El desempleo y la crisis social decidieron en 1995 a un pequeño grupo de personas en Argentina a intercambiar productos y servicios al margen del mercado.
Dos años después, esa red tiene 60.000 consumidores y mueve el equivalente a ocho millones de dólares mensuales.
"Esta es la realidad argentina. Yo soy mecánico industrial y trabajé 25 años en una misma empresa. Pero la empresa cerró y, con 50 años, ¿quién me va a dar trabajo ?", explica a IPS Miguel Díaz, un vendedor de café, durante las Primeras Jornadas de Trueque celebradas este mes en Buenos Aires.
El café que vende cuesta un crédito (equivale a un peso, o a un dólar). Con el acumulado de créditos por la venta de café y tortas, Díaz y su familia podrán conseguir ropa, artículos para el hogar o servicios de reparación de lavarropas, abogados, psicólogos o dentistas.
Los profesionales con dificultades para ingresar al mercado formal también tienen un lugar en el llamado Club del Trueque.
La abogada Noemí Martínez, de la central provincia de Córdoba, explicó a IPS que tiene que saldar unos "débitos" por haber usado los servicios de un electricista.
Norberto Pelcot, analista de sistemas, asegura que él, su esposa y su hija, se alimentan y se visten en los llamados "nodos" de la Red.
Cada nodo tiene su feria semanal en la que se exponen los productos a canjear. Si lo que se cambia difiere en valor, hay vales de crédito y débito que emiten los distintos nodos.
La economía argentina registró un crecimiento promedio de siete por ciento anual desde 1991, cuando se puso en marcha el plan de libre convertibilidad del peso, hasta 1995.
Pero, simultáneo a la estabilidad y al crecimiento, el desempleo se agudizó hasta un nivel sin precedentes en los últimos 50 años.
Como consecuencia de estas disparidades del desarrollo, la pobreza, que se había replegado en los primeros años del plan, comenzó a aumentar nuevamente, de la mano de la desocupación.
El sistema de trueque surgió en los dos últimos años, como recurso para paliar el alto desempleo (17,4 por ciento), la subocupación (13,6 por ciento), y el bajo nivel de las pensiones jubilatorias, cuyo mínimo mensual se ubica en 150 dólares.
Pelcot ofrece servicios de reparación de computadoras, cursos, impresión de tarjetas y realización de carteles.
"Hace cinco años que cerró la empresa en la que trabajaba, y no me alcanza lo que gano en forma particular. Estaba muy deprimido y fui al Club. Ojalá algún día podamos pagar así los impuestos", declaró.
Los servicios profesionales para los socios se anuncian en un diario nacional, llamado Red Global de Trueque, que llega a todas las provincias del interior que cuentan con nodos, y existe el proyecto de aparecer en Internet.
Uno de los fundadores del Club, el psicólogo Carlos Desanzo, explicó a IPS que la expectativa es demostrar a los afectados por la crisis y la incertidumbre sobre el futuro que es posible generar un modelo propio. "Sin el dinero, con nuestras propias herramientas de intercambio", subrayó.
Desanzo explicó que el Club del Trueque no rechaza la economía formal. De hecho, algunos emprendimientos y servicios utilizan las dos herramientas. Por ejemplo, un arquitecto se ofrece para refaccionar una vivienda cobrando 40 por ciento en créditos y el resto en dinero.
Otros ofrecen cursos para trabajar la tierra de una manera sustentable y los aranceles se detallan de la siguiente manera: "Socios de la Red Global del Trueque: dos pagos de 60 créditos. No socios: dos pagos de 60 pesos. Contado: 100 pesos".
Desanzo también destacó la gran afluencia de mujeres, que son mayoría en la Red. "Este es un modelo integrador y a través de las mujeres se llega a la economía doméstica, que es la más sustentable", observó.
La crisis social determinó un crecimiento geométrico de la Red, que había surgido como una iniciativa casi pueblerina. Con la sola visita de un socio a un canal de televisión para promover la creación de un nodo, miles de personas se suman al Club.
"Cuando murió mi esposo hace dos años, cobraba 150 pesos por mi retiro y 160 por la pensión de él. No me alcanzaba más que para pagar los impuestos, la luz, el agua, el gas y el teléfono", cuenta Ana Arias, detrás de un mostrador abarrotado de frascos de dulces.
"El Club me cambió la vida porque ofrecí mi casa para que funcione allí la distribuidora de dulces, y por eso recibo créditos. Con los créditos arreglé el techo, que me llovía, la cisterna, me arreglo el cabello, me compro ropa, y, con todo lo que ahorro, pago más holgada los servicios", explicó.
La arquitecta Celina Bastansky, otra de las promotoras de la idea, admitió que no todo es perfecto. Muchas veces los servicios que se ofrecen son malos, o ingresa a la Red gente que busca especular. Las Jornadas de Trueque apuntaron a organizar mejor las transacciones y a regular la materia.
La reunión, a la que asistieron unas 1.000 personas, fue auspiciado por la Municipalidad de Buenos Aires, interesada en entrar en conversaciones con el Club del Trueque. Los socios estarían dispuestos a ofrecer sus brazos para construir y administrar guarderías o salas de primeros auxilios.
El paso siguiente sería el trueque de productos por servicios de la comuna, como ya se está haciendo en algunas pequeñas localidades del interior del país, donde los alcaldes prefieren ir a lo seguro y aceptan semillas, papas, zapallos, leche o alguna herramienta de campo como impuesto. (FIN/IPS/mv/jc-ff/if-pr/97