Si el gobierno de Rafael Caldera no hubiera sido tan malo, Hugo Chávez no sería el favorito para sucederlo ahora en Venezuela, y si Chávez no hubiese intentado un golpe de Estado en 1992, Caldera nunca habría vuelto al poder en 1994.
Las vidas políticas de uno y otro se entrecruzan desde 1992 y ambos tienen que darse gracias mutuamente por los favores recibidos, aunque su historia, su personalidad, su edad, y hasta su físico sean antagónicos.
Todavía más, la casi totalidad de grupos y personalidades que en 1993 se montaron sobre la ola de descontento que entonces encarnaba Caldera, "surfean" ahora con Chávez y la furia del electorado ante un país en ruinas pese a su riqueza.
El presidente Rafael Caldera, de 82 años y que ya había gobernado el país entre 1969 y 1974 como líder de la democracia cristiana local, deja un país con lo que el experto en opinión pública Luis León describe como "la tormenta perfecta, porque en todas partes donde puede llover, llueve y a cántaros".
Sobre ese desastre se erige el favoritismo de Chávez, un teniente coronel retirado de 44 años que protagonizó el primero de los dos cruentos alzamientos de 1992 y participó desde la cárcel en el segundo, y encarna ahora la esperanza de los que nada tienen que perder, en un país con 78 por ciento de pobreza.
El principal rival de Chávez, Henrique Salas, un ex gobernador y economista independiente al que se abrazaron esta semana los dos mayores partidos tradicionales en un desesperado intento por frenar al favorito, es atacado por sus adversarios como alguien parecido a Caldera, a sabiendas de lo demoledor de esa imagen.
Pero es Chávez, quien como Caldera en 1993, convoca a los venezolanos a un pacto lleno de ofertas populistas, como aumento de sueldos, educación, salud y viviendas gratis, que sería incumplible y se trocaría en frustración, cuando el déficit fiscal de 1999 se contabiliza ya en 9.000 millones de dólares.
Sólo que ahora Chávez ofrece, frente a las traicionadas promesas de Caldera de una reforma "ligh" del Estado, gobierno alejado de los partidos y control de la corrupción, el entierro del agotado regimen político mediante la ruptura del sistema.
Caldera era un senador vitalicio semiolvidado y autocolocado en la reserva política, cuando Chávez, al frente de un batallón de paracaidistas y de blindados, fracasó en tomar Caracas y, al pedir a sus compañeros por televisión que se rindieran, se catapultó a la fama al renocer la derrota "por ahora".
El entonces ex presidente participó en la sesión del Senado convocada para reafirmar el apoyo democrático a su acérrimo rival histórico y entonces gobernante, Carlos Andrés Pérez, y resurgió dramáticamente al protagonismo público, al afirmar que "no se puede pedir a un pueblo con hambre que defienda la democracia".
Comenzó así lo que sociólogos como Antonio Cova definen como "la sociologización del golpe", que dio legitimidad a la aventura militar y abrió una crisis institucional donde, con Caldera como protagonista, se sacó anticipadamente del poder a Pérez en 1993, mediante cargos penales de corrupción.
Chávez ha repetido que Caldera sabía de los preparativos del golpe, a través de su yerno, el ahora comandante general del ejército, Ruben Rojas, a quien el candidato del Polo Patriótico acusa de haber intentado frenar su llegada al poder tratando infructuosamente de dar un golpe.
Caldera abandonó su partido, Copei, y se alzó con el triunfo como un candidato suprapartidario con el apoyo de grupos de izquierda y de derecha, empresarios proteccionistas y personalidades de diferente origen, migradas ahora hacia Chávez, menos su partido familiar Convergencia.
El 24 de marzo, mes y medio después de llegar al poder, suspendió la causa a Chávez y los demás comandantes de las asonadas de 1992, y lo liberó sin ningún castigo adicional a darle de baja, con el sueldo y las prebendas de oficial retirado.
Son muchos los analistas políticos internacionales que se sorprenden que a Chávez no se le haya limitado en forma alguna sus derechos políticos, por haber insurgido contra la democracia. Caldera explica que, al perdonarlo escuchó "la voz del pueblo".
Chávez mismo ha calificado muchas veces a Caldera y su gobierno como "un hijo ilegítimo de la gesta del 4 de febrero de 1992", mientras admite en privado que si Caldera no hubiera protagonizado "el peor gobierno del siglo" sus posibilidades de tomar el poder por los votos habrían sido muy reducidas.
No es casual, opinan León y otros directivos de las mayores empresas de opinión pública del país, que hace un año Chávez apenas sumara tres puntos en las encuestas, porque en 1997 el espejismo de una mejoría en la situación económica llevaba a la gente a respaldar un cambio del modelo político pero sin ruptura.
Pero a medida que la debacle de los precios del petróleo fue desnudando este año que Caldera sólo tenía como respuesta llegar a entregar el poder el 2 de febrero próximo, ahondando todos los problemas políticos, económicos y sociales, Chávez fue el imán de los desposeídos y los resentidos que buscan venganza y redención.
Caldera, sin candidato oficial y fisícamente agotado, fue el gran ausente público de la volátil campaña, y tras desesperarse – según allegados- por la posibilidad de terminar su historia entregando el poder a quien promete enterrar el sistema que ayudó a construir, asume ahora resignado esa nueva atadura a Chávez.
Su último esfuerzo de estadista y comandante en jefe de las Fuerzas Armadas es que "quien triunfe por un voto" el domingo sea quien reciba de él la banda presidencial el 2 de febrero.
También buscó, con éxito, que la campaña no se haya centrado en su desprestigiado gobierno, que no existe como tema proselitista, porque Chávez y Salas coinciden en poner el acento en culpar a los partidos de los males del país y en la necesidad de destruir el pasado, Chávez, y construir otro futuro, Salas.
Los adversarios de Chávez, aseguran que, de llegar al poder, Venezuela vivirá con él un "Caldera 3", vale decir, un gobierno que comience tratando de satisfacer a su electorado mediante medidas populistas de control económico y persecución a un sector elegido como culpable de la crisis en 1994 y 1995: los banqueros.
Después que las inversiones se evaporen, la situación económica haga agua y la crispación social entre en ebullición, desandará el camino.
Pero los desposeidos, que han puesto su fe en Chávez, no le darán el tiempo de espera que le dieron a Caldera, porque su situación y sus expectativas no se lo permiten, ni el Chávez presidente tendría algún parecido con su antecesor, dicen analistas de variadas tendencias.
En realidad, el Chávez político, con su carismática figura, es comparado continuamente con quien intentó derrocar en 1992: el también dos veces ex presidente Pérez, resurgido de sus cenizas ahora al ser elegido como senador en noviembre.
Para que las paradojas sean completas, Pérez fue el primero de los políticos del régimen que, sea la sorpresa Salas o gane Chávez, será enterrado este domingo, en dar por un hecho inevitable el triunfo del ex líder golpista.
También es Pérez quien se ha ofrecido a apoyar desde el Senado la propuesta central de Chávez, la convocatoria a una asamblea constituyente que pueda disolver el Congreso e intervenir el Poder Judicial, siempre que se cumplan los pasos legales.
"Como demócrata debo contener al dictador que hay dentro de Chávez, porque eso sería un desastre nacional", dice Pérez, mientras coincide con el favorito para triunfar este domingo en que "esta democracia hay que refundarla porque está podrida". (FIN/IPS/eg/ag/ip/98