Las nuevas tecnologías conocidas como "microenergía" constituyen la mejor solución para la creciente demanda mundial de electricidad, al dejar de lado el carbón, las sustancias radiactivas y las instalaciones centralizadas, sostuvo hoy el no gubernamental World Watch Institute (WWI).
Paneles generadores, microturbinas y techos solares resultan hasta un millón de veces más pequeños que las actuales centrales nucleares y de carbón, según el informe divulgado este sábado por este grupo de estudios sobre ambiente con sede en Washington.
Sin embargo, esas fuentes de "microenergía" son, a pesar de su tamaño, más confiables, eficientes, baratas y ecológicamente compatibles que las centrales tradicionales, afirma el informe.
El WWI afirmó que "toda la energía necesaria para la economía actual puede producirse a partir de una nueva generación de aparatos de baja potencia que ahora están apareciendo en el mercado", declaró Seth Dunn, autor del informe.
El estudio, titulado "Micropotencia: La próxima era eléctrica", indicó que las nuevas invenciones podrían ser aun de mayor importancia en el mundo en desarrollo, donde la producción de energía, poco eficaz y contaminante, es causa de enfermedades y donde los apagones son frecuentes.
Dunn apuntó que 1.800 millones de personas, casi un tercio de la humanidad, ha sufrido apagones a causa del modelo de energía centralizada.
En las naciones en desarrollo, las tecnologías descentralizadas de microenergía tienen enormes posibilidades, pues permiten desarrollar sistemas de generación de electricidad en las aldeas, a menudo aplicados a una sola función, y evitar las costosas ampliaciones de las redes energéticas.
En las regiones rurales, donde la población tiene escaso acceso a la electricidad, los sistemas a escala reducida tienen más ventajas económicas que la ampliación de las líneas de transmisión, según el informe.
Las grandes centrales eléctricas sufren la pérdida de gran cantidad de energía irrecuperable. Muchos países en desarrollo desperdician el equivalente a entre 20 y 50 por ciento del total de la energía generada por fallas en los sistemas de transmisión y distribución.
Además de ser baratos si son objeto de producción masiva, los sistemas de baja potencia pueden ser ajustados a la escala de la demanda e instalados con mucha más rapidez que una estación centralizada.
Los sistemas reducidos facilitan el control local del uso de la electricidad, lo cual contribuye al desarrollo económico dentro de la comunidad y disminuye la dependencia de empresas e instituciones distantes.
Aparatos generadores de baja potencia existentes en el mercado han sido usados durante decenios en camiones y autobuses, por ejemplo, y permiten gozar de electricidad sin depender de las redes de distribución eléctrica.
Immulsadas por combustible diesel o gas natural, la instalación de estos generadores es poco costosa y, si el calor excedente es usado para cocinar, calefaccionar o en procesos industriales, pueden alcanzar una eficiencia 85 por ciento superior a la generación centralizada en relación con su costo.
La consultora Estudios Asociados Cambridge de Energía afirmó que ese mercado crece cinco por ciento al año, porcentaje que se eleva a casi 10 por ciento en Asia.
Las microturbinas o turbogeneradores tambien se abren camino en el mercado. Compuestos de una turbina regeneradora de gas y un compresor, sus versiones más avanzadas son refrigeradas con aire y no tienen cambios de velocidad ni requieren lubricación porque tienen solo una parte móvil.
Las compañías Capstone y NiSource han exportado ya cientos de unidades de 28 kilovatios, tras haber probado su funcionamiento en restaurantes, fábricas, panaderías y bancos, y prevén promocionar el sistema en Gran Bretaña y Japón.
Los beneficios más importantes serán ambientales, pues los sistemas de baja potencia causan, en general, menos daño ambiental que la generación de electricidad basada en combustibles fósiles, causantes del recalentamiento del planeta y la contaminación de la atmósfera.
Muchos de los viejos generadores diesel hoy en uso producen considerable contaminación atmosférica, mientras los generadores impulsados a gas natural y de otros sistemas liberan entre 50 y 100 por ciento menos emisiones nocivas.
El WWI aseguró que la adopción generalizada de la microenergía en Estados Unidos podría reducir a la mitad las emisiones de dióxido de carbono, el principal entre los gases invernadero liberados por la quema de combustibles fósiles y causantes del recalentamiento del planeta.
En las naciones en desarrollo, la microenergía podría disminuir 42 por ciento la emisión de carbono respecto de los sistemas en gran escala.
Esos sistemas pueden operar no solamente con gas sino también con energía solar, eólica e hidrógeno.
Artefactos electroquímicos que combinan hidrógeno y oxígeno para producir electricidad y agua están saliendo de de los laboratorios. El costo podría ser alto, pero en la última década aparecieron en el mercado algunos más baratos, impulsados por ácido fosfórico.
Esos progresos han llamado la atención de los fabricantes de autos. Daimler Chrysler, que colabora con Ford en el desarrollo de estos aparatos, planea vender autobuses con ese sistema en Europa en 2002 y producir los primeros 40.000 automóviles en 2004.
General Motors también se ha fijado ese objetivo para 2004 y Honda y Toyota para 2003.
Las células solares fotovoltaicas constituyen hoy la segunda fuente energética del mundo por su crecimiento. Esas células ya son vistas en los tejados de casas particulares y comercios porque el costo comenzó a caer en 1980.
Esos sistemas de dos a cinco kilovatios, vendidos por firmas como British Petroleum Solarex, Astropower y Kyocera, pueden satisfacer las necesidades de cualquier hogar.
Gobiernos de numerosos países como Alemania, Italia y Estados Unidos han lanzado programas nacionales ofreciendo financiación y asistencia técnica a individuos y comercios interesados en instalar "techos solares".
En Japón ya fueron instalados esos sistemas en 30.000 hogares, 9.000 viviendas de ellas solo en 1999.
Sin embargo, persisten los obstáculos del mercado para un despliegue más amplio de los sistemas de microenergía.
Dunn señaló que en las últimas tres generaciones se entregaron subsidios para los combustibles fósiles por valor de 120.000 millones de dólares. Reglamentaciones y otras políticas hacen que los mercados energéticos sigan ciegos a los beneficios de los sistemas de escala reducida, lo que les dificulta la competencia.
Dunn dijo que el peligro de quedar encerrados en el modelo del siglo XX, más sucio, menos confiable y costoso, es todavía mayor en los países en desarrollo. En los próximos 20 años se proyecta invertir en esas naciones unos 1,7 billones de dólares en la instalación de plantas generadoras de electricidad a la antigua.
"Esos países tienen una oportunidad de oro para lograr por primera vez reglas correctas e instalar mercados que sostengan sistemas energéticos acordes con el siglo XXI y no con el anterior", expresó Dunn. (FIN/IPS/tra-eng/dk/da/ego/mj/en dv/00