A principios de esta década, cuando Tailandia conseguía las tasas de crecimiento más altas de la región, con un ingreso por habitante comparable al de países industrializados, era habitual que su economía fuera calificada de emergente.
Con muy pocas excepciones, observadores internacionales y otros gobiernos valoraban el modelo económico de Tailandia y recomendaban a los países en desarrollo que siguieran su ejemplo de crecimiento dirigido hacia la inversión extranjera y las exportaciones.
La situación ha cambiado. El deterioro del sistema financiero y la devaluación de la moneda nacional, el baht, convirtieron a Tailandia en un ejemplo de pésima administración y pusieron en alerta al mundo en desarrollo. A su vez, el Fondo Monetario Internacional (FMI) prescribió terapia intensiva.
La preocupación cunde entre los países de la región, cuyas monedas también sufrieron el impacto de la abrupta caída del baht, que perdió casi 25 por ciento de su valor tras meses de ataques de especuladores de divisas.
El mundo y el gobierno tailandés permanecieron ciegos ante el inminente desastre económico. La pregunta es quiénes son los responsables de las políticas que llevaron a esto.
Los expertos atribuyen la situación al gasto excesivo del gobierno, el elevado endeudamiento del sector privado y la especulación inmobiliaria. Pero buena parte de la furia de la población apunta a las autoridades país por su falta de visión, su incompetencia y corrupción que predomina entre ellas.
"Una sarta de comediantes dirigieron al país durante largo tiempo y sobrevivimos a pesar de todo. Lo que necesitamos ahora es decisión y honestidad", dijo Ammar Siamwallah, ex director del Instituto de Investigación para el Desarrollo de Tailandia y economista de renombre.
Los diarios de Bangkok fueron aun más críticos en sus editoriales. Si la crisis económica se agrava, el pueblo tendrá que castigar a "los responsables de nuestros problemas", advirtió The Bangkok Post.
Las instituciones políticas y sociales del país son sometidas a un permanente cuestionamiento. La mayoría de los analistas las considera arcaicas e inadecuadas para una economía moderna.
Gobernada durante décadas primero por una pequeña aristocracia y luego por militares, burócratas y una elite empresarial, Tailandia se convirtió en una de las sociedades más macrocefálicas y desiguales de la región, afirman.
El país se ha democratizado desde 1992, pero una pequeña elite sigue tomando la mayoría de las decisiones importantes. Los últimos estudios revelan que gran parte de la riqueza generada en los años 80, el período de más rápido crecimiento, fue a parar a un puñado de bolsillos.
El Instituto de Investigación para el Desarrollo estimó que el ingreso promedio del 10 por ciento más rico de los hogares de la nación se casi triplicó entre 1981 y 1992, mientras el del 30 por ciento más pobre no se modificó.
La brecha entre ingresos urbanos y rurales también creció con rapidez. En 1994, Tailandia se encontraba entre las seis economías del mundo con mayor desigualdad en la distribución de la riqueza, junto a Guatemala, Brasil, Honduras, Chile y Colombia.
"Los problemas económicos de Tailandia se deben a su estructura política y social, que permite a las elites operar sin rendir cuentas de sus errores o fraudes deliberados a nadie", dijo Ukrista Pathamanand, economista político de la Universidad Chulalangkorn, de Bangkok.
Uno de los ejemplos más citados de este fenómeno es el caso del Banco de Comercio de Bangkok, institución financiera de mediano tamaño, que casi se derrumbó en 1996 por la acumulación de más de 3.100 millones de dólares en préstamos incobrables.
El banco pertenecía a una importante familia tailandesa y contó durante largo tiempo bajo la protección del ex primer ministro y prestigioso político Kukrit Pramoj. Las autoridades se mostraron indiferentes ante sus dudosas prácticas financieras, hasta que fue demasiado tarde.
La mayoría de los préstamos fueron otorgados sin las garantías necesarias a políticos, empresarios y miembros de la dirección del banco.
Los ejecutivos del banco fueron acusados de fraude y malversación de fondos tras una fuerte presión de los medios de comunicación y la oposición política. Pero nadie cree, en realidad, que sean condenados debido al complicado e ineficiente sistema judicial de Tailandia.
Por el contrario, el Banco de Tailandia (central), en una de las mayores operaciones de rescate en la historia financiera mundial, inyectó más de 4.500 millones de dólares de las arcas públicas para salvar al Banco de Comercio de Bangkok.
Muchos consideran que la crisis desencadenó la caída del sistema financiero y el actual caos.
La deuda extranjera de Tailandia creció casi 43.000 millones de dólares en los últimos cinco años, lo que también se atribuye a los fuertes vínculos entre compañías privadas y el gobierno. Al sector privado corresponde cerca de 80 por ciento de la deuda total, que asciende a 100.000 millones de dólares.
La distorsión económica del país se agravó por el clientelismo político practicado durante décadas, que consolidó intereses creados y monopolios en todos los sectores de actividad.
Los cuatro mayores bancos de Tailandia, todos ellos de propiedad privada, controlan casi 70 por ciento de los negocios financieros del país. Apenas dos compañías dirigen el ramo de teléfonos móviles.
"La perpetuación de los monopolios es una de las principales razones de la ineficiencia de la economía tailandesa", según Pathamanand. La ausencia de competencia genuina, argumentó, elevó los costos empresariales y desalentó la innovación en varios sectores.
El control ejercido por un puñado de monopolios sobre el mercado condujo también a un serio problema estructural de falta de recursos humanos adecuados, pues existen pocos incentivos para entrenar a los trabajadores en un ambiente de escasa competencia.
Muchos de esos problemas serán afrontados, al parecer, por el programa de ajuste estructural propuesto por el FMI y respaldado por una docena de países encabezados por Japón.
El paquete recaudado para el rescate, de 16.000 millones de dólares, engrosará las reservas en divisas extranjeras y restaurará la confianza de los inversores extranjeros en la economía tailandesa.
Pero los programas diseñados por el FMI postulan un aumento de impuestos sobre bienes esenciales, lo que podría generar problemas políticos. La ciudadanía está furiosa, porque ya ha pagado demasiado para satisfacer la codicia de su elite.
La frustración del público alimenta rumores de golpe militar, a pesar de que las fuerzas armadas se han mantenido al margen de la actividad política y dedicadas a sus asuntos específicos desde 1992.
Los jefes militares han negado en público esta posibilidad, por lo que la persistencia de los rumores en ese sentido son una señal de que la ciudadanía aspira a la adpción de medidas drásticas contra los políticos y burócratas que hoy gobiernan el país.
Cualquier acción militar conduciría, en este momento, a otro desastre económico, pues acarrearía con seguridad un boicot internacional que frenaría la muy necesaria asistencia financiera.
Un golpe sería, en su etapa inicial, bienvenido por un sector de la población, pero también provocaría una resistencia política de activistas prodemocráticos que han acusado con frecuencia a los militares de los problemas que sufre Tailandia. (FIN/IPS/tra- en/ss/ral/aq-mj/if/97