MEDIO ORIENTE: Visita de Albright no logrará grandes avances

La primera visita a Medio Oriente de Madeleine Albright como Secretaria de Estado de Estados Unidos tendrá lugar la semana próxima en un ambiente de oscuros presagios, a pesar de sus esfuerzos por conseguir un clima positivo en la región.

El proceso de paz entre Siria e Israel, congelado en forma unilateral en marzo de 1996 por el entonces primer ministro de Israel, Shimon Peres, sigue empantanado.

Las escaramuzas armadas entre la resistencia del Hezbollah libanés y el ejército israelí en el ocupado sur de Líbano, continúan sin disminuir su intensidad.

El proceso de paz israelí-palestino también permanece congelado, sobre todo debido a, según lo expresó el Departamento de Estado de Washington, "la crisis de confianza" que existe entre ambas partes.

El gobierno israelí informó que sus soldados no abandonarán las zonas de Cisjordania que había prometido para el 7 de septiembre mientras la Autoridad Nacional Palestina (ANP) no reprima a los militantes islámicos que viven en su territorio y de esa manera garantice la seguridad de Israel y su pueblo.

El presidente de la ANP, Yasser Arafat, afirmó que el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, emplea el pretexto de la seguridad para revocar en forma unilateral el Acuerdo I de Oslo entre el Estado hebreo y la Organización para la Liberación de Palestina (OLP).

La situación no refleja el ánimo de optimismo y esperanza que reinaba el 13 de septiembre de 1993 cuando, impulsados por el presidente de Estados Unidos, Bill Clinton, Arafat y el entonces primer ministro israelí Yitzhak Rabin se dieron la mano en la Casa Blanca luego de la firma del Acuerdo I de Oslo.

El acuerdo entre Israel y la OLP fijaba un período de transición de cinco años que permitiría a la novel ANP transformarse en un gobierno nacional funcional con la administración de un territorio cuyo estatuto final sería negociado con Israel.

El éxito de la implementación del Acuerdo I de Oslo dependía de la confianza mutua, y más aún, de la buena voluntad que demostrara el poderoso Israel hacia la nueva entidad palestina, débil y sin experiencia, para ayudarla a convertirse en un Estado palestino.

El proceso de paz, a pesar de sus periódicos retrasos y crisis, avanzó mientras Rabin y Peres, los arquitectos del Partido Laborista del Acuerdo I de Oslo, estuvieron en el poder en Israel.

Tanto israelíes como palestinos procuraron y obtuvieron la ayuda de Egipto para superar los obstáculos del proceso mientras Washington se mantuvo al margen.

En perjuicio de los palestinos, la situación se alteró dramáticamente con el asesinato de Rabin en noviembre de 1995 por un extremista hebreo, y la derrota de Peres frente a Netanyahu en la contienda por el cargo de primer ministro, en mayo de 1996.

Netanyahu demostró escaso interés por conseguir la ayuda de Egipto o Jordania para superar sus diferencias con Arafat. Los observadores se percataron de que sólo Estados Unidos podría cumplir el papel de mediador activo.

Pero cuando el enviado especial de Washington, Dennis Ross, medió en la renegociación del protocolo de Hebrón a fines de 1996 y principios de 1997, su principal intención fue presionar a Arafat, la parte débil, para que cediera y renegociara los términos del Acuerdo II de Oslo, firmado en septiembre de 1995 por Arafat y Rabin.

Netanyahu demostró una singular falta de buena voluntad hacia la ANP y Arafat, a diferencia de sus antecesores, Peres y Rabin.

El primer ministro israelí utilizó todos los medios para aplicar el gran poder que posee su país en el terreno militar, económico, diplomático y de servicios secretos de inteligencia.

Existen pocos líderes en el Medio Oriente que puedan igualar la capacidad de Netanyahu para expresar su indignación moral y hacer parecer a sus interlocutores árabes como reincidentes que temen tomar las decisiones difíciles que exige la situación.

