sabíamos escribir, poníamos la huella (digital) para firmar, ahora llevamos la contabilidad, el ingreso, la caja, sabemos todo lo que hay que saber», comentó.
Junto con otras dos mujeres, Pastora Chambi y Luzmila Abad, beneficiarias como ella del programa de ayuda alimentaria, Chata Cachatura asistirá en Tegucigalpa a la I Feria Latinoamericana de Seguridad Alimentaria, que se celebrará del 14 al 22 de este mes, en representación de las dirigentes de microempresas en Perú.
Chambi, una indigena de Arequipa, maneja una empresa de preparación de sustitutos lácteos que vende su producción a otros clubes de madres, hospitales y escuelas de la sierra sur peruana.
Ella dirige el grupo de microempresas Santa Rosa y es tamnbién gerenta de su microempresa comunal, formada por las integrantes del club de madres de su barrio, en Zamacola, Arequipa.
«El PMA y el Pronaa (organismo de asistencia alimentaria estatal) nos organizaron, nos enseñaron mercadeo, nos prestaron para comprar maquinaria», dijo Chambi. «Utilizamos soja, cereales y otros productos para hacer los sustitutos lácteos, que están bajo control de calidad del Ministerio de Salud.
Comenzaron vendiendo a los clubes de madres de las zonas próximas a su barrio, luego participaron en una licitación. Hoy están en condiciones de producir 500 kilogramos al día y también comercializan los productos artesanales de otros clubes de madres.
Chambi informó que llevarán a Honduras 200 kilogramos de su producto principal para conseguir mercado y enviaron a una compañera a Bolivia, con el mismo propósito.
En tanto, la historia de Abad transcurre en Lima, en la barriada San Juan de Lurigancho, donde siete mujeres de un comedor popular se organizaron en julio de 1997 para fundar la panadería Chevelly.
«Con el préstamo del PMA compramos un horno industrial, una batidora y otros equipos, aprendimos a hacer pan y biscochos, a tener un almacén, llevar la contabilidad», dijo Abad.
«Yo vine a Lima a estudiar, fui sirvienta en una casa y soñaba con acabar la secundaria y regresar a mi tierra como profesora. Acabé secundaria pero tuve hijos y me quedé en Lima. Cuatro esteras en una barriada fueron, durante mucho tiempo, mi primera casa propia, sin luz ni agua potable ni desague», comentó.
Hoy tiene una casa de ladrillos en la que vive con su esposo y sus tres hijos, y es gerenta de la empresa de panificación Chabelly, que factura unos 8.000 dólares al mes, un monto que permite a las socias-trabajadoras cobrar sus sueldos y deja utilidades. (FIN/IPS/al/ag/dv/00