El alto desempleo y el temor de los que tienen trabajo a perderlo entraron en Argentina al dormitorio de las parejas y provocaron una notable caída en la frecuencia de las relaciones sexuales en los últimos años.
En 1987, una encuesta del psicólogo Luis Frontera demostró que 51 por ciento de los argentinos hacían el amor tres veces por semana, una frecuencia que hoy solo sostiene una minoría de la población, angustiada por los problemas de empleo.
A pesar de la inquietud que provocaba entonces la inflación galopante y el sida que asomaba, la dictadura militar, que acabó cuatro años antes, en 1983, parecía haberse llevado consigo la palabra "represión".
Las cosas comenzaron a cambiar, paradójicamente, con la estabilidad económica que comenzó en 1991. El sexo se replegó y el interés sexual se desvió hacia otros ámbitos. La productividad ya no se mide aquí por cuántas veces se tiene sexo por semana sino por cuanto se trabaja.
Así, un estudio realizado en 1995 por la Organización Mundial de la Salud detectó una baja: 80 por ciento de las parejas hacían el amor dos veces por semana. Apenas unos pocos promediaban las tres veces.
En 1996, el Centro de Estudios Avanzados de la Universidad de Buenos Aires indicó que ya no era 80 sino 58 por ciento de las parejas las que confesaban hacerlo dos veces por semana, en tanto 27 por ciento lo hacía una vez o menos. El temor a contraer el sida no parece aquí el disuasivo mayor.
Cristina Fridman, socióloga y directora del Centro de Educación, Terapia e Investigación en Sexualidad, observó que "la disfunción prototípica en la Argentina de los 90 es la disminución del deseo" y, si bien este "mal" tiene una multiplicidad de causas, hay uno que es también distintivo.
"La enorme desocupación que afecta a amplias capas de la sociedad argentina hace que la tensión y la libido (energía sexual) estén orientadas básicamente a ganarse la vida", dijo Fridman a IPS.
La estabilidad de precios en Argentina vino acompañada de un incremento del desempleo. Entre 1991 y 1995, la tasa de desocupación creció 125 por ciento en los varones y 159 por ciento entre las mujeres. Desde entonces, la tendencia sigue en alza.
"Cuando una persona no tiene trabajo, o lo tiene pero vive en la zozobra de perderlo y quedar fuera del sistema, le resulta muy difícil fabricarse las ganas", comentó la experta en educación sexual, quien además reveló que hay muchos subempleados con trastornos del deseo.
Fridman conduce un programa radial, "Sexuálogos", que se emite de lunes a viernes, y allí llaman muchos oyentes cada noche para confesar, no sin preocupación, que están perdiendo el apetito sexual. Desde los más jóvenes hasta los más viejos sufren ese problema.
"La primera pregunta que les hacemos es por el trabajo, si lo tienen o no ambos en la pareja y en qué condiciones". Fridman sostuvo que para el varón el trabajo es una fuente invalorable de autoestima debido a su papel tradicional como proveedor de la pareja.
Los estereotipos de género, que entran en crisis cuando hay problemas laborales, también intervienen en el juego a la hora del sexo. El varón debe estar "siempre listo", según reza el mandato machista. Pero esta exigencia cede cuando las preocupaciones laborales se imponen.
Por otro lado, una mujer que aporta 60 por ciento o más del ingreso familiar, fenómeno cada vez más frecuente en las ciudades argentinas, "talla más en la relación sexual, haciendo valer sus gustos y fantasías", explicó la socióloga.
En cambio, cuando la mujer no genera ingresos propios sino que recibe dinero del marido, hay más casos de renunciamiento al propio disfrute, una conducta que Fridman identifica como de "prostitución consentida, 'lo hago porque así él me deja el dinero para mañana"'.
"La mujer argentina va realizando cambios lentos, pero en una amplia franja de la clase media y media baja todavía está muy vigente la fórmula de fingir orgasmos, olvidar nuestra natural curiosidad y renunciar al placer", explicó.
"Fuimos educadas para privilegiar la satisfacción del varón en desmedro de nuestros propios intereses", añadió Fridman.
La pérdida del deseo contrasta con el interés y la curiosidad por conocer sobre el sexo y sus variantes. "La gente en general, y las mujeres en particular, reclaman cada vez más su derecho a conocer y a gozar, aunque postergen los tratamientos o las consultas".
Fridman observó que los medios de comunicación muestran a una sociedad más abierta a hablar de sexo, mas deshinibida, más predispuesta al goce sexual, y también mas preocupada por cuidar el cuerpo. Sin embargo, todo ese discurso mediático no tiene correlato en la cama.
La preocupación está en preservar el cuerpo para exhibirlo en mejores condiciones más que para disfrutar de él.
El mito del dolor de cabeza femenino parece haberse revertido y ahora son muchos los varones que se animan a decir "esta noche no, querida", la frase utilizada por el coordinador de grupos de reflexión de varones Sergio Sinay para titular un libro sobre el fenómeno. (FIN/IPS/mv/mj/pr/97