No es de sorprender que, luego de las dos explosiones por bomba en Jerusalén occidental el 30 de julio, Netanyahu se aferró a la suposición, aún sin verificar, de que los responsables provenían de zonas controladas por la ANP.

Netanyahu se negó a aceptar una llamada telefónica de pésame de parte de Arafat y le reclamó, en público y en forma reiterada, que "hiciera la guerra" contra los palestinos fundamentalistas islámicos, representados por Hamas y la Jihad Islámica.

En cuestión de horas, el estadounidense Departamento de Estado comenzó a reflejar la posición de Netanyahu.

Durante un año, desde marzo de 1996 hasta marzo de 1997, no explotaron bombas terroristas en Israel. Netanyahu respondió a la situación al abrir un polémico túnel en el barrio musulmán de la ciudad vieja de Jerusalén, lo que desencadenó una pequeña "intifada" (resistencia popular) entre los palestinos.

Con sus persistentes evasivas, el primer ministro israelí logró la renegociación del Acuerdo II de Oslo, en septiembre de 1995. Netanyahu alteró lo acordado en Hebrón, en perjuicio de los palestinos y adquirió el derecho de decidir unilateralmente de cuáles zonas de Cisjordania se retirarían sus soldados.

Finalmente, Netanyahu aprobó la construcción del gran asentamiento judío de Har Homa en Jabal Abu Ghneim, en Jerusalén oriental, ocupado por Israel.

Netanyahu, siempre dispuesto a castigar a Arafat por cualquier error, demostró que es incapaz de premiar al líder palestino por sus buenos actos. La inflexibilidad del primer ministro israelí extinguió la vitalidad que quedaba en el Acuerdo I de Oslo.

Por el lado sirio, Netanyahu descartó, bajo cualquier circunstancia, la evacuación total de tropas israelíes de los Altos del Golán. El 28 de julio el parlamento israelí comenzó a analizar un proyecto de ley que exige una mayoría legislativa de dos tercios para modificar el estatuto de los Altos del Golán.

Dicha votación sería casi imposible por lo que el parlamento israelí impidió efectivamente la reanudación de las negociaciones de paz con Damasco.

Negociaciones anteriores entre Israel y Siria, realizadas durante los gobiernos de Rabin y Peres, estaban basadas en el principio de la paz total para Israel y del retiro absoluto de soldados israelíes de los Altos del Golán sirios, aceptados por el presidente de Siria, Hafez Assad.

Assad pretende ahora que Netanyahu reanude las negociaciones en el lugar en que se encontraban en marzo de 1996 antes de que el entonces primer ministro israelí Peres las suspendiera mientras se desarrollaban en Maryland, Estados Unidos. No es probable que el deseo del presidente sirio se cumpla.

Como no existen negociaciones entre Israel y Siria, no hay esperanzas para el proceso de paz entre Israel y Líbano ya que el Tratado de Hermandad, Cooperación y Coordinación firmado en 1991 entre Líbano y Siria exige que los signatarios coordinen su política exterior.

No es de sorprender que haya fallado el intento de Netanyahu de lanzar una iniciativa de "Líbano en primer lugar".

La causa principal del virtual colapso del proceso de paz yace en la inflexibilidad de Netanyahu, que demostró ser un ideólogo ultranacionalista, según la mayoría de los analistas.

Las principales autoridades de Estados Unidos son conscientes de la situación pero temen que Netanyahu afirme su posición si lo presionan.

La posición actual de Estados Unidos se opone a la experiencia de los presidentes George Bush (1989-93) y Dwight Eisenhower (1953- 61) quienes, frente a líderes israelíes intransigentes, ejercieron presión, pública y privada, y lograron revertir las políticas de Israel.

No hay señales de que Clinton o Albright piensen siquiera en presionar a Netanyahu. La ausencia de dicha estrategia hace improbable que la próxima visita de la Secretaria de Estado al Medio Oriente produzca resultados sustanciales. (FIN/IPS/tra-en/dh/rj/aq-lp/ip/97

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