El carnaval boliviano lleva siglos resistiendo la tentación de las influencias externas, pero crece y se abre cada vez más al turismo sin perder su esencia, enraizada en tradiciones de tiempos de la Colonia.
Todo indica que el Carnaval de Oruro, el principal de este país, será declarado "Patrimonio Cultural Intangible de la Humanidad" por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco).
Desde el sábado, Oruro, una ciudad de 200.000 habitantes a 230 kilómetros de La Paz, en pleno altiplano, virtualmente revienta con los aproximadamente 40.000 bailarines que llegan del resto del país para danzar en sus calles y 100.000 turistas y visitantes que concurren a la fiesta.
Con características pagano-religiosas, el Carnaval de Oruro tiene como número central el paso elegante de unas 50 fraternidades danzantes que suman unas 40.000 personas, por un recorrido de cuatro kilómetros entre una gigantesca serpiente humana apostada en graderías.
Esos grupos, diversos en edades y bailes, tienen como meta el pie de un cerro donde los bailarines ofrecen su cansancio de ocho horas continuas de sincronizados bailes como prueba de fe a la Virgen de la Candelaria, llamada también Virgen del Socavón, patrona de los mineros.
Para que sea un acto completo de devoción, ese rito debe repetirse durante tres años consecutivos, dice la tradición, aunque muchos que conocen por primera vez la fiesta deciden regresar año tras año a bailar, por la Virgen o por el mero gusto.
En los últimos años, los bailes de Oruro han tenido un efecto de expansión no sólo en toda Bolivia, sino también en las regiones andinas de Chile y Perú, donde comenzaron a aparecer festividades similares asociadas a santos de devoción local.
El celo cultural boliviano lleva a veces a las autoridades a hacer pomposos reclamos diplomáticos por la supuesta apropiación de algunos de los famosos bailes del Carnaval de Oruro, que en ocasiones son presentados en canales chilenos y peruanos de televisión como danzas originarios de esos países.
De esos bailes, el principal en la entrada del Carnaval de Oruro es la denominada "diablada", una danza con coloridos disfraces de diablos que, paradójicamente, le ofrecen su devoción a la Virgen del Socavón.
La diablada representa la invasión del infierno a la tierra. Tiene su origen en la época de la Colonia, y desde entonces los mineros, y más tarde gente de cualquier otro oficio, escenifican con su baile la lucha del bien y del mal.
La "morenada", otra danza tradicional del Carnaval de Oruro, también tiene origen en la Colonia, y representa las marchas forzadas de negros traídos de Africa hacia las minas de esta parte del altiplano, para reemplazar a los nativos en la explotación bajo tierra.
"Caporales", "Thinkus", "Tobas" y al menos 20 bailes adornan el Carnaval de Oruro, que a estas alturas ha logrado expandir algunas expresiones culturales ya no sólo al ámbito de las fiestas populares de inspiración religiosa o tradicional, sino también al de las categorías propiamente occidentales.
Así, es normal escuchar aún en las discotecas caras de las principales ciudades bolivianas, a las que concurren las elites jóvenes de este país, bailes como la diablada, morenada, thinkus o caporales.
Las fraternidades que bailan en Oruro se toman tan en serio su participación que siete meses antes del Carnaval comienzan los ensayos de las complejas coreografías que exhiben a su paso por las calles de aquella ciudad.
Casi nadie que tenga una imagen pública relativamente conocida falta a la cita carnavalera en Bolivia. Los políticos encuentran en la fiesta una fabulosa tribuna electoral sin costo de organización que aprovechan generosamente. (FIN/IPS/ac/mj/cr/99