(Arte y Cultura) ARGENTINA: Auge de la televisión-realidad, hecha

La televisión de Argentina asiste al surgimiento de un nuevo fenómeno: programas que prescinden del brillo de los famosos y de los escenarios artificiales y se sostienen con gente común que, con su participación genuina, les otorga sus propios sentidos.

El caso más paradigmático de esta nueva forma de comunicación es «Televisión abierta», un programa diario que se sostuvo cuatro meses en el aire en 1999 y que a partir de fines de este año se presentará como un «canal» que transmitirá testimonios de personas comunes las 24 horas del día.

La propuesta podría sonar como un fracaso seguro en las épocas de apogeo de la televisión. Pero la idea adquirió un carácter de novedad casi revolucionaria en momentos en que a ese medio se lo acusa de frívolo, de pretencioso y de subestimar al público.

El programa inicial —que salía a medianoche, de lunes a viernes— fue considerado por la crítica como el más original de 1999: «Es un fresco social y artístico desopilante». «Una idea original, audaz, innovadora». «Una genialidad». «Un nuevo programa de culto».

Sus productores —tres realizadores de vídeo— se limitan a enviar una cámara y un micrófono a la casa de quienes los pidan previamente por teléfono. Una vez allí, los participantes envían mensajes, protestan, muestran las habilidades de sus mascotas o las propias: imitaciones, canto, desfile de modas.

El programa resulta un verdadero muestrario de personas y personajes. Un imitador de perdiz italiana, un joven musculoso que se ofrece para animar fiestas de «recién divorciadas», una anciana con sus gatos mostrando fotos de su hijo concertista que, cuenta, «triunfó» en Nueva York.

Las apariciones muestran a los protagonistas en la cocina de su casa, en el patio o en el dormitorio. Es así que el trasfondo de presentación de un dúo de tango puede ser una pared descascarada y con humedad. O la mujer que pedía un lavarropas dejaba ver detrás el suyo, roto.

El programa no tiene edad. Un grupo de adolescentes piden «chicas», sin entrar en detalles acerca de un determinado perfil. «Nos gustan todo tipo de chicas, mientras sean mujeres, está todo bien», dicen, seguros, a la cámara, con un largo micrófono en la mano que se asemeja a un helado gigante.

Para el productor televisivo Emilio Cartoy Diaz, el programa «rompe con la lógica absurda de que sólo los burgueses y bien pensantes pueden salir al aire y propone un uso más democrático de la televisión como espacio de la gente común, de la gente de la calle».

Esta premisa la confirma uno de los padres de la idea, aun cuando se nota que la propuesta lo supera. «No nos interesa la producción tradicional ni las figuras. Nos gusta llevar gente común a la televisión. Si sacamos al aire a famosos, tiene que ser en igualdad de condiciones con cualquier anónimo», explicó Mariano Cohn.

«Aquí no hay divas ni brillos. Aquí un famoso puede ser el tipo que muestra cómo su perro lo obedece, la adolescente que imita a Maddonna frente al espejo de su dormitorio… Son seres comunes, pero que resultan hoy más atractivos que los conductores y las estrellas más famosos», añadió.

Hasta hace poco tiempo —y aún se ve—, los productores televisivos solían introducir secciones con famosos para garantizar público para un programa, ya fuera humorístico, periodístico o de debates. La gente común siempre estuvo al margen, salvo para aplaudir desde la platea.

En los últimos cinco años, surgió una nueva modalidad que tuvo muchas críticas. Fueron los llamados «talk-shows», muy populares en la televisión estadounidense. El formato presentaba un conductor o conductora, personas comunes que contaban sus problemas y público en las gradas.

Pero estos programas brotaron como hongos y perdieron crédito con rapidez, sobre todo cuando se constató que algunas víctimas que denunciaban golpes del marido en un programa podían aparecer en otro contando los problemas con su nuera, o en un tercero contando otro supuesto problema personal.

Ahora, la tendencia —al menos en la televisión «de culto»— parece ser distinta. El programa cómico que más dio que hablar en la última temporada es «Todo por dos pesos», una parodia de la televisión brillosa —no brillante— con una estética barata y con personas comunes que interpretan distintos personajes.

No hay actores profesionales en «Todo por dos pesos», excepto los dos cómicos que lo conducen con un estilo que oscila entre la burda reflexión y la excitación más absoluta. Momentos de pensar y momentos de divertirse en grande, como ofrece la televisión tradicional.

Al igual que «Televisión abierta», «Todo por dos pesos» también tuvo sus idas y vueltas y sólo en los últimos meses logró un público muy fiel que le permite mantenerse en el aire una vez por semana con alto índice de espectadores. El programa provoca rechazo o fidelidad absoluta, sin matices.

Lo mismo ocurre con «Televisión abierta». Sus realizadores no pudieron sostenerlo y los productores no aparecieron a tiempo. El público que comenzó a seguirlos se preguntaba cuánto tiempo podría sostenerse ese delirio que, no obstante, casi nadie podía dejar de ver, incluidos los críticos.

En Estados Unidos y Europa, los programas que se asoman a la vida privada «real» de las personas están en auge. Muchos analistas interpretan que se trata de una respuesta a la avidez del público por asomarse a ese mundo íntimo, cansados de ver sólo lo que es «mostrable».

Sin embargo, el caso de estos programas es diferente. Básicamente, no hay producción en «Televisión abierta», más allá de proveer a la gente los medios y el espacio para expresar su mensaje, sea cual fuere. No hay ni siquiera avisos grabados que indiquen temas o bloques, al menos por ahora.

Puede ocurrir que en una emisión haya gente que cuente su pena por un familiar fallecido, otro que intente por esa vía reconciliarse con algún pariente con el que está distanciado, gente que pide trabajo o que ofrece servicios, y padres que intentan hablar con sus hijos.

Si el programa es decadente, será que la decadencia está en la gente común, y lo mismo si es patético, entrañable, simpático o crítico. Una mujer de 90 años se convirtió en una «columnista fija» del programa, y desde ese espacio consiguió un grupo de admiradores adolescentes.

Cuando se ponga en funcionamiento el canal de 24 horas, los productores prevén grabar avisos comerciales con gente común que alabe o demuela productos según su criterio como consumidores. «Es la publicidad espontánea de la televisión alternativa que ofrece 24 horas de realidad», acotó Cohn.

El canal contará con un estudio al que la gente pueda asistir cuando quiera para discutir sobre lo que quiera. «Será un poderosísimo canal de comunicación que no sabemos en qué puede terminar», aseguró Cohn. Se entiende su desconcierto, porque el proyecto está pensado para que no les pertenezca. (FIN/IPS/mv/mj/cr/00

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