Más de un siglo tardaron los filólogos colombianos en investigar y escribir la historia de las 9.500 palabras que componen el "Diccionario de construcción y régimen de la lengua castellana", galardonado en España con el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades.
El premio fue otorgado en mayo al Instituto Caro y Cuervo, uno de los más reconocidos centros de investigación de la lengua castellana en América, fundado en la década del 40 para continuar una obra cuyo origen se confunde con el de la nacionalidad colombiana.
La historia comenzó en 1872, cuando el filólogo bogotano Rufino José Cuervo "redujo sus ambiciones" a la producción de una obra sobre la evolución de la semántica y la dimensión histórica de las voces principales del castellano.
Su idea inicial era componer un diccionario general de la lengua castellana como el Oxford para la lengua inglesa o el de la Academia Francesa.
Cuervo se propuso, junto a Miguel Antonio Caro, quien compartía su gusto por la lengua y la militancia en las ideas conservadoras, defender el legado europeo en un país en el que entonces -como hoy- la política y la gramática suscitaban debates a muerte.
Ambos eruditos y autodidactas, estudiosos de la latinidad clásica y católicos a ultranza, veían en el castellano el pilar de la unidad de una patria que sólo 50 años atrás se había independizado de España y se trenzaba en sangrientas luchas de facciones regionales.
Tan fogosos en política como rigurosos en asuntos académicos, Cuervo y Caro emprendieron la tarea de escudriñar el origen de la lengua que con el inglés y el mandarín son las tres más difundidas en el mundo.
En 1889, 17 años después de que Cuervo iniciara la labor, en el taller Roger y Chernoviz de París se imprimió el primer tomo del "Diccionario de construcción y régimen de la lengua castellana".
En 922 páginas, Cuervo incluyó las monografías correspondientes a las voces de las letras A y B. Cinco años después, la misma editorial publicó el segundo tomo, con las voces de la C y la D.
A su muerte, en 1911, en su estudio de la parisina Rue de Siam se encontraron 53 monografías completas hasta la expresión "empero" y unos 40.000 ejemplos que llegaban hasta el verbo "librar".
En 1942, el sacerdote católico Félix Restrepo concretó la propuesta de un grupo de intelectuales que se propuso concluir la labor de los filólogos y fundó el Instituto Caro y Cuervo.
Este fue un homenaje a quienes, pese a haber dedicado más de la mitad de su vida a indagar la historia personal de las palabras, apenas llegaron hasta las que comienzan por la silenciosa letra "hache".
Su actual director, Ignacio Chávez, dice que el Diccionario "es una obra monumental cuyo propósito básico es describir funciones y problemas gramaticales de cada una de las voces". En cuanto a la semántica, "define minuciosamente cada una de las acepciones de las palabras".
El octavo tomo del Diccionario se publicó en 1995 en la Imprenta Patriótica, que funciona en una casa solariega en las afueras de Bogotá, donde los computadoras aún no han desplazado la tecnología tradicional de linotipos y galeras.
Desde entonces el Instituto Caro y Cuervo se había postulado para el codiciado Premio Príncipe de Asturias en la categoría de Comunicación y Humanidades.
La última fase del ambicioso proyecto corrió por cuenta de un equipo de 20 filólogos coordinados por Edilberto Cruz Espejo, quien se vinculó hace 25 años al Instituto como reconocimiento a que salió airoso de una discusión sobre la preposición "en".
"Fácil", la primera palabra que le correspondió investigar, le suscitó críticas y enconos, pues decidió aplicarla a las mujeres "livianas que acceden con poca resistencia". "La gramática a veces es muy machista", se excusó Cruz Espejo.
Como coordinador, le tocó terciar en uno de los más agudos enfrentamientos de la reciente historia del Instituto, a propósito de la primera acepción de la palabra "fe".
Rubén Páez, investigador y católico ferviente como sus famosos antecesores Caro y Cuervo, redactó una monografía de 100 páginas en la que asignó "creencia" como primer significado.
El asunto se tornó de vida o muerte cuando Páez encontró un acérrimo contrincante de formación marxista, Joaquín Montes, que a la postre y con intervención de Cruz como mediador lo venció en la polémica.
Es así como en el "Diccionario de construcción y régimen de la lengua castellana" la primera acepción de la palabra "fe", es "confianza", según defendió a capa y espada durante un mes el filólogo Montes, experto en dialectos.
Y como ésta, hay una y 9.500 pequeñas historias detrás de la gran crónica de la vida de las palabras de la lengua castellana.
En su segunda etapa, es decir en los últimos 58 años, los investigadores del Instituto Caro y Cuervo leyeron, releyeron y subrayaron hasta el agotamiento más de 800 libros escritos desde el siglo XV.
Elaboraron unas 500 fichas bibliográficas con ejemplos literarios, rastrearon etimologías, precisaron qué preposiciones deben acompañar a cada palabra hasta que por fin, armados de certeza, se lanzaron a escribir las monografías que pasaron luego al juicio implacable de cinco correctores.
Entre estos correctores se encuentra Elías Bustos, quien desde hace 10 años ejerce ese oficio en el lugar más exigente y confiesa que su retina ya no puede evitar ver los errores.
Cuatro miradas juiciosas e implacables, bolígrafo rojo en mano, hace Bustos a los escritos: corrección ortográfica y de gramática a los textos originales, corrección tipográfica en las galeras, revisión del texto antes de que pase a la sección de armado y corrección de pruebas finales.
Todo esto para tener a mano una obra cuya utilidad el director del Instituto Caro y Cuervo define con sencillez: "le sirve a todos los que quieran escribir con pulcritud". (FIN/IPS/mig/ag/cr/99