GRAN BRETAÑA: Los medios a la caza de sangre real

"El hecho de que se ventile en público la relación íntima del príncipe de Gales con una mujer casada revelará una imprudencia que solo lo perjudicará ante las clases medias e inferiores", dijo la reina de Gran Bretaña.

Eso "sería de lamentar, en estos días en que las clases superiores, con sus vidas frívolas, egoístas y hedonistas, son las que más fomentan el espíritu de la democracia", agregó.

Pero no son éstas reflexiones de la actual reina, Isabel II, acerca del romance del príncipe Carlos con su amante Camilla Parker-Bowles, sino las de su antecesora Victoria cuando su hijo se aprestaba a declarar en el juicio de divorcio de un amigo suyo.

Eso ocurrió en 1851. Un siglo y medio después, la resistencia a los cambios dentro de la familia real es lo que fomenta el tan temido "espíritu de la democracia".

Pero si se dejan de lado los adulterios, el descrédito de la nobleza es, en parte, obra de los medios de comunicación, una fuerza nueva, poderosa y casi sin restricciones dirigida por magnates.

Los medios de comunicación populares siempre se caracterizaron por su imprudencia en Gran Bretaña. Sin embargo, no eran entonces tan redituables en lo económico como ahora. Los periódicos eran antes esenciales en un día en el que ocurrían hechos importantes, pero ignorados en una jornada aburrida.

Rupert Murdoch, el principal de los magnates de la prensa británica, afirma que eso imposibilitaba la comercialización efectiva de los periódicos, como si la pasta dentífrica tuviera un sabor distinto todos los días y fuera efectiva solo en ciertas ocasiones imprevistas.

Murdoch se dedicó a industrializar la imprudencia. Uniformizó el producto de manera que, cualquiera fuera la verdadera noticia, se le introdujera una dosis de sexo, escándalo y voyerismo que le aseguraran a un periódico una calidad constante y características que lo identificaran.

Murdoch encontró grandes cantidades de materia prima en la familia real británica. La explotación de este recurso natural, como sucede a menudo, fue destructiva.

Los magnates de los medios son concientes de que, como advirtió el constitucionalista victoriano Walter Bagehot, "la realeza debe venerarse y si se empieza a escarbar en sus asuntos, no se la puede venerar".

"Su misterio es su vida. No debemos dejar que la luz diurna se pose sobre la magia", recomendaba Bagehot a los monarcas.

En efecto, muchos sospechan la existencia de una fuerza republicana detrás de la fascinación de la prensa para exponer los errores de la familia Windsor, considerada una de las que tienen mayores problemas sentimentales en el país.

La metodología aplicada por los medios de comunicación fue brutal, pues, al utilizar su poder hasta el límite, desafiaron a la familia real del mismo modo que una gran corporación enfrentaría a un rival en la carrera por el control.

En Gran Bretaña, los sondeos de opinión revelaron que la aprobación popular hacia la monarquía cayó en las últimas semanas por debajo del 50 por ciento por primera vez en la historia.

La población británica expresó gran hostilidad hacia la fría reacción inicial de la familia real hacia la muerte de la princesa Diana, excluida de la familia luego de su divorcio del príncipe Carlos, el heredero del trono.

La compasión hacia Diana se convirtió con rapidez en una ola de antipatía hacia la corona. Los periódicos se subieron a esa ola y llegaron a criticar a la reina Isabel II en los días posteriores a la muerte de Diana.

Pero la prensa popular, como el británico promedio, evita cruzar la línea que supondría la emisión de una condena directa hacia la reina.

"Vuestro pueblo está sufriendo. ¿Cuándo hablará usted, señora?", reclamaba el jueves el diario sensacionalista The Sun desde su portada, ante la negativa de la reina a reflejar en público el dolor popular ante la muerte de Diana.

Cruzar esa línea de respeto y veneración significaría para los medios de comunicación la muerte y no una herida, en términos empresariales. Pero cada escándalo o trauma emocional que sacude a la familia real acerca a los periódicos a esta frontera.

La prensa popular ya está envalentonada porque creen que siempre triunfará el partido al que respalde. En efecto, sus posturas públicas son compartidas por millones de británicos, muchos de los cuales votan con su dinero al comprar sus palabras cada mañana.

Los medios disfrutan de su máximo poder en un momento histórico en que la fascinación por la monarquía tradicional fue herida por el cinismo ideológico de la ex primera ministra Margaret Thatcher y el desafío de la integración británica a la Unión Europea.

Pero no se trata tanto de la victoria de los medios de comunicación sino de la derrota de la familia real.

La monarquía intentó, de manera fatal, ganarle a la prensa en su propio juego. Diana, en especial, coqueteó con los periódicos tanto como les expresó su repudio. Por su parte, la televisión y la radio brindaron un apoyo servil a la familia real durante el thatcherismo.

Un analista consideró que no había diferencia "entre la cobertura acrítica de la familia real en los años 80 y la relación entre (el diario oficial soviético) Pravda y el Partido Comunista durante los años de Leonid Brezhnev".

Pero el contraataque desde el trono estaba destinado al fracaso. La familia real no podía aspirar a derrotar a los medios en su propio juego. Lo que siguió fue un intento infantil de mostrar a los monarcas en sus ratos de ocio y en la intimidad del hogar.

Los periódicos se deleitaron con esta asombrosa manifestación de ingenuidad política. También compartieron la irritación popular hacia una jefa de Estado que se equivocaba al dar por sentado que la población aceptaba con respeto las locuras e infidelidades de la familia real.

Diana, por supuesto, tuvo mejor suerte en la batalla contra los medios de comunicación. Hermosa, pero compasiva. Dinámica, pero tímida. Casada en una familia antigua, pero moderna. Ansiosa por brindar su amor, pero sin poder hacerlo. Perteneciente al pueblo, pero no del todo.

La princesa de Gales podría haber sido el rostro moderno de una familia real cuya magia había comenzado a diluirse por la luz que la cortina de Bagehot dejó pasar.

Pero Diana también corrió una carrera que elegieron los medios con reglas que ellos impusieron. Tanto en la metáfora como en los hechos, la princesa tropezó en París. Si los paparazzi, los fotógrafos cazadores de celebridades, no la condujeron a la muerte, le ganaron. (FIN/IPS/tra-en/dds-mom/rj/aq-mj/cr ip/97

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