La seguridad y el orgullo que otrora caracterizaban a Asia tuvieron que ceder el paso a la inestabilidad económica y política, provocada por la crisis financiera en el sudeste asiático y la renovada tensión nuclear entre India y Pakistán.
El tránsito de la relativa paz y el crecimiento económico saludable a la situación de incertidumbre actual tuvo lugar en menos de un año.
Economías estrella como Corea del Sur, Indonesia y Tailandia fueron desplazadas de su sitial como modelos para los países del mundo en desarrollo al ser golpeadas por la crisis financiera que se desató en julio y se extendió por el sudeste de Asia.
Los países de la región, muchos de los cuales ya no tenían necesidad de recibir ayuda financiera del exterior, se vieron obligados a suplicar la asistencia del Fondo Monetario Internacional y soportar políticas incómodas.
Como consecuencia, economías como Indonesia prevén para este año el descenso de hasta 10 por ciento de su producto interno bruto (PIB). Los analistas estiman que la pobreza ya alcanzó a 66 por ciento de la población, frente al 11 por ciento existente antes de la crisis.
A su vez, el deterioro económico de la región socavó su autoridad para que el resto del mundo la tome en cuenta cuando se refiere a cuestiones como la reducción de la pobreza y las necesidades del Sur en desarrollo.
"El futuro de la fortaleza política y la seguridad cultural basada en el creciente poder económico fue sustituido por el temor al nuevo colonialismo", o sea el de perder la soberanía económica frente a fuerzas externas, dijo Walden Bello, analista de la organización Focus on the Global South, de Bangkok.
En el sudeste asiático ahora abundan los bolsones de descontento e inestabilidad social.
"Es difícil imaginar que esta sea la misma región que hace sólo 10 meses se calificaba como 'el motor de la economía mundial' que la impulsaría más allá del siglo XXI", observó Bello.
La región estaba por dejar el subdesarrollo, pero se encuentra retrocediendo nuevamente. La situación es similar a la de Asia en los años 60, cuando era la principal zona de crisis del mundo, añadió Bello.
Hasta el momento, la peor víctima de la crisis económica es Indonesia, que el 21 de este mes desembocó en el fin del gobierno de 32 años del ex presidente Alí Suharto. Muchos indonesios opinan que si no fuera por el dolor infligido por la inestabilidad económica, Suharto seguiría aferrado al poder.
Como el desencadenante de la crisis fue la devaluación de la moneda, la rupia, tras la huida de los capitales extranjeros, no es rara la opinión de que fueron las fuerzas de la globalización las que alejaron a Suharto del poder.
Además de introducir un elemento de inestabilidad en el cuarto país más poblado del mundo, la inseguridad política en Indonesia privó al mundo en desarrollo de uno de sus voceros más influyentes.
Suharto era desde hace tiempo el líder decano del sudeste de Asia, sobre todo de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN), de la cual era miembro fundador.
La inestabilidad indonesia es especialmente dolorosa para ASEAN, que celebró su trigésimo aniversario el año pasado. La crisis es el último en una serie de intentos fracasados de la asociación para unificar a la región, comenzando por el golpe de Estado de 1996 en Camboya.
Aunque los gobiernos del sudeste de Asia reconocen que el régimen de Suharto fue represor, también coinciden en su influencia como fuerza estabilizadora en una región devastada en el pasado por tensiones internas y rivalidades propias de la guerra fría.
"Los problemas de Indonesia disminuirán la autoridad política y económica de ASEAN, así como su capacidad para actuar como un contrapeso estratégico a la ascendente potencia de la región, China", argumentó Alan Dupont, del Programa de Seguridad Asia- Pacífico, de Australia.
Los problemas de Indonesia "representan otro golpe al orgullo y la confianza de ASEAN", añadió.
El sudeste asiático padece su peor crisis económica desde la segunda guerra mundial, pero la región vecina de Asia meridional también se convirtió en el centro de la preocupación mundial tras la detonación este mes de cinco bombas nucleares en India.
Los ensayos nucleares se realizaron los días 11 y 13, poco antes del alejamiento de Suharto, y provocaron reacciones de nerviosismo en las capitales diplomáticas.
Aunque las pruebas no violaron las leyes internacionales, y parecieron dirigidas a impresionar a la población india, provocaron respuestas amenazantes del vecino Pakistán.
Islamabad no realizó ensayos nucleares aún, pero el primer ministro Nawaz Sharif dijo el domingo que "la balanza del poder en la región se inclinó violentamente". China secundó a Pakistán, con el que mantiene estrechos lazos militares, y criticó las pruebas indias.
Tras enviar un mensaje dirigido contra la discriminación de las demás potencias nuclears, India anunció la semana pasada la suspensión de las pruebas y declaró que estaba "preparada" para negociar la prohibición formal de los ensayos nucleares.
El temor de que las pruebas indias provoquen la reanudación de la carrera armamentista es improbable, según algunos analistas, porque los programas nucleares de India y Pakistán no eran un secreto para nadie.
No obstante, las pruebas y sus consecuencias políticas generan la percepción de inestabilidad en Asia meridional, donde India y Pakistán libraron tres guerras desde 1947.
Fuera del subcontinente, el resto de Asia no presenta perspectivas optimistas.
Mientras Tailandia y Corea del Sur parecen haber superado lo peor de la crisis económica, con la ayuda del cambio de sus gobernantes, y Filipinas acaba de elegir a un nuevo presidente, el panorama político de la región sigue plagado de interrogantes.
Camboya está virtualmente paralizada desde el golpe de Estado de julio de 1996 por el coprimer ministro Hun Sen. Elecciones generales supervisadas por observadores internacionales están previstas para el 26 de julio.
Al norte, Japón, el gigante económico de Asia, sigue sumido en la recesión, combatiendo crisis financieras y de corrupción y afectado por los problemas regionales y, sobre todo, el colapso de Indonesia.
Los bancos japoneses son acreedores de 40 por ciento de la deuda externa indonesia, lo que supone un riesgo aun mayor para su alicaído sector bancario.
La economía japonesa, cuyo desempleo alcanzó el 3,6 por ciento en febrero, la tasa más alta en cinco décadas, será la cuestión principal cuando se celebren elecciones generales en julio. (FIN/IPS/tra-en/js/ral/aq-lp/ip-if/98