El sindicalismo del Mercado Común del Sur (Mercosur) reclamará una vez más una dimensión social y laboral para el proceso de integración ante la cumbre de presidentes que se celebra este jueves en Río de Janeiro.
Los mandatarios de Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay, miembros del bloque, así como de Bolivia y Chile, los dos países asociados, adoptarán en esta cumbre la Carta Sociolaboral del Mercosur, un cuerpo de recomendaciones sin carácter vinculante.
Pese a los afanes de sus dirigentes, es difícil que el movimiento sindical logre compromisos ciertos de los gobiernos por una razón muy simple: hoy por hoy, carece de su tradicional capacidad de presión y movilización.
El estigma de la crisis recorre a las centrales obreras de los seis países involucrados en el Mercosur, heridas no sólo por las privatizaciones y las amenazas de depresión económica, sino también por conflictos al interior del sindicalismo.
El último eslabón en esta cadena de retrocesos laborales lo proporcionó la Central Unitaria de Trabajadores (CUT) de Chile, sumida en una pugna electoral entre los comunistas y la gobernante Concertación por la Democracia, de centroizquierda.
Cuatro listas del oficialismo se retiraron de la elección nacional de directiva de la CUT, celebrada hace una semana, por considerarla viciada, lo cual redujo las opciones en pugna al Partido Comunista y a un sector disidente del socialismo.
La CUT tenía antes del golpe de estado de 1973 más de un millón de afiliados. Hoy reúne sólo 400.000 en una masa laboral de cinco millones. Dirigentes de la Concertación sostienen que está en una crisis terminal y hay que pensar en refundarla.
La imagen de la decadencia acompaña igualmente a la otrora combativa Central Obrera Boliviana (COB), a la Confederación General del Trabajo (CGT) de Argentina, así como a la Central Unica de Trabajadores (CUT) de Brasil.
Los diagnósticos recogidos por los corresponsales de IPS en el cono sur latinoamericano consignan así mismo la crisis de la central única uruguaya, el PIT-CNT, que en los últimos tres años redujo su nivel de afiliaciones en casi 80 por ciento.
A los sindicatos les correspondió nadar a contracorriente de las condiciones impuestas por el libre comercio, de desregulación no sólo de los mercados financieros y de bienes, sino también de las relaciones laborales, y llevan las de perder en esta batalla.
En la pérdida de influencia del movimiento obrero en Chile y Argentina es ostensible el efecto de las privatizaciones, que desarticularon grandes núcleos de concentración laboral en torno a empresas estatales productivas y de servicios.
Los trabajadores ferroviarios, telefónicos, postales, petroleros, metalúrgicos, mineros, cedieron su protagonismo de antaño y hoy la vanguardia del sindicalismo estatal está en los profesores o en los empleados de la salud.
El magisterio ha sido últimamente el protagonista de grandes huelgas reivindicativas en Argentina, Bolivia y Chile, en oposición a planes de austeridad con que los gobiernos buscan estabilizar sus presupuestos y disciplinar las finanzas públicas.
La crisis bursátil y financiera que estalló en julio de 1997 en Tailandia para adquirir primero un sello asiático y desde junio de este año internacional, es otro factor en contra del sindicalismo en el área del Mercosur.
Las señales recesivas que emiten las caídas de las bolsas se traducen en quiebras, cierres o reducción de actividad de las empresas, con su respectiva secuela de lanzamiento de trabajadores a la cesantía.
Este fenómeno podría hacer repuntar la desocupación que acompañó las drásticas políticas de ajuste con que la mayoría de los países latinoamericanos salieron a comienzos de esta década de la crisis depresiva de los años 80.
El desempleo abierto, que en diciembre de 1997 ascendía a 4,84 por ciento de la fuerza de trabajo en Brasil, creció en junio a ocho por ciento y si bien bajó en octubre a 7,45, se teme que llegue a 12 o 13 por ciento en marzo o abril de 1999.
En Chile, uno de los países de menor desocupación del área, ésta llegó en octubre a 6,8 por ciento, según el índice oficial, pero la Universidad de Chile asegura que se acerca a 10 por ciento mientras se multiplica el empleo informal.
Argentina y Uruguay, naciones tradicionalmente de alto desempleo, bajaron relativamente sus tasas, pero el rebrote de la desocupación es una de las amenazas implícitas en el efecto dominó que desataría una recesión en Brasil.
El índice de desocupación argentino, de 13,7 por ciento en octubre de 1997, habría disminuído a 12,5 por ciento en octubre de este año, pero al costo del incremento de los trabajadores por cuenta propia y "en negro" (informales) que representan la mitad de la fuerza laboral de 15 millones de personas.
El desempleo de Uruguay bajó de 11,4 por ciento a fines de 1997 a 10,2 por ciento en septiembre de este año, mientras en Bolivia la tasa oficial indica una desocupación en torno a 16 por ciento, aunque cálculos extraoficiales la elevan a 35 por ciento.
El foro económico y social del Mercosur, que integran sindicalistas y empresarios, no es un interlocutor poderoso desde el punto de vista de los trabajadores a la hora de intervenir en las negociaciones comerciales.
Es que también en el Mercosur se lleva a cabo soterradamente el debate sobre las "cláusulas laborales", que enfrenta al movimiento sindical con gobiernos y transnacionales en las negociaciones de la Organización Mundial de Comercio.
La CUT brasileña y organizaciones no gubernamentales convocaron como preámbulo de la cumbre de presidentes de Río de Janeiro a un encuentro para analizar alternativas sociales y laborales a los acuerdos de comercio.
Los sindicatos, los ecologistas y otras organizaciones sociales advierten que tanto el foro económico-social, como la Carta Sociolaboral del Mercosur son acompañantes menores del proceso de integración, sin un peso determinante en los acuerdos de los gobiernos ni ante el poder real de los empresarios. (FIN/IPS/ggr/lb/98) = 12082313 NYC169