Las violaciones de normas de convivencia y ordenamiento urbano son tan cotidianas y masivas en Argentina, en especial en esta capital, que las excepciones la constituyen quienes cumplen esas reglas.
A esa conclusión llegaron por igual expertos en el comportamiento ciudadano y responsables de prevenir accidentes y legislar sobre tránsito de vehículos, vida urbana y ambiente.
Es común en las calles de Buenos Aires exceder el límite de velocidad de vehículos, arrojar recipientes de bebidas por la ventanilla del automóvil y no usar el obligatorio cinturón de seguridad o el casco para conductores de motos o bicicletas.
"¿Sabés que en Israel la gente detiene el automóvil cuando hay un cartel de 'pare'?", preguntó a IPS un argentino sorprendido de haber descubierto en un viaje al exterior lugares donde ocurre lo que es obvio.
"Allí la gente lleva una bolsa en el auto para juntar los residuos y después la tira o la vacía al llegar a casa", agregó, como si se tratara de un avance tecnológico exclusivo de países avanzados.
Al gobierno de Buenos Aires le ha resultado imposible hasta ahora crear conciencia de respeto a la higiene. Incluso la gente que en su domicilio es ordenada, limpia y prolija muestra actitudes desaprensivas respecto del espacio común, aseguran especialistas de distintas áreas.
"Es que esto no es un espacio público, es tierra de nadie", comentó un hombre alarmado por la cantidad de desperdicios que se acumulan en los juegos infantiles de las plazas después de un domingo soleado.
Un operativo de limpieza del lago Regata, en la capital argentina, permitió sacar sólo en octubre del año pasado 3.185 latas de bebidas, botellas de plástico y de vidrio, bolsas de residuos y otros objetos. Mientras, en el vecino lago Rosedal se "pescaron" 3.524 elementos.
Pero si la limpieza se hubiera hecho luego del 21 de septiembre, día de los estudiantes y comienzo de la primavera austral, las cifras de basura sacada de esos lagos se habría triplicado.
Sin embargo, existen transgresiones más peligrosas en Argentina que la falta de higiene pública de los habitantes de Buenos Aires, el hábito de permitir a los perros defecar en las aceras o fumar en lugares prohibidos para ello.
Unas 1.500 muertes de las 8.000 que ocurren cada año en accidentes de tránsito son producidas por viajar sin tener el cinturón de seguridad colocado.
Esa última cifra equivale en promedio a 21 fallecimientos por día, a la que se debe agregar las personas que a raíz de esos accidentes reciben lesiones graves o quedan con discapacidades permanentes.
La Asociación Luchemos por la Vida registró que 79 por ciento de los automovilistas sabe que es obligatoria la utilización del cinturón, pero la mayoría no cumple esa norma.
Muchos ciclistas y conductores de moto llevar el casco correspondiente colgado del brazo para colocárselo sólo si hay un policía controlando. Es decir que, si no hay presión legal, la norma no se cumple.
A pesar de que las señales de tránsito en las calles y autopistas de Buenos Aires son abundantes y claras, pocos hacen caso de ellas.
"Unos días atrás esperaba en mi automóvil en un cruce de avenidas la señal correspondiente para doblar a la izquierda, pero el conductor del vehículo que estaba detrás tocó su bocina y me hizo señas de fastidio porque no avanzaba. ¡Era un móvil de la policía!", comentó azorada una mujer a IPS.
El exceso de velocidad es también frecuente en Buenos Aires, tanto que los tribunales de faltas no dan abasto para penalizar a los infractores. Los casos se acumulan y las contravenciones se vencen, explicó la ombudsman de la capital, Alicia Oliveira.
El respeto por el peatón es otro valor casi ausente en este país. Es habitual que pase primero el automóvil, lo permita o no la señal de tránsito, y como respuesta los peatones, en una especie de venganza, se lancen a la calle en forma imprevista.
Por esa causa, 44 por ciento de los fallecimientos en accidentes de tránsito corresponde a peatones, a diferencia de Bélgica, Estados Unidos y Suecia, donde el número de muertes en esas circunstancias no alcanza a 13 por ciento en promedio.
Especialistas en urbanismo señalan que en Argentina ya no alcanzan las campañas de concientización ni el hecho de que personas famosas hayan muerto en accidentes evitables, lo cual hace que el problema tenga una mayor difusión.
"La gente tiene la información, pero no incorpora las recomendaciones como hábito de vida", explicó Fabián Fiori, del Centro de Información y Asistencia en Accidentes de Tránsito.
"Falta decisión política y firme control legal", añadió.
La luz roja de un semáforo para el automovilista es una norma clarísima que nadie que conduce un vehículo puede desconocer y, sin embargo, en Buenos Aires cada conductor viola esa regla cuatro veces cada tres días en promedio.
Algunos expertos opinan que la falta de modelos de dirigentes políticos o los malos ejemplos de funcionarios corruptos, lo cual es peor, generan en la ciudadanía una sensación de que las normas no están hechas para ser cumplidas.
"Somos transgresores porque no comprendemos que la ley no es un capricho sino un principio de la vida en comunidad y, por lo tanto, un elemento constitutivo de la estructura de las personas", comentó el filósofo Santiago Kovadloff.
Por su parte, el abogado y analista político Mariano Grondona, consideró que la falta de cultura democrática, la inestabilidad política y la falta de modelos, son algunas de las causas de lo que denomina el "relativismo normativo".
"Los países industrializados se fijaron objetivos modestos pero realizables, pero los argentinos nos ponemos metas de héroes o santos y, cuando no alcanzamos ese máximo, caemos por debajo del objetivo mínimo", añadió Grondona.
Respecto de la cuestión del tránsito, el presidente de la Asociación Luchemos por la Vida, Alberto Silveira, señala que las dos palabras que mejor definen a la realidad de Buenos Aires son "anarquía" e "impunidad".
"Nadie entiende como podemos vivir así, y mucho menos los visitantes que llegan de países industrializados", comentó Silveira, cuya organización se dedica a difundir la necesidad de cumplir las normas de tránsito de vehículos.
Silveira considera que la única forma de cambiar este mal comportamiento es ir más allá de la amenaza y multar efectivamente a los infractores, hasta llegar a retirarles la licencia si es necesario.
Pero muchos se preguntan si hay voluntad política de controlar a policías dispuestos a recibir una dádiva para "disculpar" una infracción. Una investigación de esa asociación reveló que la policía de tránsito penalizó una de cada 12.000 infracciones graves.
Ante ese panorama, expertos y activistas creen que la educación es clave para mejorar el comportamiento de los jóvenes, pero siempre que la ley se cumpla y las violaciones se sancionen. Sin este funcionamiento básico, no habrá educación que alcance, advierten. (FIN/IPS/mv/dm/dv/00