/Ciudades de América Latina/ ARGENTINA: Emigración de Buenos Aires agrava contrastes sociales

Los habitantes de la capital de Argentina están empujando las fronteras de la ciudad hacia el norte, el oeste y el sur en busca de una mejor calidad de vida, pero los nuevos asentamientos refuerzan los contrastes socioeconómicos.

Muchos propietarios de clubes de campo en la provincia de Buenos Aires, que rodea la capital argentina, se mudaron en los años 90 a esas casas de fin de semana en forma permanente, sin dejar sus trabajos en la capital. Las inversiones en autopistas favorecieron los traslados, que ahora son más rápidos y seguros.

En forma paralela se acentuó el fenómeno de los barrios cerrados, pasando de 215 en 1997 a más de 280 el año pasado.

Las construcciones y proyectos en marcha hacen prever que estas urbanizaciones llegarán a unas 4000 en el 2004, conformando unas ocho pequeñas localidades satélites de Buenos Aires, con centros de compras, bancos, escuelas, hospitales y universidades.

Las parcelas aumentan su valor 100 por ciento desde que se vende el amplio terreno para construir el barrio hasta que se levanta y ocupa la última vivienda.

Un ejemplo de este desarrollo poblacional es Pilar, una localidad ubicada al norte de Buenos Aires, que duplicó la cantidad de habitantes permanentes entre 1991 y 1999.

El viaje "al centro", como ya identifican a la ciudad de Buenos Aires en su totalidad los residentes en la periferia, mejoró mucho con el ensanchamiento de las autopistas, la privatización del ferrocarril y el advenimiento del "charter", un nuevo modo de transporte asociado a esta emigración.

Se trata de pequeños autobuses, con aire acondicionado, música y servicio de diarios, que llevan a los vecinos desde su localidad hasta diversos puntos céntricos de Buenos Aires. El costo de este servicio es cada vez más bajo, debido a la competencia que se ha generado.

Este movimiento poblacional involucra hasta hoy a 1,5 millones de personas, de los más de 13 millones de habitantes del área metropolitana bonaerense, en su mayoría de entre 25 y 40 años, casados y con hijos menores.

La emigración no responde a la búsqueda de trabajo sino que van al encuentro de una vida más relajada, que compense las horas de agobio labor en la gran ciudad.

Las inmobiliarias señalan que se trata de familias con ingresos promedio superiores a los 5.000 dólares mensuales, en condiciones de obtener créditos hipotecarios, y donde trabajan ambos miembros de la pareja.

"La gente busca mejorar la calidad de vida, alejarse del ruido y la contaminación y encontrarse con el silencio, los pájaros, descubrir los árboles y el verde", dijo a IPS un agente inmobiliario de la zona norte, el área más requerida por los que deciden emprender este "viaje de ida".

Pero, además de las razones ambientales, también buscan seguridad, de ahí la razón del aumento de los barrios cerrados.

Estas urbanizaciones operan como enclaves en zonas poco pobladas o donde residen familias pobres y provenientes de la clase media empobrecida.

Por eso muchos prefieren los barrios rodeados por cercos de alambre o muros de ladrillos, con custodia privada y barreras en las puertas de ingreso al lugar, en las que todo visitante está obligado a identificarse para que el guardia consulte por teléfono a los dueños de la casa para autorizar su entrada.

Estas medidas logran transformar la forma de vida de sus residentes en algo similar a la tranquilidad que disfrutaban los habitantes de los barrios de Buenos Aires décadas atrás.

Los niños juegan confiados y andan en bicicleta sin temor a que se las roben, todos dejan abiertas las puertas y ventanas de sus viviendas y a nadie se le ocurre colorar rejas, mientras los automóviles son estacionados con las llaves de encendido puestas.

Pero la vida en esos barrios también obliga a una forma de relacionamiento entre los vecinos distinta a las habituales en las ciudades.

La creación de barrios cerrados, en el que viven sectores de altos ingresos, cercanos a zonas pobladas por familias pobres o marginadas, marcan un fuerte contraste entre "los de adentro y los de afuera".

Precisamente, las empresas inmobiliarias hacen su gran negocio al adquirir en precios irrisorios grandes terrenos en zonas próximas a las "villa miseria", como se llama en este país a las barriadas pobres, que no cuentan con servicios sanitarios, eléctricos ni de comunicaciones.

Luego cercan los predios, los dividen en parcelas, los dotan de todos los servicios y los venden a precios muchos más caros.

Jorge Casaretto, obispo de la zona norte de la ciudad de la periferia de Buenos Aires, criticó severamente el año pasado la aparición de los "barrios privados" y no permitió la construcción de iglesias en ellos.

Solo los autorizaré si permanecen abiertas para que puedan concurrir todos los fieles de la zona, aseguró.

El obispo Casaretto entiende que no se puede permitir la "privatización de lo religioso" y consideró "ficticia" esta forma de vivir aislados del resto de la sociedad. "Es un signo, además, de la fuerte polarización social" que enfrenta el país, dijo.

Sin embargo, expertos en distintas disciplinas consideran que no es un aislamiento libremente decidido.

"Esta gente no busca aislarse por un tema de prestigio, sino porque en los barrios cerrados encuentran una seguridad que afuera el Estado no les puede garantizar", opinó el arquitecto Jorge Hampton.

Por su parte, el sociólogo Mario Robirosa explicó que la característica de la ciudad, que mezcla gente de diverso origen socioeconómico, se pierde en estas nuevas urbanizaciones en las que está claramente segmentada la ubicación geográfica de acuerdo al ingreso.

Pero, en la medida que se instala el debate, también aumentan las millonarias inversiones atraídas por el incremento de la demanda.

En la actualidad están en marcha ocho grandes proyectos en los que se prevén desembolsos cercanos a los 2.000 millones de dólares, en uno de los cuales participa el estadounidense David Rockefeller.

Junto con la construcción de viviendas se proyectan cines, centros de compras, escuelas, hospitales privados y hasta universidades, como la estadounidense Lynn que decidió instalarse en un nuevo barrio cerrado de la localidad de Tigre, al norte de Buenos Aires.

La Universidad Lynn apunta a captar estudiantes de escuelas secundarias privadas y bilingües, para lo cual ofrece un imponente campo de deportes ubicado en el delta del Tigre del río Paraná, en su desembocadura en el Río de la Plata.

Un reflejo de este fenómeno inmobiliario es la aparición desde hace casi dos años de publicaciones especializadas. El diario Clarín edita los sábados el llamado Suplemento Countries y su colega La Nación hace lo propio con los también sabatinos Countries y Barrios Cerrados y Pilar. (FIN/IPS/mv/dm/pr/00

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