Pire es una pequeña localidad del norte de Nicaragua, cerca de la frontera con Honduras, abandonada cada año por 70 por ciento de los hombres, que cruzan el país de norte a sur para llegar a Costa Rica y trabajar en labores agrícolas.
Son "migrantes circulares", que en el país de destino trabajan en la recolección de café o en la zafra de la caña de azúcar y luego recorren en sentido inverso los 430 kilómetros que los separan de su hogar.
"Regresan, pero en cada partida van acentuando un distanciamiento afectivo con respecto a sus hijos y sus mujeres, que además quedan con toda la carga laboral que implica atender el hogar, el patio y las cosechas de la finca", afirmó Ligia Monge.
Monge es representante de la Asociación Campesina Conociéndonos y Produciendo, que trabaja en el poblado de Pire, un territorio de 79 kilómetros cuadrados ubicado en el municipio de Condega, en el departamento de Estelí, poblado por pequeños productores de granos básicos.
Miles de nicaragüenses llegan a Costa Rica ilegalmente en busca de una esperanza de trabajo, de atención sanitaria o de un techo, dejando atrás, en la mayoría de los casos, historias de desarraigo, de abandono y de olvido de tradiciones.
Familias completas, jefes de hogar, hombres jóvenes y muchachas adolescentes conforman un peregrinaje interminable a través de montañas y caminos polvorientos, acentuado desde el primer día de este mes.
En esa fecha Costa Rica puso en vigencia una amnistía de seis meses para aquellos centroamericanos que pudieran demostrar que su ingreso al país se produjo antes del 9 de noviembre.
Los recién llegados quizá tengan suerte y logren llegar a alguna finca de la zona norte de Costa Rica donde les den trabajo.
Otros habrán arriesgado su vida en vano porque serán devueltos por la Policía de Migración, que en el transcurso del año ha regresado a aproximadamente 20.000 nicaragüenses.
Pero aun así siguen llegando, porque sólo escucharon por la radio, en Nicaragua, que Costa Rica estaba legalizando a los extranjeros y tomaron sus escasos bienes y emprendieron la marcha, sin enterarse de que gozarán del beneficio los que están en el país desde antes del 9 de noviembre.
Se calcula que en Costa Rica hay cerca de 500.000 nicaragüenses que viven y trabajan en forma ilegal, pero las cifras no son precisas.
El gobierno costarricense de Miguel Angel Rodríguez es acusado de permitir que los nicaragüenses sean explotados con bajos salarios y sin seguridad social.
La amnistía está destinada a que los inmigrantes legalicen su situación y sean cobijados por las leyes nacionales.
En Costa Rica se analiza frecuentemente el daño que esta masiva inmigración causa a la prestación de servicios, pero en Nicaragua las organizaciones no gubernamentales ven el problema desde otra perspectiva.
Un estudio de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales revela que el contingente de población económicamente activa que tenía Nicaragua para su desarrollo agrícola se ha trasladado a Costa Rica.
Pero a este país no sólo llegan campesinos sin estudio. Según datos de la Encuesta de Hogares, que se realiza anualmente en Costa Rica, el nivel educativo de la población migrante nicaragüense está por encima del promedio del costarricense.
Sin embargo, esas personas se ven obligadas a trabajar en oficios socialmente desvalorizados, mal remunerados y en condiciones sociales desventajosas.
Nidia Monge, quien estuvo esta semana en Costa Rica participando en un encuentro binacional sobre población migrante, indicó que, según encuestas hechas por su organización, 50 por ciento de sus entrevistados quiere vivir toda su vida en Pire, de la agricultura y en su propia tierra.
Pero la venta de granos básicos no alcanza para asegurar el mínimo indispensable a la población de la localidad. Para conseguir esos ingresos, pagar deudas y comenzar el ciclo productivo es que los habitantes de Pire emigran hacia Costa Rica.
Una de las principales preocupaciones de los pobladores de Pire, cuenta Monge, es la migración de los jóvenes.
"Para ellos es una gran oportunidad venir a Costa Rica, ven este país como un paraíso perdido. Al principio vienen por unos pocos meses, pero luego se van quedando, porque pasan de la cosecha de café, de diciembre a marzo, a la zafra de caña, a la cosecha del melón, de los cítricos…".
El riesgo es, indica Monge, que esa población joven se desarraigue de su tierra y de sus costumbres y cuando regresen, lo hagan con "vicios" que antes no tenían, opinó.
"Por lo general los emigrantes hombres, al retornar a Nicaragua, generan expectativas entre las jóvenes, se casan con alguna y luego la abandonan para emigrar nuevamente a Costa Rica", afirma.
"La joven, ya con hijos, termina siendo una carga extra para la familia de sus padres o hermanos", agrega Monge.
"Mi muchacho vino, pero vino cambiado", cuentan que es una frase común entre los padres nicaragüenses.
Cegados por las luces de la ciudad, estos jóvenes buscan conquistar un modelo de vida que les ha sido ajeno, pero la fortuna sonríe a muy pocos.
La cantidad de migrantes ha hecho que, después del pasaje del huracán Mitch, en noviembre, los precios de las labores agrícolas bajen.
Antes, por cortar un metro de caña pagaban 150 colones (0,54 centavos de dólar), ahora la paga es de 50 colones (0,18 centavos de dólar).
"Los costarricenses deben entender que nosotros contribuimos a su desarrollo agrícola y tratar mejor a nuestros trabajadores", concluyó Monge. (FIN/IPS/mso/dg/if-pr/99)