Mientras aumentan las dudas acerca de la masacre del 15 de enero en Kosovo, las potencias occidentales tratan con el presidente yugoslavo, Slovodan Milosevic, del mismo modo que éste lo hace con la minoría albanesa: con el garrote en la mano.
Sin embargo, en ninguno de los dos casos la fuerza parece surtir los efectos buscados.
La actitud desafiante de Milosevic parece haber sorprendido a los líderes de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) quienes se encuentran ahora en un aparente callejón sin salida.
Los máximos jefes militares de la OTAN se reunieron este martes con Milosevic para entregarle un "mensaje muy terminante',' que no pareció convencer al líder serbio de modificar su posición.
"El problema que tenemos ahora es que si Milosevic nos obliga a a lanzar ataques aéreos, deberemos estar preparados para lo que tengamos que hacer al día siguiente: que incluye la posibilidad de enviar tropas," dijo un embajador europeo al diario "International Herald Tribune".
La eventualidad de una guerra sangrienta y a gran escala en Yugoslavia, frente a un ejército bien entrenado y con apoyo popular, no parece estar entre las opciones de los políticos occidentales, que prefieren la seguridad de los misiles lannzados a distancia.
La llamada opinión pública de Estados Unidos y sus aliados europeos no parece dispuesta a tolerar el alto costo en vidas de sus propios soldados.
Por ello, la postura desafiante de Milosevic frente a la OTAN no se basa en alucinaciones, sino en una realidad que conoce muy bien.
Los medios de comunicación occidentales obviaron este martes un acontecimiento político singular en Yugoslavia: el ingreso al gobierno del Partido de la Renovación Serbia del ex líder opositor Vuk Draskovic, quien ocupa ahora el cargo de viceprimer ministro.
El mensaje político de este acuerdo -negociado durante cuatro meses- es que en el gobierno yugoslavo están representados ahora 90 por ciento de los electores, y que es difícil en esas condiciones considerar una opción militar que no implique una destrucción masiva del país.
Estados Unidos y sus aliados europeos consideran inaceptable la violencia entre los rebeldes separatistas de origen albanés y el gobierno yugoslavo, que ha arrojado este año un saldo de 2.000 muertos y decenas de miles de refugiados.
No produjo el mismo furor la muerte de 1.500 personas en los tres días de ataques aéreos lanzados contra Iraq por parte de aviones norteamericanos y británicos en diciembre. Ni siquiera motivó titulares.
Tampoco motiva intervenciones internacionales la situación de la minoría kurda en Turquía, que no sólo carece de autonomía, sino también del derecho a hablar su idioma y hasta denominarse kurda.
La masacre del 15 de enero en la aldea de Racak, en Kosovo, genera cada vez más preguntas.
Ocupada con el rechazo de Belgrado a la jurisdicción del tribunal internacional de Naciones Unidas para la ex Yugoslavia, la prensa también ignoró la inspección realizada en el lugar por la fiscal de la capital provincial de Pristina, Danica Marinkovic, el lunes.
Acompañada de la televisión serbia y un oficial italiano de la misión verificadora de la OSCE (Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa), Marinkovic tomó cuidado en demostrar que Racak, controlada por el Ejército de Liberación de Kosovo (ELK), era un "nido terrorista".
Marinkovic examinó detenidamente una casa en que encontró una máquina de escribir, panfletos y una caja con las inscripciones de la agencia norteamericana de ayuda al desarrollo, USAID, según relató el oficial italiano.
Al oficial, Gianni Fantini, primer observador internacional en ver los cadáveres, nadie lo enrevistó, excepto la prensa italiana.
Tras ser advertidos por rebeldes del ELK, "encontramos 23 cadáveres en un canal al costado de la aldea. Todos tenían un golpe de bala en la cabeza. Al costado estaban sus documentos, lo que hace suponer que se verificó la identidad antes de matarlos", dijo Fantini.
Los otros muertos, unos 20, fueron encontrados en los patios de las casas y en las callejuelas de la aldea, pero a diferencia de los otros, presentaban impactos en diversas partes del cuerpo, lo que avala la posibilidad de que hayan caído en combate, agregó Fantini.
El Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas condenó este martes la masacre de Racak y pidió al gobierno yugoslavo que reconsidere la expulsión del jefe de la misión verificadora, Wiliam Walker, pero se cuidó de atribuir culpas.
Según observadores en el área de Kosovo, el gobierno de Belgrado está aprovechando la confusión para espantar a la población civil y "limpiar" la región de albaneses, en previsión de un futuro acuerdo político de autonomía.
La diplomática británica Pauline Neville-Jones, quien participó en las negociaciones de paz para Bosnia-Herzegovina, dijo a la emisora británica BBC que Milosevic está "probando los límites" de la situación, en la convicción de que la OTAN no atacará.
Neville-Jones estimó que los rebeldes albaneses constituyen un grupo "terrorista" cuyas acciones son "imposibles de defender", pero que ello no faculta a Belgrado para aplicar una represión desmedida contra la población civil.
Si la mediación este miércoles del viceministro ruso de Relaciones Exteriores, Alexander Avedeyev, obtiene de Milosevic una reconsideración a cambio del fin de las amenazas de la OTAN, se abriré un nuevo escenario de negociación.
Será entonces difícil saber quienes ordenaron y ejecutaron la masacre de Kalac, pero Milosevic podrá decir a los suyos que supo defender la soberanía frente a la agresión externa y al terrorismo. O sea, el resultado exactamente contrario de lo que persigue la OTAN. (FIN/IPS/ak/99