La cuarta parte de los hogares de Camboya, cuya población es de 11 millones de personas, están a cargo de mujeres solas que enviudaron como consecuencia de la guerra civil de este país, se divorciaron o fueron abandonadas por sus maridos.
El marido de Toeng Yung se fue hace tres años del pueblo rural dónde vivía con su familia para buscar trabajo en Phnom Penh. Seis meses más tarde, su esposa lo fue a buscar y lo encontró con otra mujer.
Así comenzó la vida de Toeng Yung como madre sola. La joven de 24 años vive con sus dos hijos pequeños en una choza de bambú situada en una zona ocupada ilegalmente, y se gana la vida a duras penas vendiendo pasteles.
Toeng Yung no quiere residir en Phnom Penh, pero tampoco desea volver a su pueblo, dónde supone que su familia la rechazará por no haber sido capaz de retener a su marido.
"Es muy difícil. A veces, cuando los niños tienen hambre, yo me pongo a llorar. ¿Qué puedo hacer? Es imposible", se lamenta, entre bandejas de tortas que le dan una ganancia diaria de unos 2.000 rieles (60 centavos de dólar) los días en que todo marcha bien.
Las mujeres sin marido y con hijos son las más pobres entre los pobres de Camboya, y su marginación es social, además de económica. Los expertos advierten que corren el riesgo de quedar fuera del proceso de reconstrucción del país.
Las mujeres solas "son un porcentaje significativo de la población más pobre. Esas familias necesitan apoyo especial, dedicación particular, y no caer en la misma bolsa de los problemas de las mujeres en general", explicó Esther Velasco, consejera del Programa de Género y Desarrollo para Camboya.
Según el Informe de Desarrollo Humano de 1998, realizado por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), las mujeres son jefas de familia en 25 por ciento de los hogares camboyanos. Un tercio de los mismos viven por debajo de la línea de pobreza.
La ministra de Asuntos de la Mujer, Mu Sochua, señaló que la tasa de alfabetización es menor entre estas mujeres que la de los hombres, lo cual las sitúa en una situación de mayor desventaja.
Mu Sochua, sin embargo, defendió la política gubernamental para erradicar la pobreza y mejorar la educación y el cuidado de la salud de las mujeres, y sostuvo que dichas políticas están dirigidas, precisamente, a las que están al frente del hogar.
"El problema de la pobreza es grave en Camboya. No se resolverá de la noche a la mañana. Pero confío en que pronto podremos ocuparnos de estas mujeres", manifestó.
La mayoría de las mujeres solas viven de cultivos de subsistencia, aunque son tan pobres que no tienen bueyes para labrar la tierra, así que trabajan para otros agricultores y piden, como paga, que les presten lo que necesitan para plantar su propio arroz.
Pero, en general, cuando plantan sus semillas de arroz ya es tarde en la zafra, así que sus cosechas no alcanzan para alimentar a la familia entera, y menos aún para obtener ganancias por la venta.
De modo que al terminar la cosecha se ven obligadas a pedir dinero o arroz prestado a las familias más ricas del pueblo, y así se crea un círculo interminable de deudas.
Existen programas estatales, como el de Alimento y Trabajo, diseñados para detener el avance de la pobreza en las zonas rurales, pero los estudios muestran que los hogares conducidos por mujeres suelen quedar fuera, señaló Velasco.
Los jefes del pueblo suelen elegir para participar en dicho programa a las familias que tienen gente disponible para trabajar, y excluyen a las mujeres que son jefas del hogar y sólo tienen hijos pequeños.
El riesgo de pobreza es aún mayor en las zonas urbanas, dónde los hogares encabezados por mujeres no tienen parientes que complementen sus ingresos. Allí no hay tierra para cultivar ni red de ayuda social. Para algunas, la única opción que queda es la mendicidad o la prostitución.
Chen Kun se encontró en esa posición hace un año y medio, cuando su marido murió de sida (síndrome de inmunodeficiencia adquirida).
Su familia la rechazó, y Chen Kun pasó el primer año en la calle con sus cuatro hijos, mendigando y revolviendo la basura, y a menudo no les alcanzaba para comer más de una vez al día.
Hace seis meses encontró trabajo en una de las 110 fábricas de indumentaria, donde gana 40 dólares por mes. Sus vecinos cuidan a los dos niños más pequeños, de dos y tres años, mientras ella trabaja. Los otros dos son más grandes, así que se quedan sólos en la pequeña choza de madera a la cual llaman casa.
"Al principio pensaba a menudo en matarme, pero no lo hice porque no sabía quien se haría cargo de mis hijos", relató Chen Kun.
"Ahora gano más dinero y mis hijos tienen más comida. Las horas de trabajo son muy largas y me gustaría estar más tiempo en casa con ellos, pero no tengo opción", explica.
Las mujeres que no tienen marido cargan, además, con el estigma social de ser consideradas desafortunadas o poco dignas, explicó Yi Vannary, una mujer de 40 años que vio a su marido por última vez en 1984.
El esposo de Yi Vannary se unió al programa de trabajo Kor Bram, en la frontera entre Camboya y Tailandia, que consistía en enterrar minas terrestres para evitar la entrada de las fuerzas insurgentes del Jmer Rojo y los rebeldes no comunistas.
Yi Vannary estaba embarazada de su tercer hijo, en aquel momento, pero su esposo nunca regresó. "Creí que había muerto. Y todo lo que podía hacer era pensar cómo educaría a mis hijos yo sóla", recuerda la mujer.
Pero ella estudió inglés y consiguió trabajo en una organización de ayuda humanitaria. Ahora es directora administrativa de Tabitha, una agencia que trabaja con mujeres cuyos ingresos son los más altos en sus hogares.
Entre tanto, Yi Vannary se enteró de que su marido está vivo. Huyó a Tailandia en 1984 y se fue a Francia, dónde tiene una nueva familia.
La mujer cuenta que, si bien logró solucionar los problemas económicos, no fue fácil criar a tres niños por su cuenta, que ahora son adolescentes. Los niños eran rechazados por maestros y amigos cuando confesaban que su padre se había ido de la casa, así que ahora dicen que murió.
"Las viejas actitudes tradicionales deben cambiar. Estas mujeres necesitan ayuda, y no más discriminación", sostuvo Yi Vannary. (FIN/IPS/tra-en/db/js/ceb/aq/hd-pr/99