La visita del Papa Juan Pablo II a Cuba, aguardada para enero, no se convertirá en un milagro para poner fin a los problemas, incomprensiones e intolerancias dentro de la sociedad cubana.
Las especulaciones sobre los efectos de la visita del Papa al único país socialista del hemisferio occidental se iniciaron mucho antes de que fuera concertada y no pocos analistas fuera de Cuba piensan que con su llegada todo cambiará.
Las hipótesis incluyen desde una solución negociada del histórico diferendo entre La Habana y Washington hasta el rápido inicio de una reforma política por parte del gobierno de Fidel Castro.
Pero en el país caribeño estos procesos no parecen tan simples. Por el contrario, la visita del Papa está precedida de una campaña oficial que intenta afianzar los principios del socialismo y viene acompañada de una mayor intolerancia hacia cualquier tipo de oposición.
Los comunistas cubanos se reunirán en un congreso en octubre y, coincidiendo con la vista del Papa, para inicios del próximo año está prevista la fase final de las elecciones a los órganos de la Asamblea Nacional del Poder Popular (parlamento).
Para las autoridades cubanas, la seguridad del país depende del consenso y la unidad en una coyuntura interna desfavorable por la crisis económica que ya dura siete años y en medio de cada vez mayores tensiones con Estados Unidos.
Un folleto elaborado por las autoridades de la Iglesia Católica cubana circula entre los creyentes desde junio con el claro propósito de eliminar cualquier falsa expectativa entre una masa inclinada a ver en la anunciada visita del Papa el fin de todos sus pesares.
El Papa "no es un remedio mágico" ni tiene recetas para todos los problemas, afirma el material, que intenta transmitir una imagen de Juan Pablo II ajena a toda posición política.
Ni siquiera la apertura que la preparación de la visita del Papa prometía para la Iglesia Católica se produciría al ritmo esperado y las contradicciones se mantienen aunque ambas partes consideren más oportuno silenciarlas.
La Iglesia sigue sin respuestas favorables para la mayoría de sus demandas, que incluyen el acceso a los medios de información masiva, los casos aún pendientes de permisos de entrada al país para religiosas y sacerdotes, y la autorización para ampliar su labor a nivel social.
Aún así, el sacerdote Carlos Manuel de Céspedes, el vicario general de La Habana y director del Centro Arquidiocesano de Estudios de la capital cubana, considera que "la relación Iglesia Católica-Estado cubano hoy se desarrolla mejor que en otros tiempos".
"Los canales de la comunicación se incrementan, fluyen, existe una mayor comprensión de una parte y de la otra, pero no nos debemos conformar y yo diría, por eso calculo que soy ambicioso, que deberíamos caminar aceleradamente", afirmó.
De producirse finalmente la visita de Juan Pablo podría marcar sólo una etapa en el necesario proceso de diálogo y reconciliación entre el Estado, las iglesias y los creyentes.
El experto Enrique López Oliva, de la Universidad de La Habana, asegura que en Cuba "la mayoría de los conflictos entre funcionarios estatales y algunos líderes de Iglesia se derivan principalmente de un extraordinario crecimiento que tiene lugar en el campo religioso".
En 1991, el IV congreso del Partido Comunista de Cuba orientó una política dirigida a poner fin a todo tipo de discriminación religiosa y decidió admitir creyentes en sus filas.
Las modificaciones a la Constitución, aprobadas en 1992 como epílogo del congreso, sustituyeron la definición del Estado cubano como "ateo" por la de "laico", que establece una posición neutral hacia la temática religiosa.
Pero las autoridades no estarían preparadas por igual en todas las regiones del país para entender la explosión de la religiosidad a nivel popular y la aparición de nuevas iglesias y grupos religiosos.
"En el acervo cultural de la población existió siempre una religiosidad latente, inhibida en las últimas décadas por una escala de valores que privilegiaba el ateísmo", opinó Aurelio Alonso, investigador del Centro de Estudios de América.
Según López Oliva, en Cuba "funcionan alrededor de 7.000 lugares de culto cristiano o de oración, donde los cristianos se reúnen periódicamente, en forma legal o ilegal".
Entre la población evangélica practicante y la católica habría un millón de cristianos en Cuba, cifra que no incluye a los seguidores de cultos afrocubanos.
"Funcionan en Cuba 646 templos y capillas católicas, 948 templos de iglesias no católicas, en su mayoría más pequeñas que las católicas, 548 casas-culto evangélicas autorizadas y alrededor de 3.000 no autorizadas", dijo López Oliva.
Estas "casas-culto" aparecieron a fines de la década pasada ante la imposibilidad, por falta de recursos o de autorización del Estado, para construir templos.
Este es uno de los temas más polémicos en el proceso de diálogo iniciado entre las iglesias y el Estado.
López Oliva asegura que para muchos religiosos el nuevo concepto de Estado laico en Cuba "tiende a limitar sutilmente el espacio social de las iglesias en una sociedad donde predomina la propiedad estatal y el control por el estado y el Partido Comunista de las instalaciones sociales y la vida en general.
Las autoridades aseguran que "la política de la revolución en relación con las iglesias y los creyentes no tiene retroceso y es irreversible", pero se mantienen alertas ante cualquier signo que consideren sospechoso.
La Iglesia Católica cubana se concentra, por su parte, en su prioridad número uno de este año: garantizar la visita del Papa, sin renunciar a tomar posiciones críticas sobre la situación económica, política y social en la isla. (FIN/IPS/da/ag/ip-cr/97